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Cinco prioridades en el recobro del Señor





                                                       CAPITULO UNO

LA UNIDAD DEL CUERPO DE CRISTO

Lectura bíblica: Ef. 4:6, 5, 4; 1:22-23; Jn. 17:2-3, 6, 11-12, 26, 8, 14, 17-21, 22-24, 1-3; Ef. 4:1-3; 1 Co. 1:13, 10-12; 12:25a; 11:19; Ro. 16:17; Tit. 3:10

Mi carga al dar estos mensajes se centra en cinco prioridades en el recobro del Señor: la unidad del Cuerpo de Cristo, Cristo, el Espíritu, la iglesia y la manera ordenada por Dios. En este capítulo veremos la unidad del Cuerpo de Cristo.

El capítulo cuatro de Efesios y el capítulo diecisiete de Juan revelan que la unidad del Cuerpo de Cristo es divina, o sea, no es natural ni humana sino algo de Dios, incluso es Dios mismo; además, es una unidad orgánica, no humanamente sino divinamente. La unidad del Cuerpo de Cristo procede de Dios y también de la vida, no de la vida humana creada sino de la vida divina e increada. Por tanto, dicha unidad es divinamente orgánica y está llena de la vida divina. Estos dos aspectos deben llamarnos la atención: la unidad del Cuerpo de Cristo es divina y es divinamente orgánica.



UN DIOS Y PADRE, UN SEÑOR, UN ESPIRITU,

UN ORGANISMO: EL CUERPO DE CRISTO,

LA IGLESIA DEL DIOS TRIUNO

Efesios 4:4-6 dice: “Un Cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”. Estos versículos revelan que hay un solo Dios y Padre, un Señor, un Espíritu y un organismo, que es el Cuerpo de Cristo, la iglesia del Dios Triuno. El Padre, el Hijo y el Espíritu producen el Cuerpo orgánico de Cristo, el cual es la iglesia viviente del Dios viviente. La unidad del Cuerpo de Cristo es Dios mismo, quien es Triuno, orgánico y viviente.

El Dios Triuno es único

La unidad del Cuerpo de Cristo es única porque es la misma unidad que existe en el Dios Triuno. Pablo habla en Efesios 4:4-6 del Dios Triuno, diciendo que hay un Dios y Padre, un Señor y un Espíritu.


El hecho de que el apóstol Pablo hable de un Dios y Padre indica que, en naturaleza y en vida, el Padre es la fuente de nuestra unidad. Efesios 1 muestra que Dios el Padre nos escogió para que fuésemos santos, y que nos predestinó para filiación (vs. 4-5). Al recibir la naturaleza santa de Dios, somos hechos santos, pues la naturaleza de Dios es la santidad misma. Dios nos imparte Su naturaleza santa a fin de que ésta llegue a ser nuestra naturaleza. El hecho de que hayamos sido predestinados para filiación está ligado a la vida. Al recibir la vida divina, somos hechos los muchos hijos de Dios. Por


tanto, el hecho de que Dios nos escogiera y nos predestinara indica que El comparte Su naturaleza santa y Su vida divina con nosotros.

Por haber sido escogidos, tenemos la naturaleza de Dios, y por haber sido hechos Sus hijos, tenemos Su vida. En 2 Pedro 1:4 dice que somos participantes de la naturaleza divina, y en Juan 3:16 el Señor Jesús dijo que todo aquel que en El cree, tiene vida eterna. Por el hecho de creer en El, poseemos la vida divina. Tanto la naturaleza divina como la vida divina provienen de Dios el Padre. La naturaleza divina es parte de la vida divina; sin vida, no hay naturaleza. Por tanto, al recibir la vida divina, obtenemos la naturaleza divina. Al disfrutar y participar de la naturaleza divina, también experimentamos la vida divina. No podemos separar estos dos elementos. Dios el Padre, la fuente de la unidad divina, ha llegado a ser nuestra naturaleza y nuestra vida.

En el capítulo cuatro de Efesios Pablo dice que hay un Dios y Padre y que hay un solo Señor, el Hijo. La frase: “un Señor”, se refiere al elemento de la naturaleza y la vida divinas. En la vida y la naturaleza divinas se encuentra el elemento divino. Toda sustancia se compone de cierto elemento. Por ejemplo, el elemento de un pedestal de acero es el acero. Cristo, la corporificación del Dios Triuno, es el elemento de la vida y naturaleza divinas. El Hijo es la corporificación del Padre, y esta corporificación es su elemento.


Dentro del elemento está la esencia. El zumo de uvas, por ejemplo, es la esencia de las uvas. Al vino hecho de las uvas, o sea, al licor, también se le llama “espíritu”. El espíritu es la esencia. Dios el Padre, nuestra naturaleza y vida, es la fuente; Dios el Hijo es el elemento de dicha naturaleza y vida; y Dios el Espíritu es la esencia del elemento.

Dios el Padre está en nosotros (Ef. 4:6); Jesús el Hijo está en nosotros (2 Co. 13:5); y el Espíritu está en nosotros (Ro. 8:9-11). Debemos darnos cuenta de que a Dios le gusta estar en nosotros. Debido a que nos gusta el cielo, anhelamos estar allí con Dios. Pero Dios no desea morar en el cielo; a Él le gusta morar en nosotros, en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22; Ro. 8:16). ¡Ahora el Dios Triuno mora en nosotros!

Podríamos preguntarnos: “¿Cómo sabemos con seguridad que Dios está en nosotros?” Permítanme darles este ejemplo. Quizás esta mañana perdí la paciencia con alguien y quise corregirlo; pero Dios en mí dijo: “No lo corrijas”. ¿No es esto evidencia de que Dios mora en mí? ¿Dónde se halla Jesús hoy? Ciertamente El ascendió a los cielos, pues Romanos 8:34 dice que El está a la diestra de Dios; no obstante, El también está en nosotros, pues Romanos 8:10 lo afirma. ¿Cómo puede estar Jesús en los cielos y, al mismo tiempo, en nosotros? Analicemos el ejemplo de la electricidad. La misma electricidad que está en la planta eléctrica también se halla en nuestra casa. Asimismo, nuestro Jesús hoy está en los cielos y, al mismo tiempo, también está en nosotros como Espíritu. El Espíritu que está en nosotros es la esencia de la unidad del Cuerpo de Cristo.


La enseñanza de Pablo acerca de la unidad del Cuerpo de Cristo está basada en la unidad del Dios Triuno. Todos debemos guardar la unidad del Espíritu por las siguientes razones: hay un solo Dios y Padre, quien con Su naturaleza y vida es la fuente; hay un Señor, el Hijo, quien es el elemento de la vida y naturaleza divinas; y hay un Espíritu, quien es la esencia del elemento de la vida y naturaleza divinas. Somos uno porque el Dios Triuno, que mora en nosotros como la fuente, el elemento y la esencia, es uno. Los creyentes debemos entender que ya somos uno. No somos uno conforme a nuestra raza o cultura, sino que lo somos en la esencia divina del elemento divino de la naturaleza y vida divinas. Debemos comprender que nuestra unidad radica en esta naturaleza, vida, elemento y esencia divinas.

De hecho, nuestra unidad es el propio Dios Triuno que experimentamos de forma subjetiva, y no un Dios Triuno que está fuera de nosotros. En 1963 compuse un himno acerca de experimentar a Cristo de manera subjetiva (Himnos, #240). Si Cristo sólo estuviera fuera de nosotros, no tendría nada que ver con nosotros; pero ahora lo experimentamos de manera tan subjetiva ya que es un solo espíritu con nosotros (1 Co. 6:17). El y nosotros somos un espíritu. Esta unidad se hace real por el Espíritu esencial, quien es la misma esencia de la Trinidad Divina.

El organismo del Dios Triuno es único: el Cuerpo de Cristo, la iglesia de Dios

En esta unidad con el Dios Triuno, obtenemos unidad entre nosotros; ésta es la unidad del Cuerpo de Cristo. Esta unidad es única, es decir, es la misma unidad que existe en el Dios Triuno. Además, esta unidad es única en el organismo del Dios Triuno, el Cuerpo de Cristo (Ef. 1:22-23). El Cuerpo de Cristo es absolutamente orgánico; no es una organización. Los creyentes somos la iglesia y llegamos a ser el Cuerpo orgánico de Cristo, no mediante cierta organización, sino al ser avivados, regenerados y vivificados con el Dios Triuno, quien es la unidad que poseemos. Nada puede destruir esta unidad. Aunque Satanás haya causado mucha división en el cristianismo, nunca podrá dividir al Dios Triuno orgánico, quien es la esencia de la unidad en nosotros.




LA ORACION DE CRISTO POR LA

UNIDAD DE LOS CREYENTES

En la vida eterna

En el capítulo diecisiete de Juan, el Señor oró por esta unidad orgánica y única, una unidad que se compone de la vida divina y sólo existe en ella (vs. 2-3). En el pasado hemos indicado que la nueva manera de reunirnos y de servir para edificar el Cuerpo de Cristo se lleva a cabo en la vida divina, mientras que la vieja manera se basa en la organización. El cristianismo actual es una organización religiosa; sin embargo, el Cuerpo de Cristo es una entidad orgánica. Al igual que nuestro cuerpo físico es un


organismo y no una organización, asimismo el Cuerpo de Cristo, la iglesia, es el organismo único del Dios Triuno. Por ejemplo, un pedestal de madera está hecho de piezas de madera que han sido debidamente organizadas y conforman una sola pieza, pero nuestro cuerpo físico no se formó así. Nuestro cuerpo es una entidad orgánica y se edifica cuando crece, debido a que es un organismo lleno de vida. Asimismo, el Cuerpo de Cristo también es un organismo, el cual se edifica por el crecimiento de la vida divina en nosotros.

Puesto que nuestro cuerpo físico es orgánico, a veces nos sentimos débiles o enfermos. Aunque no siempre estamos satisfechos con la condición física de nuestro cuerpo, aun así tenemos que nutrirlo, cuidarlo con ternura y protegerlo. La vida de iglesia no siempre es fácil, debido a que es orgánica. Quizás los creyentes nuevos declaren que la vida de iglesia es buena y maravillosa; sin embargo, posiblemente esto sólo dure poco tiempo, lo que llamamos “la luna de miel”. Aunque no siempre estemos contentos en la vida de iglesia, debemos cuidar de ella orgánicamente, del mismo modo que cuidamos de nuestro cuerpo físico. Nuestra unidad en la vida de iglesia es una unidad orgánica que se experimenta en la vida divina, y debemos cuidar de dicha vida.

Después de que el Señor Jesús vivió y llevó a cabo Su ministerio durante treinta tres años y medio, El oró por la unidad de los creyentes, la unidad del Cuerpo de Cristo. La oración del Señor registrada en Juan 17 fue dada al final de Su vida y ministerio terrenal. El no oró por la unidad al comienzo de Su ministerio, sino al final, porque para entonces ya había sembrado en Sus discípulos la semilla de vida. Ellos jamás hubieran podido ser uno en sí mismos y por sí mismos. Jacobo y Juan fueron llamados “Hijos del trueno” (Mr. 3:17). ¿Cómo puede un hijo del trueno estar en unidad con los demás? Después que el Señor Jesús se sembró en Sus discípulos como la semilla de vida, El oró para que ellos fueran uno en la vida eterna. Pedro, Jacobo y Juan no comprendieron que Jesús se había sembrado en ellos como la semilla espiritual de vida. Basado en esta siembra, El oró: “Padre ... glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida a todos los que le diste” (Jn. 17:1-2). La unidad de los creyentes reside en la vida eterna.

En el nombre del único Padre

El Señor manifestó en Su oración que la unidad de los creyentes también radica en el nombre del único Padre (Jn. 17:6, 11-12, 26). Aunque los discípulos no lo entendieron en ese momento, el Señor les infundió el nombre del Padre. Clamar “Abba, Padre” (Ro. 8:15; Gá. 4:6) es algo muy personal. Cuando comprendemos que Dios el Padre está en nosotros, tenemos una relación muy íntima con El. Puesto que tenemos Su vida, ahora experimentamos plenamente Su dulce nombre: “Abba, Padre”. Somos uno en El por Su vida.




En la palabra del Padre

El Señor sembró en Sus discípulos la semilla de vida y les dio no sólo el nombre del Padre, sino también la palabra del Padre (Jn. 17:8, 14, 17-21), la cual santifica a los creyentes separándolos de todo lo que no es Dios (v. 17). Las cosas mundanas que están en nosotros reemplazan a Dios; por tanto, necesitamos ser santificados en la palabra. Cuanto más leemos la Biblia, más somos santificados, pues la palabra de la Biblia es como agua que nos lava, nos limpia y nos purifica, eliminando así de nuestro ser todas las cosas que no son Dios (Ef. 5:26). Cuanto más vivimos en este mundo, más de él acumulamos y recogemos. Todo esto que “acumulamos” reemplaza a Dios; por tanto, necesitamos que la palabra nos santifique, nos lave y nos limpie.

En la gloria del Dios Triuno

El Señor oró para que los creyentes fueran uno en la gloria divina, a fin de que el Dios Triuno fuera expresado (Jn. 17:22-24). La gloria que el Padre le ha dado al Hijo es la filiación, la cual incluye la vida y naturaleza divinas del Padre (5:26), para expresar al Padre en Su plenitud (1:18; 14:9; Col. 2:9; He. 1:3). El Señor Jesús nos ha dado esta misma gloria. El nos ha otorgado la filiación divina para que seamos hijos de Dios y lo expresemos. Así que, no debemos ir de compras a la ligera, pues somos hijos de Dios y debemos expresarlo. No debemos perder nuestra posición gloriosa de hijos de Dios. En esta gloria, la gloria del Dios Triuno, somos uno. Somos uno en el nombre, la vida, la palabra y la gloria del Padre.



Somos uno en el Dios Triuno, tal como El es uno para expresar la gloria del Señor

Somos uno en el Dios Triuno (Jn. 17:21), tal como el Dios Triuno es uno (v. 11, 21-22). Nuestra unidad es la misma unidad que existe en la Deidad. En el capítulo diecisiete de Juan, el Señor oró para que Sus creyentes fueran uno en el Dios Triuno. Los versículos del 21 al 23a dicen: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste. La gloria que me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno. Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad”. Los tres de la Deidad son uno, y nosotros somos uno en la unidad de Ellos. Esta es la única unidad que existe en el universo. De hecho, nuestra unidad es la unidad de la Trinidad Divina, la unidad divina del Dios Triuno. Puesto que el Dios Triuno es nuestra unidad, no debe existir ninguna división entre nosotros.

Esta unidad tiene el propósito de expresar la gloria del Señor (Jn. 17:1-3, 22, 24). Cuando permanecemos en la unidad divina, la gloria es expresada mediante nosotros a todo el mundo. El Señor oró por esta unidad divina en la gloria divina. Pienso que esta oración todavía tiene vigencia, pues aún hoy se necesita el recobro de la unidad debido a


que muchos cristianos han creado divisiones por causa de la religión. En la historia de la iglesia, primero se ve el desarrollo del Catolicismo Romano; después, los cristianos se separaron de la Iglesia Católica Romana y formaron las iglesias estatales, tal como la Iglesia de Inglaterra y la Iglesia de Dinamarca; luego, hubo una subsecuente división de la Iglesia Católica y las iglesias estatales, y se formaron las iglesias privadas, tales como las denominaciones bautista, presbiteriana y metodista; una cuarta división ocurrió al formarse los grupos libres. Es preciso aclarar que nosotros, aunque recibimos a todos los hijos de Dios, a todos los creyentes, y somos uno con ellos, no estamos de acuerdo con ninguna de estas divisiones. No podemos abandonar nuestra posición de unidad para unirnos a otros en las divisiones en que ellos están. No debemos crear ninguna división. Tenemos la unidad del Dios Triuno y somos uno en El para expresarlo, lo cual es Su gloria.

LA EXHORTACION DEL APOSTOL

El Dios Triuno mora en nosotros, y el Señor está cumpliendo Su propia oración de guardarnos y hacernos uno. Basado en este deseo del Señor, el apóstol Pablo exhortó a los santos de Efeso a que, en su andar, guardaran la unidad del Espíritu. En la iglesia, donde está la unidad del Dios Triuno, los santos deben andar dignamente como elegidos y predestinados del Padre. Pablo dijo: “Yo pues, prisionero en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad, soportándoos los unos a los otros en amor” (Ef. 4:1-2). Debemos ser humildes, mansos, longánimos y soportarnos los unos a los otros en amor. A fin de andar como es digno del llamamiento que recibimos de Dios, debemos ser “diligentes en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (v. 3). Nuestra mente, nuestra voluntad y nuestra parte emotiva deben estar perfectamente unidas al Espíritu (1 Co. 1:10) a fin de guardar la unidad del Espíritu.

LA DIVISION ANULA LA UNIDAD

DEL CUERPO DE CRISTO

En 1 Corintios 1:13 Pablo afirma que Cristo no está dividido. Si los creyentes queremos dar fin a todas las divisiones, debemos tomar a este Cristo, quien es único y no está dividido, como nuestro único centro. Ya que Cristo no está dividido, los creyentes tampoco deben estarlo (vs. 10-12).

Por ejemplo, durante las reuniones quizás un hermano esté muy callado y otro hable mucho; sin embargo, ambos deben permanecer perfectamente unidos para guardar la unidad. Pablo habla en 1 Corintios 1:10 de la necesidad de estar perfectamente unidos: “Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer”. No debe haber división en el Cuerpo de Cristo (12:25a). En el Dios Triuno tenemos perfecta unidad, pues El mismo es


nuestra unidad. A pesar de que dicha unidad está en nosotros, aun así tenemos muchas opiniones y predilecciones; por lo tanto, debemos mantenernos perfectamente unidos para que no haya ninguna división en el Cuerpo de Cristo.

En 1 Corintios 11:19 dice que tiene que haber partidos entre los creyentes, para que se hagan manifiestos entre ellos los que son aprobados. La unidad es anulada por la división, y no debe existir división alguna en el Cuerpo de Cristo. No obstante, cuando hay partidos en la iglesia, los cuales son divisiones, estos manifiestan a los que son aprobados. Los partidos son útiles para manifestar a los que son aprobados y distinguirlos de los que son sectarios.

LA MANERA DE DAR FIN A LAS DIVISIONES

Pablo nos instruye en Romanos 16:17 cómo dar fin a las divisiones: “Ahora bien, os exhorto, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la enseñanza que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos”. Debemos velar respecto a los que causan divisiones, identificarlos y apartarnos de ellos. En Tito 3:10 Pablo dice: “Al hombre que cause disensiones, después de una y otra amonestación deséchalo”. Por ejemplo, si en una familia alguien contrae una enfermedad contagiosa, la familia entera lo pone en cuarentena y se separa de él. Esto no significa que lo aborrezcan o que lo abandonen, sino que, por causa de la salud de toda la familia, es necesario aislar a este miembro para que la familia sea preservada y sanada.

Es posible que entre nosotros, en la familia de la fe, haya algunos que tengan la enfermiza intención de propagar los gérmenes de la división. ¿Qué debemos hacer en este caso? Quizás razonemos según nuestro hombre natural que no debemos rechazar a ningún creyente, pues esto no sería un acto bondadoso ni cortés; además, podríamos sentir que todos los creyentes somos hijos del Señor y que no debemos ofendernos unos a otros. Sin embargo, Pablo dijo que debemos fijarnos en los que causan divisiones y apartarnos de ellos, así que debemos practicar la vida del Cuerpo de esta manera. Por una parte, basados en el principio del amor, recibimos a todos los creyentes conforme a Dios y no según nuestros conceptos doctrinales, lo cual concuerda con las instrucciones que Pablo da en Romanos 14. Por otra parte, Pablo afirma en Romanos 16 que debemos fijarnos en los que causan divisiones y apartarnos de ellos.

En conclusión, a fin de mantener un buen orden en la iglesia, se debe desechar y rechazar a una persona tendenciosa después de la segunda amonestación. Esto debe hacerse por el bien de la iglesia, a fin de que no haya contacto con dicha persona facciosa y se evite el contagio de la división. Puesto que pertenecemos al recobro del Señor, debemos ser fieles. Si causamos alguna división, ya no estaremos en el recobro y formaremos parte de la división actual que prevalece en el cristianismo. Debemos mantenernos firmes con relación al recobro del Señor en cuanto a la verdad y la vida.


CAPITULO DOS

CRISTO

Lectura bíblica: Col. 1:19; 2:9; 1:18b; Ef. 1:22b; 5:23b; 1:23a; Col. 1:18a; 3:4a; Ef. 3:8, 10; 1:11a; Col. 3:11; Ef. 1:23; Col. 1:27

Otra prioridad en el recobro del Señor es una maravillosa persona: Cristo. El es el tema central de la Biblia, y por cierto, Sus riquezas son inescrutables (Ef. 3:8). En este capítulo quisiera presentarles una biografía viviente de Cristo.

EL VERBO

El primer aspecto de la biografía de Cristo se encuentra en Juan 1:1: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”. Cristo es el Verbo de Dios, y el Verbo es Dios. El Verbo, Cristo, es Aquel que es y que era y que ha de venir (Ap. 1:4b). El abarca los tres tiempos verbales —pasado, presente y futuro— porque Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos (He. 13:8). En el pasado, El es el Cristo; en el presente, El es el Cristo; y en el futuro, El es el Cristo.

En el principio Cristo era el Verbo. La expresión “en el principio”, mencionada en Juan 1:1, se refiere a la eternidad pasada. En el principio sin comienzo, Cristo era; éste es el primer aspecto de Su biografía. Cristo no sólo es el Verbo de Dios, sino también el Verbo que era Dios en la eternidad pasada sin comienzo. Cristo es el Verbo de Dios, y como tal, es el hablar mismo de Dios; El es la explicación, definición y contenido de nuestro Dios ilimitado.

LA IMAGEN DEL DIOS INVISIBLE

Además, Colosenses 1:15 dice que este Cristo es la imagen del Dios invisible. El no sólo es la definición y contenido de Dios, sino también Su imagen y expresión. Dios es invisible; no obstante, este Dios invisible tiene una imagen. Hebreos 1:3 dice que Cristo es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de Su substancia. Este es el segundo aspecto de la biografía de Cristo.




EL HOMBRE FUE CREADO A IMAGEN

DE DIOS PARA RECIBIR EL ARBOL DE LA VIDA

En la creación, en el comienzo del tiempo, Dios creó al hombre a Su propia imagen (Gn. 1:26). Puesto que Cristo es la imagen de Dios, nosotros fuimos creados a la imagen de Cristo. Una fotografía es la imagen de una persona. Debido a que fuimos hechos a la imagen de Cristo, somos fotografías de Él. Este es el tercer aspecto de la biografía de Cristo.


En Génesis 2 vemos que el hombre, la fotografía de Cristo, fue puesto frente al árbol de la vida (v. 9), y también frente al árbol del conocimiento del bien y del mal, que es el árbol de la muerte. Génesis 2:17 dice: “Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Frente al hombre había dos árboles: si él comía del árbol de la vida, recibiría vida; pero si comía del otro árbol, ciertamente moriría. Por consiguiente, el hombre, quien es la fotografía de Cristo, tiene dos destinos: la vida o la muerte. El hombre tiene estas dos opciones.

Mientras Adán y Eva escuchaban lo que Dios les decía acerca de estos dos árboles, la serpiente, el sutil, les acechaba buscando la oportunidad de envenenarlos. Primero él puso en Eva una duda, una interrogante, al preguntarle: “¿Conque Dios os ha dicho...?” (Gn. 3:1). El signo de interrogación tiene la forma de una serpiente erguida. Toda duda o sospecha acerca de lo que dice Dios proviene de la serpiente, de Satanás. La mujer cayó en la trampa al hablar a solas con la serpiente, con el sutil, pero no debió haberlo hecho; más bien, ella debía haber enviado a la serpiente a platicar con su esposo, y así hubiera sido protegida. Sin embargo, ella respondió confiadamente a la pregunta de la serpiente, y fue apresada. Ella no tomó del fruto del árbol de la vida, sino del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal; por consiguiente, recibió muerte.

El conocimiento del bien y del mal, de lo correcto y de lo incorrecto, produce muerte. Todo lo que hagamos separados de Cristo traerá como resultado la muerte. Aun amar a nuestro prójimo, pero independientes de Cristo, produce muerte; también aborrecer a otros, separados de Cristo, resulta en muerte; y permanecer neutrales, sin Cristo, de igual manera produce muerte. Ya sea que hagamos algo o no hagamos nada: ambas opciones producen muerte si estamos separados de Cristo. Entonces, ¿qué debemos hacer? Debemos invocar el nombre del Señor Jesús, pues sólo El es el árbol de la vida.

LA SIMIENTE DE LA MUJER

Génesis narra que el hombre no escogió el árbol de la vida, sino que tomó del árbol de la muerte, llegando así a ser un hombre caído; por eso, Dios juzgó a la serpiente. Pienso que Adán y Eva se lamentaron mucho por haber tomado el fruto del árbol de la muerte. Cuando se miraron a sí mismos y se dieron cuenta de que estaban desnudos y eran pecaminosos, tuvieron temor y se cubrieron (3:7-8, 10). Entonces, Dios llamó a Adán y le preguntó: “¿Dónde estás tú?” (v. 9).

Dios predicó el evangelio, las buenas nuevas, al decirles a Adán y a Eva que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, que los había arruinado (3:15). Aunque Satanás se infiltró por medio de una mujer, la simiente prometida también entraría mediante una mujer. Cristo es esta simiente de la mujer. El Nuevo Testamento habla de una virgen llamada María, que concibió un hijo, una simiente, por obra del Espíritu Santo (Mt. 1:18). José, con quien ella estaba desposada, quiso despedirla secretamente,


pero un ángel del Señor se le apareció en sueños diciéndole que lo engendrado en su esposa, María, era del Espíritu Santo (vs. 19-20). Por tanto, el cumplimiento de la promesa respecto a la simiente de la mujer mencionada en Génesis 3:15, se halla en Mateo 1 con el nacimiento de Jesús.

LA SIMIENTE DE ABRAHAM

Desde el tiempo en que Adán y Eva tomaron el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, hasta el tiempo de la concepción de Cristo, transcurrieron alrededor de cuatro mil años. Durante ese tiempo el plan de Dios, cuyo centro es Cristo mismo, era un misterio oculto en Dios (Col. 1:26). Aproximadamente dos mil años después de haber creado a Adán, Dios le dijo a Abraham que en su simiente serían benditas todas las naciones de la tierra (Gn. 22:17-18). Esta simiente primero fue llamada la simiente de la mujer y después fue llamada la simiente de Abraham. La promesa de gracia que Dios le dio a Abraham llegó a ser el pacto entre Dios y Abraham en el cual Cristo, la simiente, sería la bendición de toda la tierra. En Gálatas 3 Pablo dice que esta promesa era el evangelio que Dios le predicó a Abraham. Los versículos 8 y 9 declaran: “Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, anunció de antemano el evangelio a Abraham, diciendo: ‘En ti serán benditas todas la naciones’. De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham”. Por tanto, Dios mismo predicó el evangelio a Abraham aproximadamente dos mil años antes del nacimiento de Cristo.

No obstante, antes de la era neotestamentaria nadie conocía con certeza el misterio de Cristo como simiente. Moisés, Enoc, Noé y David no lo sabían; y aunque Isaías profetizó acerca de la encarnación de Cristo (Is. 7:14), es muy improbable que él supiera que esta profecía se refería a Cristo como simiente de la mujer y como simiente de Abraham. En el Antiguo Testamento, la revelación de Cristo como la simiente era un misterio oculto.

Dios soberanamente preparó las circunstancias para que naciera Cristo, quien es la simiente tanto de la mujer como de Abraham. Según consta en la historia de Israel, el pueblo santo escogido de Dios fue llevado cautivo, primero, por el Imperio Babilónico, y posteriormente, por los Imperios Medo-Persa, Griego y Romano. Durante el reinado de César Augusto, quien fue el primer césar oficial del Imperio Romano, se emitió un decreto que propició las debidas circunstancias para que se efectuara el nacimiento de Cristo (Lc. 2:1-2 y nota 21 de la Versión Recobro). Cristo, la simiente de la mujer y de Abraham, nació para bendecir a toda la tierra.

JESUS, EMANUEL Y CRISTO

La encarnación de Cristo introdujo a Dios en el hombre. Dios fue engendrado de una virgen. El niño que nació del vientre de dicha virgen era un Dios-hombre. No era un hombre común, sino un hombre perfecto que también era el Dios completo. El nombre dado por Dios a este Dios-hombre es Jesús.


El nombre Jesús significa Jehová el Salvador o la salvación de Jehová. El Jehová del Antiguo Testamento era Jesús, y el Jesús del Nuevo Testamento es Jehová. Jehová y Jesús son la misma persona. Debemos conocer los maravillosos aspectos de esta maravillosa persona. El es tan maravilloso, y Su nombre es “Admirable” (Is. 9:6). Por tanto, Su biografía, Su historia, Su vida, es sencillamente admirable. Jesús es Jehová que se hizo hombre para ser nuestro Salvador.

Aunque el nombre que Dios le dio era Jesús, los hombres lo llamaban Emanuel, que significa Dios con nosotros (Mt. 1:23). Jesús es Dios con nosotros, el Dios encarnado que mora entre nosotros (Jn.1:14). El no es sólo Dios, sino Dios con nosotros. El título que le fue dado en relación con Su comisión divina es el Cristo, el Mesías, el ungido de Dios.


Cristo, el Verbo de Dios, era Dios en la eternidad pasada. Durante el transcurso del tiempo, el hombre fue creado conforme a la imagen de Dios como Su fotografía. Después de que el hombre cayó, Dios prometió que la simiente de mujer vendría y heriría la cabeza de la serpiente. Aproximadamente dos mil años más tarde, Dios visitó a Abraham y le prometió un descendiente, diciéndole que su simiente traería bendición a toda la tierra. Dicha simiente era Jesús, quien un día se encarnó como hombre. El es el Verbo de Dios y la imagen misma de Dios, y como tal, fue engendrado en el vientre de la virgen María. El salió de ese vientre para ser Jesús, Jehová nuestro Salvador, nuestra salvación, y Emanuel, Dios con nosotros. El es el ungido de Dios, el Cristo, quien lleva a cabo la voluntad de Dios.

EL HIJO ES LA CORPORIFICACION Y EXPRESION DEL PADRE, Y EL

ESPÍRITU ES EL HIJO HECHO REAL EN NOSOTROS

Esta maravillosa persona, el Hijo, es la corporificación y expresión del Padre. En Juan 14 Felipe pidió al Señor que mostrará el Padre a los discípulos. El Señor Jesús le respondió de esta manera: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre... Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí” (vs. 8-9, 11a). El Señor reveló a Sus discípulos que El era la corporificación y expresión del Padre. El mismo es el Padre y el Hijo (Is. 9:6).

El es la Palabra del Padre, el que describe y define al Padre. Debido a que El es la corporificación y expresión del Padre, cuando El estaba con los discípulos, el Padre mismo estaba con ellos. Aunque el Padre y el Hijo son uno, todavía son distintos, como lo indica el hecho de que el Hijo oró al Padre.

Juan 14 dice que El rogó al Padre que enviara otro Consolador (v. 16), lo cual indica que el Hijo es el primer Consolador enviado por el Padre. Según Juan 14, se necesitaba otro Consolador. El segundo Consolador es el Espíritu de realidad, quien hace real al Hijo en nosotros. El Espíritu de realidad no sólo vino a estar con nosotros, sino también en


nosotros. El Espíritu de realidad hace real en nosotros al Hijo, quien es la corporificación del Padre. El Dios Triuno está en nosotros. El Padre está corporificado en el Hijo, el Hijo es hecho real en nosotros como el Espíritu, y el Espíritu reside en nosotros como el Hijo, quien es la corporificación misma del Padre.

El Padre es la fuente, el Hijo es la corporificación del Padre, y el Espíritu es el Hijo hecho real en nosotros. Si tenemos al Espíritu, tenemos al Hijo; y si tenemos al Hijo, tenemos al Padre. En otras palabras, si tenemos al Hijo también tenemos al Padre quien es la fuente y al Espíritu quien es el Hijo hecho real en nosotros. Todo esto forma parte de la biografía de Cristo.

Nuestro Señor Jesucristo es el Verbo de Dios y la imagen de Dios, y el hombre fue creado conforme a esta imagen. Cuando el hombre cayó, el Padre prometió que vendría una simiente de mujer. Esta simiente de mujer es también la simiente de Abraham, que bendice a toda la tierra. Dicha simiente llegó a nosotros por medio de una virgen llamada María. Dios entró en el vientre de ella y nació como un Dios-hombre llamado Jesús, Jehová el Salvador, quien es nuestra salvación. Los hombres lo llamaban Emanuel, Dios con nosotros. Luego, declaró a Sus discípulos que El mismo era la corporificación y expresión del Padre. Además, dijo que rogaría al Padre que les diera otro Consolador, el cual vendría y haría real al Hijo en ellos.

Esto debe ayudarnos a entender cuán rico es Cristo. El es el Verbo de Dios, la simiente de la mujer, la simiente de Abraham, el Dios-hombre, Jehová, el Salvador, Jesús y Emanuel. El es la corporificación y expresión del Padre, y el Espíritu hace que El sea real en nosotros. Ahora, El mora en nosotros como el Espíritu.

EL PROFETIZO QUE SE SEMBRARIA A SI MISMO EN LOS DISCIPULOS

Durante treinta años Cristo vivió en la tierra como un Dios-hombre, y a los treinta años de edad salió a ministrar, a hablar, a profetizar. Ya que nosotros somos Sus miembros, también debemos profetizar como El lo hizo. Lo que El profetiza nos revela a Dios. Cuando oímos Su hablar, vemos a Dios, y cuando aceptamos Su hablar, aceptamos a Dios mismo. Por medio del hablar de Cristo durante los tres años y medio de Su ministerio, el Dios Triuno maravilloso, quien es orgánico, se sembró en Sus discípulos. Sin embargo, ellos no comprendieron lo que estaba aconteciendo. Los discípulos, ignorantes, simplemente pensaban que Cristo era su Maestro y Amo, y que un día sería el Rey en el reino celestial. Lo que a Jacobo y a Juan les preocupaba era quién se sentaría a la derecha o a la izquierda de Él en Su reino (Mr. 10:35-37).

MURIO UNA MUERTE TODO-INCLUSIVA

Los discípulos no entendían lo que estaba sucediendo ni a dónde iban, pero Jesús, Jehová el Salvador, sí lo sabía. El fue valientemente a Jerusalén, decidido a entregarse a


los principales sacerdotes y los escribas para ser crucificado (Mt. 20:18-19). Cuando vinieron a arrestarlo en Getsemaní, les dijo: “¿A quién buscáis? Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy... Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra” (Jn. 18:4-6). Ellos sabían que “Yo soy” es el nombre de Jehová (Ex. 3:14). Ellos no tenían la capacidad, el poder ni la fuerza para arrestar a Aquel que era Jehová Dios. De hecho, El mismo se entregó a ellos a fin de cumplir la voluntad de Dios (Mt. 26:53-54).


Cristo, quien es el Dios completo y el hombre perfecto, fue a la cruz y murió una muerte todo-inclusiva. Por una parte, mediante Su muerte El efectuó la eterna redención (He. 9:12). En la cruz, El dio fin a todas las cosas negativas del universo, incluyendo a Satanás (He. 2:14; Jn. 12:31), el mundo (Jn. 12:31), la vieja creación (Col. 1:20), el viejo hombre (Ro. 6:6), la carne (Gá. 5:24), el yo (2:20), el pecado (2 Co. 5:21; Ro. 8:3; Jn. 1:29), los pecados (1 P. 2:24; Is. 53:6) y la religión (Gá. 6:14). Por otra parte, mediante Su muerte liberó la vida divina que estaba oculta en El, a fin de impartir la impartirla en Sus creyentes (Jn. 12:24).

Cuando el Señor estaba en la cruz, dos substancias salieron de Su costado abierto: sangre y agua (Jn. 19:34). La sangre efectúa la redención, quitando los pecados (1:29; He. 9:22), y es derramada para comprar la iglesia (Hch. 20:28). El agua imparte vida, dando fin a la muerte (Jn. 12:24; 3:14-15), y brota para producir la iglesia (Ef. 5:29-31). La muerte del Señor, por una parte, quita nuestros pecados, y por otra, nos imparte vida. Por lo tanto, Su muerte tiene dos aspectos: el aspecto redentor y el aspecto que imparte vida. La muerte de Cristo es una muerte todo-inclusiva.




EN RESURRECCION LLEGA A SER EL HIJO PRIMOGENITO DE DIOS Y EL


ESPIRITU VIVIFICANTE

En resurrección, Jesús llegó a ser el Hijo primogénito de Dios (Ro. 8:29; Hch. 13:33). En la encarnación, El era el unigénito Hijo de Dios (Jn. 3:16); sin embargo, después de Su muerte y resurrección, llegó a ser el Hijo primogénito entre muchos hermanos, esto es, entre muchos hijos. Cristo, mediante Su resurrección, nos regeneró a nosotros los pecadores, a fin de que fuéramos hechos los muchos hijos de Dios y Sus muchos hermanos (1 P. 1:3). Ahora hay muchos hijos en la filiación divina, siendo Jesucristo el Hijo primogénito, y nosotros, los muchos hijos.

En resurrección, Jesús también llegó a ser el Espíritu vivificante, el pneuma que da vida; ahora El es el Cristo pneumático, es decir, el Espíritu vivificante, pneumático y orgánico. Cuando una persona invoca el nombre del Señor, El entra en tal persona, regenerándola a fin de morar en ella como el Espíritu. Así, El mora en nosotros y es un espíritu con nosotros (1 Co. 6:17); El vive en nosotros. Todo esto también está incluido en la biografía de Cristo.






VIVIR A CRISTO OBEDECIENDOLO

COMO NUESTRA PERSONA INTERIOR

Un día oímos el evangelio, nos arrepentimos, confesamos nuestros pecados, invocamos el nombre del Señor y le recibimos en nosotros. Cuando recibimos al Señor, El entró en nosotros y cambió nuestros gustos y predilecciones. Desde ese momento empezamos a dejar nuestros hábitos pecaminosos, uno tras otro, y nos convertimos en personas diferentes. Desde el día en que recibí al Señor, tuve la sensación de que Su persona me cuidaba, me restringía y me guiaba. Siempre que estaba a punto de enojarme, El me restringía y me hablaba interiormente, diciéndome: “Tú debes obedecerme”; esto me obligaba a dominar mi ira. ¿Se da cuenta de que esta experiencia es vivir a Cristo? Desde el día en que recibí a Cristo tuve la experiencia de que, cuando criticaba a otros, Su persona estaba en mí y me decía: “No digas eso. Debes saber que Yo no hablo así”. Entonces dejé de criticar, porque entendí que El nunca criticaba a nadie. Esto es vivir a Cristo.

Cristo vive en nosotros, no sólo como nuestra vida sino también como nuestra persona. Una persona muy especial mora en nosotros, y El es nuestra vida, de tal manera que ahora podemos experimentarle de forma subjetiva y orgánica. El es nuestra persona, la mejor y suprema persona, y debe llegar a ser nuestra vida, nuestro diario vivir y nuestra realidad. A menudo nos descuidamos y actuamos precipitadamente porque no le escuchamos. Por ejemplo, cuando El nos dice: “No hagas eso”, muchas veces no le damos importancia a Su hablar, descuidamos a Jesús en nosotros y no nos preocupamos por El. Por tanto, tenemos que decirle: “Señor, perdóname, porque me rebelé contra Ti”. Cuando le decimos esto al Señor, El nos pedirá que confesemos nuestra culpa a la persona con quien hemos argumentado o a quien hemos ofendido. El siempre nos urge desde nuestro interior a que lo obedezcamos, a fin de que seamos uno con Él y lo sigamos.


Vivir a Cristo implica obedecerlo como nuestra persona interior. Nuestra vida cristiana no sólo consiste en hablar cosas espirituales durante las reuniones, sino en vivir a Cristo cotidianamente. Muchas veces cuando estaba a punto de decir algo o de ir a algún lugar, el Cristo en mí no quería decir lo que yo quería decir ni ir adonde yo quería ir. Así que, como El no deseaba ir, esto me obligaba a decirle: “Señor, ya que Tú no vas, yo tampoco iré. Me quedaré en casa”. Esto es vivir a Cristo.

Al obedecer a Cristo como mi persona interior, he recibido la gracia para crecer en El. Cuando era joven, me enojaba con mucha facilidad. Pero ahora es difícil que alguien me ofenda y me haga enojar. Esto se debe a que Cristo en mí nunca se enoja, y yo me ejercito para ser uno con El. Cuando Cristo aumente en nosotros, disminuirán todas las otras cosas que no sean Cristo. Esta experiencia es otro aspecto de la biografía de Cristo.


Pablo afirma que Cristo es nuestra vida (Col. 3:4), y en Gálatas 2:20 también declara: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Esto no sólo debe ser una doctrina o un mero conocimiento teológico; antes bien, debe ser un hecho en nuestra experiencia. Ya no vivo yo, sino que en mí vive el mismo Cristo que murió por mí y con quien también yo fui muerto. Debemos declarar esto y hacer de ello nuestra experiencia diaria.

Debemos vivir a Cristo en todos los detalles de nuestra vida diaria. A veces cuando bromeo, Aquel que vive en mí me incomoda y me dice que me detenga, y yo le obedezco a fin de vivirle porque El no sólo es mi vida sino también mi persona. Cuando los hermanos compran una corbata, deben hacerlo conforme a Aquel que mora en ellos. No debemos vestir corbatas mundanas que no le gustan a Cristo. También debemos experimentarle como nuestra persona en la manera en que nos cortamos el pelo. No pensemos que esto es algo insignificante. Si alguien tiene el cabello muy largo, ¿piensa usted que Cristo puede hablar con libertad por medio de él? Vivir a Cristo involucra experimentarle como nuestra persona y nuestra vida, no sólo cada día sino en todo momento. Vivir a Cristo es el cimiento básico y orgánico de la vida de iglesia. La iglesia es el agregado, el conjunto, la totalidad del Cristo que vive en los santos.

LA IGLESIA ES EL PRODUCTO DEL DIOS TRIUNO

Dicha iglesia es el producto o resultado del Dios Triuno orgánico. El Padre ha impartido Su naturaleza y vida en nosotros como la substancia básica de nuestro ser; esto se indica en Efesios 1, donde dice que El nos escogió para que fuésemos santos y nos predestinó para filiación (vs. 4-5). El Hijo mediante Su obra redentora ha llegado a ser nuestro elemento, por medio del cual hemos sido hechos la herencia divina de Dios (vs. 7-11). ¿Cree usted que Dios heredará a personas pecaminosas? Lo que Dios hereda ciertamente debe ser algo muy precioso. En nuestra naturaleza pecaminosa, corrupta y natural, es decir, en nuestro ser caído, no podemos ser la herencia de Dios. Pero Efesios 1:11 dice que en Cristo fuimos designados como tal herencia. Así, hemos llegado a ser el tesoro de Dios, ya que tenemos en nosotros el elemento de Cristo, el cual es el elemento de la naturaleza divina y de la vida divina. Este elemento nos hace un tesoro precioso ante los ojos de Dios. Llegamos a ser la herencia de Dios porque tenemos a Cristo como elemento en nosotros.


Efesios 1 también dice que fuimos sellados con el Espíritu de Dios (v. 13). Cuando estampamos un sello sobre un papel, la tinta satura el papel, o sea, la esencia de la tinta se imparte en la fibra del papel. De la misma manera, el sello del Espíritu satura nuestro ser de una manera fina. Aunque he estado en Cristo por más de sesenta años, todavía percibo que el Espíritu me está sellando. Estoy siendo infundido y transfundido con el Espíritu, quien me llena de la esencia del elemento de Cristo, el cual es el mismo elemento de la naturaleza santa de Dios y de Su vida divina. Este sello me hace


esencialmente uno con el Dios Triuno. Esta es la vida de iglesia. Todos debemos vivir en la realidad de este sello, pues sólo así tendremos una maravillosa vida de iglesia en el recobro del Señor. Esto también está incluido en la biografía de Cristo.





SU BIOGRAFIA LLEGA A SER NUESTRA HISTORIA

Este maravilloso Cristo, quien es la corporificación del Padre y cuya realidad en nosotros es el Espíritu, es el elemento constituyente de la iglesia. Nuestro vivir por medio de Él, con El, mediante El y en El, constituye la vida práctica de iglesia. Así, Aquel que vive en nosotros es cada parte del nuevo hombre. La iglesia es el nuevo hombre, y como tal, está constituida de Cristo como su elemento intrínseco. Cristo es todos los miembros del nuevo hombre y está en todos ellos. En el nuevo hombre Cristo es el todo, y en todos (Col. 3:10-11). Esta no sólo es Su historia sino también la nuestra. Por ende, la biografía de Cristo llega a ser nuestra historia.

Esperamos el día cuando seamos arrebatados e introducidos plenamente en Cristo, en Su gloria, pues entonces El será nuestra gloria absoluta. Ahora El está en nosotros como nuestra esperanza de gloria. Pero en ese día, cuando entremos en la parte eterna de Su biografía, viviremos con El, en El y por El como un solo espíritu durante el reino milenario, y por la eternidad en los cielos nuevos y la tierra nueva; seremos la Nueva Jerusalén, la cual es Su agrandamiento y consumación final.

En el primer capítulo de Génesis vemos que Dios hizo al hombre a Su imagen, y la imagen del Dios invisible es Cristo mismo (Col. 1:15). Pero en el último capítulo de Apocalipsis, vemos que Cristo es “el Espíritu”, pues en Apocalipsis 22:17 se menciona al “Espíritu y la novia”. El final de la Palabra santa revela que el Dios Triuno orgánico se mezcla plenamente con nosotros, los seres tripartitos transformados. En la consumación de la revelación divina, Su nombre es “el Espíritu”. En la primera página de la Biblia El es la imagen de Dios, y en la última página de la Biblia El es “el Espíritu” que se mezcla con nosotros, los hombre tripartitos transformados, para que seamos Su novia. El, como Esposo, y nosotros, como Su novia, llegamos a ser una pareja universal. Esta pareja es la Nueva Jerusalén venidera, y será la historia, la biografía, de Él y nosotros juntamente por la eternidad. Esta biografía comenzó en la eternidad pasada y no tendrá fin, sino que durará por toda la eternidad futura. Entre la eternidad pasada y la eternidad futura, nosotros somos regenerados, renovados, santificados, transformados, conformados y glorificados. Ahora estamos en este proceso, en el camino que producirá la biografía de este maravilloso Cristo.



CAPITULO TRES

EL ESPIRITU

Lectura bíblica: Mt. 28:19; 2 Co. 13:14; Jn. 7:38-39; Ap. 22:1; Ro. 8:2; 2 Co. 3:6b; 1 Jn. 5:6b; Jn. 14:16-20; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:18; Jn. 17:17; Ef. 4:3; Ap. 22:17; Gá. 5:16; Ro. 8:4; Hch. 13:52b; 2:4a; 4:31b

LA BIOGRAFIA DE CRISTO

En este capítulo continuaremos nuestra comunión respecto a la segunda de cinco prioridades en el recobro del Señor: Cristo. En particular, veremos algo más en cuanto a la biografía de Cristo. Y posteriormente, abordaremos la verdad sobre el Espíritu, que corresponde a la tercera de cinco prioridades en el recobro del Señor.

Cristo tiene la preeminencia, el primer lugar en todas la cosas

Según la revelación de las Escrituras, Cristo es la centralidad y la universalidad de Dios con respecto a Su mover, especialmente en cuanto a efectuar la redención para producir la iglesia. Cristo es la centralidad y la universalidad de Dios, y como tal, El tiene la preeminencia, es decir, el primer lugar en todo el universo (Col. 1:18b). Tanto en la obra creadora de Dios como en la redención, en la iglesia y en los creyentes, Cristo tiene la preeminencia y ocupa el primer lugar.

Cristo fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia

Efesios 1 declara que Dios dio a Cristo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia (v. 22b). La frase “a la iglesia” implica una especie de trasmisión. Dicho de otra manera, lo que Cristo es se trasmite a la iglesia. Todo lo que Cristo, la Cabeza, ha logrado y obtenido, es trasmitido a la iglesia, Su Cuerpo. Al disfrutar esta trasmisión, somos Su plenitud y El es nuestra Cabeza.

Dios se encarnó como hombre

Cristo, quien es Dios, un día se encarnó, es decir, se hizo hombre. La encarnación consiste en que Dios se hizo hombre. El Dios todopoderoso se unió al hombre mediante la concepción y el nacimiento. Aproximadamente unos cuatro mil años después de haber creado al hombre, Dios entró en el vientre de una virgen llamada María. El Dios todopoderoso, el Creador de los cielos y la tierra, fue engendrado en el vientre de una virgen y permaneció allí por nueve meses. Luego, nació como un hombre llamado Jesús, nombre que le fue dado por Dios. Jesús conecta o une a Dios con el hombre.

El nombre Jesús significa Jehová el Salvador. Jehová se hizo hombre para ser nuestro Salvador, a fin de que disfrutásemos Su salvación. El es el Dios completo unido y


mezclado con el hombre perfecto. Esta persona maravillosa es muy especial: no es simplemente Dios ni meramente hombre; más bien, es Dios y hombre, por lo cual le llamamos el Dios-hombre. Dios y el hombre se hicieron uno en El, pues el hombre se unió a Dios y Dios se mezcló con él. ¡Este es Jesús! Muchos cristianos no conocen a Jesús como tal unión y mezcla de lo divino con lo humano. La encarnación no sólo dio lugar a que Dios se hiciera hombre, sino también introdujo a Dios en el hombre. Así que podemos declarar: “¡Aleluya, hoy Dios es un hombre!”

Después de vivir treinta años en Nazaret, El salió a ministrar y fue muy atrayente, tal como un imán. Cuando caminaba junto al mar de Galilea, atrajo a Pedro, Andrés, Jacobo y Juan (Mt. 4:18-22), los cuales dejaron sus trabajos y le siguieron. Ellos fueron atraídos por el Señor, la gran luz que resplandecía en las tinieblas de muerte (v. 16), y le siguieron a fin de que el reino de los cielos se estableciera en la luz de vida.

Aunque El era atrayente, no poseía belleza ni hermosura física. Isaías 53:2 dice: “...no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos”. Y en 52:14 dice: “...de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres”. A pesar de que el Señor no era hermoso físicamente, algo en El era tan magnético como un imán, pues atrajo a los discípulos desde el momento en que le vieron. Podríamos decir que ellos se volvieron “adictos” a Jesús. Hoy puedo declarar que soy adicto a Jesús, y muchos otros también lo son.



Morir una muerte todo-inclusiva

Después de vivir como hombre por treinta años, Jesús ministró por tres años y medio. Luego, fue a la cruz en el Calvario para morir una muerte todo-inclusiva. Por medio de dicha muerte, dio fin a la vieja creación (Col. 1:20), crucificó al viejo hombre (Ro. 6:6) y quitó el pecado del hombre (Jn. 1:29) y también los pecados (Jn. 12:31). Antes de la muerte de Jesús, el universo entero había envejecido y estaba lleno de elementos negativos. Sin embargo, El limpió este universo por medio de Su muerte.

Por el lado positivo, el Señor Jesús fue quebrantado en la cruz para liberar la vida divina, la cual estaba oculta en El (Jn. 12:24). Cuando fue herido en la cruz, al instante salió de Su costado sangre y agua (19:34). La sangre alude a la redención, y el agua representa el fluir de la vida de Dios. Por una parte, El limpió todo el universo por medio de Su muerte redentora; por otra, liberó la vida divina, la cual estaba oculta en Sí mismo, a fin de impartir esta vida en Sus creyentes.

Tres logros principales obtenidos en la resurrección

Después de morir, Jesús permaneció en el Hades durante tres días y luego salió de la muerte en resurrección. En Su resurrección El obtuvo tres logros.


Llegó a ser el Hijo primogénito de Dios

Cristo, por medio de Su resurrección, llegó a ser el Hijo primogénito de Dios (Ro. 8:29). Antes de Su resurrección El era el Hijo unigénito de Dios (Jn. 3:16), el único Hijo de Dios, pero Su naturaleza humana aún no había sido introducida en la filiación divina. Pero un día, este Hijo unigénito de Dios que poseía divinidad se hizo un hombre de carne y sangre. Como Hijo de Dios en la eternidad pasada, únicamente tenía divinidad; ciertamente poseía la naturaleza divina pero no la naturaleza humana. Sin embargo, por medio de la resurrección, Su humanidad fue introducida en la filiación. Ahora, como Hijo de Dios, El posee tanto humanidad como divinidad. Por medio de Su resurrección, Cristo introdujo Su humanidad en la filiación divina. Antes de Su resurrección El era el Hijo de Dios, pero aún no era el Hijo primogénito. En Su resurrección El fue engendrado por Dios para ser el Hijo primogénito entre muchos hijos.

Produjo muchos hijos de Dios

Además, en Su resurrección El produjo muchos hijos de Dios; éste fue el segundo logro de Su resurrección. Según 1 Pedro 1:3, Dios nos regeneró mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Su resurrección fue un gran parto corporativo, en el cual todos los creyentes fuimos hechos hijos de Dios. Una vez leí que una mujer tuvo siete hijos en un solo alumbramiento, pero en la resurrección de Cristo nacieron millones de hijos. En Su resurrección, Cristo llegó a ser el Hijo primogénito entre muchos hijos. Según 1 Pedro 1:3, nacimos de nuevo hace aproximadamente dos mil años, cuando Cristo resucitó. Todos nacimos en el mismo parto. Cuando Jesucristo nació como el Hijo primogénito, todos nosotros nacimos como los muchos hijos. En la resurrección fuimos engendrados por Dios.

Fue hecho el Espíritu vivificante

En Su resurrección, Cristo también fue hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45); éste es el tercer logro de Su resurrección. Él era el Dios único que se hizo hombre. Como hombre, murió en la cruz, fue sepultado y permaneció en el Hades durante tres días. Luego, entró en resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante. Hoy, El es Dios, es un hombre y además, es el Espíritu que da vida. ¡Él es una persona maravillosa! La biografía de Cristo es maravillosa. El es el Espíritu vivificante, y como tal, es la consumación del Dios que se hizo hombre. El Dios que se hizo hombre es consumado en el Espíritu. Por tanto, el Espíritu que da vida es la totalidad de Dios más el hombre. El llegó a ser el Espíritu vivificante para impartirse a Sí mismo en nosotros, a fin de ser nuestra vida y morar en nosotros como nuestra persona.

Es un hecho que Jesús ha entrado en nosotros, pero debemos entender que la historia de este Jesús que entró en nosotros, no es tan sencilla. Ciertamente El era Dios en la eternidad pasada. Pero unos cuatro mil años después de haber creado al hombre, El


entró en el vientre de una virgen y nació de ella. Así, Dios nació como hombre y se unió a éste. Posteriormente, vivió como hombre por treinta tres años y medio, murió en la cruz, fue sepultado por tres días y salió en resurrección llegando a ser el Espíritu vivificante. Por tanto, el Espíritu vivificante es el agregado del Dios que se hizo hombre. Hoy, El es el Espíritu que da vida.

Jesús adiestra a los discípulos para que disfruten Su presencia invisible

En la noche del día de Su resurrección, Jesús regresó a Sus discípulos. Ellos estaban reunidos y habían cerrado las puertas por miedo de los judíos. Los discípulos se sentían amenazados, tenían temor y estaban sin paz. De repente, Jesús apareció y se puso de pie en medio de ellos. El se presentó como la paz, diciendo: “Paz a vosotros” (Jn. 20:19). Según Lucas 24:37 los discípulos, “espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu”. Pero el Señor les dijo: “Mirad Mis manos y Mis pies, que Yo mismo soy; palpadme, y ved; porque un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que Yo tengo” (v. 39). El Señor vino a ellos con un cuerpo resucitado (1 Co. 15:44). ¿Cómo pudo El, siendo de carne y hueso, entrar en un cuarto cerrado? Nuestra mente limitada no puede concebirlo, pero ¡es un hecho! Debemos creer este hecho según consta en la revelación divina. El mostró a los discípulos Sus manos y Su costado, y se infundió en ellos como el soplo o aliento de vida (Jn. 20:20-22). Así que, El llegó a ser el Espíritu; no obstante, tenía carne y huesos.

Después de Su resurrección y antes de Su ascensión, El se manifestó a los discípulos y luego desapareció. Aunque ellos no le veían, El permanecía en ellos como Espíritu. Antes de morir, el Señor estaba en la carne y Su presencia era visible; pero después de Su resurrección, llegó a ser el Espíritu y Su presencia era invisible. Las manifestaciones o apariciones que hizo después de Su resurrección tenían como fin adiestrar a los discípulos a que se percataran de Su presencia invisible, la disfrutaran y vivieran en ella. Esta presencia es más accesible, prevaleciente, preciosa, rica y real que Su presencia visible. En resurrección, Su adorable presencia era simplemente el Espíritu, el cual Jesús había impartido como soplo en ellos, y el cual estaría siempre con ellos.

Ya fuera que los discípulos estuvieran conscientes de Su presencia o no, El estaba con ellos continuamente. Por causa de la debilidad de ellos, se manifestó a fin de fortalecer la fe que tenían en El. Cuando desapareció de nuevo, los discípulos se desanimaron. Debido a la necesidad de ganarse el sustento diario, Pedro se fue a pescar, y le siguieron algunos de los discípulos. Ellos no pescaron ni un solo pez en toda la noche. Mas, de repente, Jesús se les apareció (Jn. 21:1-14). Aunque El se aparecía y desaparecía, la realidad era que siempre estaba con ellos.

La vida cristiana es una vida en la que Jesús se manifiesta y luego desaparece. Quizás por la mañana un hermano siente que Jesús está con él, y pasa un tiempo muy íntimo


con el Señor, disfrutando de Su presencia. Pero más tarde, tal vez la esposa hace o dice algo que lo moleste. Entonces, según el sentir de ese hermano, Jesús se desaparece. Aparentemente, él pierde la presencia de Jesús, pero en realidad Jesús no se ha ido. Quizás este hermano siente que perdió la presencia del Señor, pero el Señor siempre permanece con él. Todo esto forma parte de la biografía de Jesús.

Nos introduce en la gloria para consumar la nueva creación de Dios

Día tras día el Señor se nos manifiesta y luego desaparece, a fin de santificarnos, renovarnos, transformarnos y conformarnos a Su imagen. Finalmente, El nos glorificará en Su gran manifestación, Su segunda venida. Entonces nos introducirá en la gloria, de modo que nuestro cuerpo físico será glorificado. Según Filipenses 3:21, nuestro cuerpo es un cuerpo de humillación que ha sido dañado por el pecado, la debilidad, la enfermedad y la muerte (Ro. 6:6; 7:24; 8:11). Pero finalmente, nuestro cuerpo será conformado al cuerpo resucitado de Cristo, el cual se halla saturado de la gloria de Dios (Lc. 24:26) y trasciende la corrupción y la muerte (Ro. 6:9). Cristo es la gloria, y como tal, introducirá nuestro cuerpo de humillación en Sí mismo. Ahora El es nuestra esperanza de gloria (Col. 1:27), pero un día estaremos en El y con Él en dicha gloria, lo cual dará consumación a la nueva creación de Dios en nosotros.

Antes de que fuéramos regenerados, estábamos plenamente en la vieja creación. La regeneración nos hizo una nueva creación, pero aún no la somos totalmente. Más bien, estamos en el proceso de llegar a ser la nueva creación de Dios, tal como una mariposa gradualmente sale de su capullo. Cuando Jesús vuelva, nuestros cuerpos serán transfigurados y seremos introducidos en Su gloria, lo cual dará consumación a la nueva creación de Dios en nosotros. Esta es la biografía de Cristo.

Trae el reino de Dios a la tierra

Cuando El regrese, traerá el reino de Dios a la tierra. Según Daniel 2, El vendrá como piedra que hiere y destruirá la totalidad del gobierno humano sobre la tierra. Entonces, como dicha piedra que hiere, El se convertirá en un gran monte, el reino de Dios, el cual llenará toda la tierra (vs. 34-35, 44-45). Por tanto, en Su segunda venida El dará consumación a la nueva creación de Dios en nosotros y limpiará la tierra, destruyendo la totalidad del gobierno humano, desde Nimrod hasta el anticristo, lo cual es representado por la gran imagen humana de Daniel 2. Entonces, El se convertirá en el reino de Dios que llena toda la tierra.

Los creyentes que venzan reinarán con El en el reino milenario, mientras que los creyentes derrotados serán disciplinados. Los cristianos que sean derrotados en esta era madurarán en el milenio, mientras que los judíos salvos serán consumados como la nueva creación de Dios. Al finalizar el milenio, se rebelará una parte de las naciones,


quienes fueron ciudadanos del reino por mil años (Ap. 20:7-9). Esa será la última rebelión de los hombres contra Dios, y descenderá fuego del cielo y los destruirá. Luego, el antiguo cielo y la antigua tierra pasarán, y vendrán el nuevo cielo y la nueva tierra. Entonces, todos los creyentes madurados juntamente con los judíos escogidos y redimidos serán la Nueva Jerusalén por la eternidad.

El es la centralidad y la universalidad de la Nueva Jerusalén

Cristo será la centralidad y la universalidad de la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén será la mezcla, la compenetración, del Dios Triuno procesado y el hombre tripartito transformado. Por una parte, seremos la morada de Dios, y por otra, El será nuestra morada. La Nueva Jerusalén será una morada en la que Dios y nosotros moraremos mutuamente. En otras palabras, Dios morará en nosotros y nosotros en El. Así, disfrutaremos y expresaremos al Dios Triuno por la eternidad. Este es el destino eterno de la Nueva Jerusalén, en la cual Cristo será el centro y la circunferencia. Allí El será plenamente la centralidad y la universalidad de la economía de Dios. La Nueva Jerusalén será la consumación final de la economía de Dios. Esta es la biografía de Cristo, la cual no tiene fin.

EL ESPIRITU

Ahora quisiera mencionar la tercera de cinco prioridades en el recobro del Señor: el Espíritu.

La Trinidad Divina

Cuando hablamos del Espíritu, es necesario mencionar la Trinidad Divina. La Trinidad Divina es un gran misterio. Dios es singularmente uno, pero este único Dios es Triuno. El término teológico Triuno es una palabra derivada del latín, la cual fue inventada por los eruditos de la Biblia. Tri significa tres, y uno significa uno. Dios es uno, pero a la vez también es tres. Aunque Dios es tres, esto no quiere decir que El sea tres dioses. Ciertamente El es el único Dios, pero también es tres. Este es un gran misterio.

Los maestros de la Biblia y los teólogos se han esforzado mucho por describir la Trinidad. Algunos han usado el plural personas para describir a los tres de la Deidad. En ocasiones podemos usar este término, pero si lo usamos demasiado, podemos caer en la herejía del triteísmo. Otros han usado la palabra hypóstasis para describir a los tres de la Deidad. Esta palabra griega se refiere a un soporte subyacente, es decir, a un apoyo que está por debajo, algo que sostiene. Por ejemplo, una mesa puede apoyarse sobre cuatro patas. Dios es singularmente uno, pero tiene tres substancias que lo sustentan: el Padre, el Hijo y el Espíritu.


El Espíritu es el Dios Triuno que fluye

Según la revelación divina, la Trinidad Divina tiene una fuente, un cauce y una corriente. La Biblia dice que Dios es el agua viva (Jn. 4:10, 14), y esta agua tiene una fuente, un cauce y una corriente. El Padre es la fuente, el Hijo es el cauce y el Espíritu es la corriente. Mateo 28:19 dice que debemos bautizar a las personas en el nombre, singular, de tres personas: el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu. La Trinidad tiene un solo nombre. En 2 Corintios 13:14 se habla del amor de Dios, la gracia de Cristo y la comunión del Espíritu Santo. En este versículo vemos tres personas: Dios, Cristo y el Espíritu Santo; y también vemos tres cosas: el amor, la gracia y la comunión. El amor de Dios es la fuente; la gracia que procede de este amor es el cauce; y la comunión del Espíritu es la corriente.

El Espíritu es la corriente del Dios Triuno, en otras palabras, es el Dios Triuno que fluye. Podríamos comparar al Espíritu, quien es el Dios Triuno que fluye, con la corriente eléctrica, la cual es la electricidad que fluye. La electricidad y la corriente eléctrica no son dos, sino una misma cosa. La electricidad fluye, y a eso se le llama la corriente eléctrica; el Dios Triuno fluye, y esto es llamado el Espíritu.

El Espíritu no sólo es el Dios Triuno que fluye, sino también el Dios Triuno que llega a nosotros. Por ejemplo, la corriente eléctrica es la electricidad que llega a nosotros. La electricidad llega a una casa desde la planta por medio de la corriente eléctrica o flujo eléctrico. Puesto que la corriente llega a nosotros, esto alude a que “entra en nosotros”. El Espíritu es el Dios Triuno que llega a nosotros, y por ende, entra en nosotros. El Espíritu es el Dios Triuno que entra en nosotros como Espíritu de vida (Ro. 8:2).

El Espíritu es la realidad

El Espíritu es la realidad misma (1 Jn. 5:6b). Dios es misterioso pero real. Por ejemplo, no podemos decir con facilidad si la electricidad es sólida o no. Es correcto decir que nuestro Dios es misterioso; sin embargo, El también es muy real. La realidad es el Espíritu. El Espíritu es la realidad de Dios, la realidad de Cristo (Jn. 14.16-20; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:18), la realidad de la palabra de Dios (Jn. 17:17) y la realidad de la resurrección de Cristo.


El Espíritu es el Espíritu vivificante

Dios pasó por diferentes etapas en Su economía. En la eternidad pasada Dios era solamente divino y no poseía el elemento humano. Pero aproximadamente cuatro mil años después de crear al hombre, El mismo se hizo hombre. El Señor participó de la naturaleza humana al participar de carne y sangre (He. 2:14). Esta es otra etapa por la cual Dios pasó. El llegó a ser Emanuel (Mt. 1:23), un Dios-hombre.


Nuestro Dios, el Dios de los cristianos, es muy diferente del Dios de los judíos. Debido a que los judíos no creen en Jesús, el Dios de ellos sólo posee divinidad pero no humanidad. Los judíos no creen que el Jesús de hoy es el Jehová del Antiguo Testamento. En el Antiguo Testamento Jehová era sólo Dios, pero Jesús hoy es Dios y hombre. Este hombre Jesús, el postrer Adán, llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). En el Nuevo Testamento vemos dos grandes transformaciones, es decir, dos grandes “llegó a ser”: primero, Dios se hizo hombre, el Verbo se hizo carne (Jn. 1:14); segundo, este Dios-hombre fue hecho el Espíritu vivificante. Estas son las diferentes etapas por las cuales Dios pasó.

En la eternidad pasada, el Espíritu de Dios era solamente el Espíritu de divinidad. Pero una vez que Dios se hizo hombre, este Dios-hombre llegó a ser el Espíritu vivificante. Ahora, el Espíritu de Dios también es el Espíritu del hombre Jesús. Hechos 16:7 habla del “Espíritu de Jesús”. El Espíritu de Jesús es el Espíritu de Dios que contiene también el elemento humano de Jesús. El Espíritu de Cristo se menciona en Romanos 8:9, y en Filipenses 1:19 se nombra al Espíritu de Jesucristo. El Espíritu de Cristo y el Espíritu de Jesucristo son un solo Espíritu, el cual incluye el elemento divino y el humano.

En Juan 7 el Señor Jesús proclamó que el Espíritu sería la corriente que fluiría en el interior de los creyentes (v. 38). El versículo 39 dice que “aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. En ese entonces Jesús aún no había sido glorificado, pues El fue glorificado cuando resucitó. El todavía no había llegado a ser el Espíritu vivificante mediante la resurrección. Este Espíritu vivificante, Jesús, ciertamente es el Espíritu de Dios, pero en otra etapa.

En la eternidad pasada, una de Sus etapas, El era sólo el Espíritu que poseía divinidad pero que no tenía el elemento humano. Sin embargo, cuando Jesús resucitó, el Espíritu llegó a ser el Espíritu de Jesucristo. En la resurrección Jesús fue hecho el Espíritu vivificante, así que dicho Espíritu vino a ser el Espíritu de Jesucristo, el cual posee el elemento humano en resurrección. Hoy en día, el Espíritu que mora en nosotros no sólo es el Espíritu Santo y el Espíritu de Dios, sino también el Espíritu de Jesucristo; El es divino y también humano. No sólo es humano a causa de la encarnación, sino también en la resurrección. Hoy El es tal Espíritu.

El Espíritu compuesto todo-inclusivo

Dios, el hombre, la muerte de Jesús y la resurrección de Cristo, se compenetran para formar el Espíritu compuesto. Decimos esto basados en el ungüento compuesto mencionado en Éxodo 30, el cual tipifica a este Espíritu todo-inclusivo. Un hin de aceite de olivas era la base de este ungüento, a la cual se le añadían cuatro clases de especias — mirra, canela, cálamo y casia— para formar un ungüento compuesto (vs. 23-25). Una nota al margen de la Biblia Newberry dice que este ungüento compuesto de Éxodo 30


alude al Espíritu. Leí esto hace mucho tiempo y sabía que este ungüento tipificaba al Espíritu, pero no entendí que tipificaba al Espíritu compuesto hasta muchos años después. Hoy el Espíritu de Jesucristo no solamente es el Espíritu que posee divinidad, sino también el Espíritu compuesto, el cual se compone de la divinidad, la humanidad, la muerte de Jesús y la resurrección de Cristo. Así que, el Espíritu Santo que experimentamos es este Espíritu compuesto.

Cuando era un cristiano joven me dijeron que estaba crucificado con Cristo. Sin embargo, yo no podía entender cómo la crucifixión de Cristo me involucraba, ya que El murió hace dos mil años. ¿Cómo pude yo estar allí? A.B. Simpson dice que, basados en Romanos 6:11, debemos considerar que hemos sido crucificados. Según nuestro concepto, la muerte de Cristo ocurrió lejos de nosotros en cuanto a espacio y tiempo; pero debido a que Dios nos ha puesto en Cristo, Su historia es ahora nuestra experiencia.


Por ejemplo, aquellos que son descendientes de europeos vinieron a los Estados Unidos hace aproximadamente doscientos años, aun antes de haber nacido. Más tarde, nacieron en los Estados Unidos aunque sus antepasados no eran estadounidenses. Cuando los antepasados llegaron a los Estados Unidos, los descendientes estaban en ellos. Hebreos 7 menciona el hecho de que la tribu de Leví ofreció diezmos a Melquisedec por medio de su padre Abraham (v. 9), puesto que ellos estaban en los lomos de Abraham cuando éste se encontró con Melquisedec (v. 10). Por tanto, la historia de nuestros antepasados es nuestra propia experiencia; así que, podemos considerarnos muertos basados en este entendimiento.

Dios nos puso en Cristo (1 Co. 1:30). Hace dos mil años Cristo murió en el Calvario, y debido a que Dios nos incluyó en El, nosotros también morimos. Esta es la razón por la que debemos considerarnos crucificados juntamente con Cristo (Gá. 2:20). Este hecho es muy lógico. Sin embargo, si tratamos de experimentar tal crucifixión, nos daremos cuenta de que considerarnos muertos es una técnica inútil. Cuanto más nos consideramos muertos, más vivos parecemos estar.

Un día el hermano Nee nos dijo que la muerte de Cristo mencionada en Romanos 6 está en el Espíritu mencionado en Romanos 8. La muerte de Cristo, especialmente la eficacia de Su muerte, ha sido añadida al Espíritu. Así que, en el Espíritu se halla el poder y la eficacia de la muerte de Cristo. Un doctor prescribe medicinas que contienen diferentes esencias, unas de las cuales tienen la capacidad de nutrirnos mientras que otras actúan matando bacterias. El Espíritu compuesto es la dosis más eficaz, la cual Dios ha prescrito para nosotros. El es nuestra dosis todo-inclusiva. Si nos enojamos frecuentemente, también debemos tomar con frecuencia el Espíritu de Jesús. El Espíritu de Jesús contiene el elemento de la muerte de Cristo, la cual mata el microbio de la ira.


Invocar el nombre del Señor para recibir el Espíritu

El Espíritu que experimentamos hoy es el Espíritu consumado, no el Espíritu “crudo”, sin procesar. El Espíritu divino ya ha sido consumado y contiene el elemento humano, la dulzura y la eficacia de la muerte de Cristo, y el poder de Su resurrección. Dicho Espíritu consumado ha llegado a ser la dosis que Dios nos ha prescrito. Debemos tomar esta dosis continuamente por medio de invocar el nombre del Señor: “Oh Señor Jesús. Oh Señor Jesús”. Si un paciente tiene la presión alta, el doctor le recetará cierta clase de medicina. Al poco tiempo de haber ingerido la medicina, bajará la presión alta de esa persona. De igual manera, debemos tomar la dosis eficaz para nuestra vida cristiana y nuestra vida de iglesia. Esta dosis es el Espíritu compuesto.

Ingerimos esta dosis al invocar: “Oh Señor Jesús”. No es necesario gritar. Al invocar el nombre del Señor continuamente, nuestra ira desvanecerá. Por eso se nos exhorta a que oremos sin cesar (1 Ts. 5:17). Al orar debemos invocar: “Oh Señor Jesús”. Invocar el nombre del Señor equivale a inhalar el Espíritu. M. E. Barber escribió un himno que dice: “Respirar, Jesús, Tu nombre / Me da vida en verdad” (Himnos, #41). Si inhalamos el nombre de Jesús al invocar, bebemos el Espíritu de vida. Invocar el nombre del Señor es inhalar el Espíritu (Lm. 3:55-56).

El Espíritu hoy es la consumación del Dios Triuno, o sea, es el Espíritu consumado de Dios en el cual se ha incluido el elemento divino, el elemento humano, la muerte de Jesús y la resurrección de Cristo. En Filipenses 1:19 Pablo habla de la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. El Espíritu de Jesucristo es abundante, rico y tiene un suministro también abundante. ¿Cómo podemos experimentarlo y poseerlo? Al invocar el nombre de Jesucristo. Jesucristo es el nombre, y el Espíritu de Jesucristo es la persona. Si llamamos a una persona por su nombre, ésta respondería: “Sí, aquí estoy”. Asimismo, al invocar “Oh Señor Jesús”, el Espíritu diría: “Sí, aquí estoy”. Esto sucede porque el Espíritu es Su persona misma.

Debemos invocar el nombre del Señor en cualquier lugar (1 Co. 1:2). Algunos hermanos y hermanos no quieren invocar el nombre del Señor antes que otros en las reuniones porque tienen muy alta estima de sí mismos. Por ejemplo, un hermano que es profesor quizás sienta que perderá su dignidad si invoca el nombre del Señor. Es más fácil que los jóvenes invoquen el nombre del Señor. Quizás los santos de más edad invoquen el nombre del Señor en secreto, privadamente, pero no públicamente en las reuniones; sin embargo, si no invocamos el nombre del Señor, estamos rehusando tomar el Espíritu como nuestra medicina, como nuestra dosis. No es vergonzoso ingerir la mejor medicina. Debemos invocar el nombre del Señor para recibir el Espíritu.


Los creyentes deben ser llenos interiormente del Espíritu esencial, y exteriormente,

del Espíritu económico

El Espíritu es la totalidad del Dios Triuno, Su consumación. El Dios Triuno está corporificado en Cristo, y Cristo es hecho real en nosotros por el Espíritu. El Espíritu hoy es el Jesús viviente y la realidad del Dios Triuno. Al orar, lo disfrutamos y somos llenos de Él. Así, nos llenamos interiormente del Espíritu esencial para tener vida y vivir, y nos llenamos exteriormente del Espíritu económico para obtener poder en nuestro ministerio y obra (Hch. 13:52; 2:4a; 4:31b).

Antes de ministrar la palabra a los santos, necesito orar; si no oro, no puedo hablar. Antes de hablar, a menudo oro: “Señor, lléname por dentro como mi esencia y mi vida, y lléname por fuera con poder para tener impacto”. El Señor siempre escucha esta oración, ya que cuando hablo, interiormente experimento al Espíritu como la esencia en mi interior, y exteriormente lo experimento como la autoridad sobre mí, lo cual produce impacto. Necesitamos ser llenos interiormente del Espíritu esencial para obtener vida y realidad en nuestro ser, y también necesitamos ser llenos exteriormente del Espíritu de poder, para llevar a cabo la obra de Dios y cumplir así Su economía.

Los creyentes deben vivir, actuar y hacer todo por el Espíritu, en El y conforme a El

Los creyentes deben vivir, actuar y hacer todo por el Espíritu, en El y conforme a El (Gá. 5:16, 25; Ro. 8:4). Esta es la vida cristiana y también la vida corporativa de la iglesia.

La iglesia es la novia de Cristo,

y como tal, debe ser una con el Espíritu

La iglesia es la novia de Cristo, y como tal, debe ser una con el Espíritu (Ap. 22:17). Al final, la iglesia y el Espíritu serán uno. En 1 Corintios 6:17 dice: “Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con El”. La iglesia debe ser un espíritu con el Señor. Si vivimos, actuamos y hacemos todo por el Espíritu, en El y conforme a Él, la iglesia será absolutamente una con el Espíritu. Esta es la iglesia, el Cuerpo de Cristo, que el Señor desea obtener.



CAPITULO CUATRO

LA IGLESIA

Lectura bíblica: Ef. 3:9-10; 1:9, 4-5, 10-11, 13, 19-23; 1 Co. 10:32; Ro. 16:16b; 1 Co. 14:33b; Hch. 8:1; 13:1; 1 Co. 1:2; Ap. 1:4, 11; 1 Co. 14:5, 12

Anteriormente hemos abarcado los siguientes temas: la unidad del Cuerpo de Cristo, Cristo y el Espíritu. Ahora, en este capítulo consideraremos el tema de la iglesia. La unidad se halla en la iglesia, y tanto Cristo como el Espíritu desean edificar la iglesia. Hemos visto que el Espíritu es el Espíritu de vida y el Espíritu vivificante; además, el Espíritu es la realidad: la realidad de Dios, de Cristo, de la Palabra y de la resurrección de Cristo. Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu. El Espíritu es la totalidad, el agregado y la consumación del Dios Triuno. El Padre es la fuente, el Hijo es el cauce y el Espíritu es la corriente del Dios Triuno. El Hijo es la corporificación del Padre, y el Espíritu es el Hijo hecho real en nosotros. Así que, tenemos un solo Dios, pero El posee muchos aspectos.


La iglesia también posee diferentes aspectos. La iglesia es una, única y universal; sin embargo, en la práctica la iglesia se expresa por medio de las iglesias locales. Por eso, el Nuevo Testamento menciona la iglesia que estaba en Jerusalén (Hch. 8:1), la iglesia en Antioquía (13:1) y la iglesia en Corinto (1 Co. 1:2). Además, Apocalipsis 1:11 habla de las siete iglesias que estaban en Asia: en Efeso, en Esmirna, en Pérgamo, en Tiatira, en Sardis, en Filadelfia y en Laodicea. En la práctica éstas son muchas iglesias locales, pero todas ellas constituyen la única iglesia universal. La iglesia tiene dos aspectos, el aspecto local y el aspecto universal. Es decir que, localmente las iglesias son muchas, pero universalmente todas las iglesias son una sola. La iglesia es el único Cuerpo de Cristo, y dicho Cuerpo se expresa en muchas localidades por medio de las iglesias locales.

LA IGLESIA, EL CUERPO DE CRISTO, ES UNA CON EL DIOS TRIUNO EN

VIDA, NATURALEZA, ELEMENTO Y ESENCIA

En Efesios 4:4-6 dice: “Un Cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”. Estos versículos mencionan a cuatro personas: un Cuerpo, un Espíritu, un Señor y un Dios y Padre. También hablan de tres asuntos: una esperanza, una fe y un bautismo. Las tres personas de la Trinidad Divina —el Espíritu, el Señor y el Dios y Padre— son uno. El Padre está en el Hijo (Jn. 14:10), el Hijo es el Espíritu (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17), y el Espíritu es la totalidad, el agregado y la consumación del Dios Triuno. El Cuerpo es la mezcla del Dios Triuno y el hombre tripartito.


Los creyentes nacimos de Dios, así que somos hijos de Dios (Jn. 1:12-13). En la vida divina, Dios es nuestro Padre. Podríamos ejemplificar esto citando el caso de un padre que tiene tres hijos. Puesto que tal padre es una persona, los tres hijos también son personas. Es correcto decir que el padre y los tres hijos son iguales en el sentido de que son personas; sin embargo, el padre es uno solo, y sus hijos no participan en la paternidad de él. Los cuatro son iguales en el sentido de que son personas, pero no son iguales en cuanto a la paternidad, pues entre todos ellos sólo uno es el padre. En este sentido el padre es distinto, pues él es el único padre. Los tres hijos son personas y nacieron del padre, pero no son el padre.

De igual manera, los creyentes tenemos un Dios y Padre, y este único Dios tiene muchos hijos. Nosotros no somos Dios en cuanto a Su paternidad; sin embargo, somos hijos de Dios. Somos hijos de Dios que nacimos de Él y tenemos Su vida, Su naturaleza, Su elemento y Su esencia; en este sentido somos iguales a Dios, pero no somos iguales a Él en cuanto a Su Deidad. Puesto que nacimos de Dios, podemos afirmar que somos divinos en vida, naturaleza, elemento y esencia. La iglesia es igual a Dios en vida, naturaleza, elemento y esencia divinas.

Por eso Pablo ubica el Cuerpo en la misma categoría que el Espíritu, el Señor y Dios el Padre: los cuatro son divinos. Dios el Padre es divino; el Señor es divino; el Espíritu es divino; y el Cuerpo también es divino. El Cuerpo es divinamente humano y humanamente divino. La iglesia es humana, pero de modo divino, y es divina pero de modo humano; no obstante, su posición se basa en lo divino, no en lo humano. La iglesia es el Cuerpo de Cristo porque tiene la vida, naturaleza, elemento y esencia divinas. Pablo dijo: “un Cuerpo y un Espíritu”. El Cuerpo ha sido regenerado con el Espíritu como su esencia; esto significa que la iglesia es humanamente divina.

En las reuniones de la iglesia podemos tener la valentía de proclamar que somos humanamente divinos. Después de la reunión, sin embargo, quizás el esposo se queje de su esposa; cuando esto sucede, ¿está la iglesia quejándose? No, porque este esposo que se queja, esta persona natural, no es parte de la iglesia. En la iglesia no hay lugar para ninguna persona natural. Colosenses 3:10-11 afirma que en el nuevo hombre, es decir, en la iglesia, no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es todos los miembros del nuevo hombre y está en todos ellos. En la iglesia, en el nuevo hombre, sólo hay lugar para Cristo. El es el nuevo hombre, Su propio Cuerpo (1 Co. 12:12). En la iglesia no hay chinos, tejanos ni californianos; la iglesia no sólo es humana, sino divinamente humana.

La iglesia es el único Cuerpo de Cristo y posee al único Espíritu como su esencia divina. Pablo dijo en Efesios 4:3: “Diligentes en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”. Después, en el versículo 4 vemos que la iglesia es el “un Cuerpo”. Esto indica que la unidad del Espíritu está en el Cuerpo. La esencia del “un Cuerpo” es el “un Espíritu”.


Esta esencia proviene de un solo elemento, y este elemento es el “un Señor” (v. 5). Además, este elemento proviene de una sola fuente, a saber, el Padre en Su vida divina con la naturaleza divina. El elemento de dicha fuente es el Señor, Cristo, y la esencia del elemento es el Espíritu. El Espíritu es la esencia de Cristo, quien es el elemento divino. El Espíritu es el extracto de Cristo.

Podemos usar una sandía como ejemplo. Si deseamos comer una sandía, debemos primero cortarla en pedazos, y al comer los pedazos, estos se convierten en jugo. El jugo es el extracto de la sandía, su misma esencia. El Espíritu es el extracto, la esencia, de Cristo quien es el elemento. Cristo es el elemento de la fuente, quien es el Padre. En este ejemplo, podemos comparar al Padre con la sandía, a Cristo con los pedazos, y al Espíritu con el jugo. Cuando bebemos el Espíritu (1 Co. 12:13), el jugo, disfrutamos a Cristo como el elemento y al Padre como la fuente.

El Cuerpo se produce del Espíritu quien es la esencia, del Señor quien es el elemento, y del Padre quien es la fuente. Por tanto, el Dios Triuno produce la iglesia. En Efesios 4:4-6 vemos cuatro personas, a saber, un Dios y Padre, un Señor, un Espíritu y un Cuerpo. La iglesia, el Cuerpo, se produce de la esencia, esta esencia es el extracto del elemento, y el elemento proviene de la fuente. El producto de los tres de la Trinidad Divina es una cuarta entidad, a saber, el Cuerpo de Cristo. El Padre es divino, el Hijo es divino, el Espíritu es divino, y lo que Ellos producen también es divino. En conclusión, vemos que el Dios Triuno produce la iglesia, la cual es el Cuerpo de Cristo.

Cuando era joven estando en China, se me dijo que la iglesia es un edificio físico que tiene una torre alta y una campana. Eso definitivamente no es la iglesia. Cuando me reunía con la Asamblea de los Hermanos, ellos me corrigieron y me enseñaron que la iglesia es la asamblea llamada por Dios. Este es el significado de la palabra ekklesia, la palabra griega que en español se traduce iglesia.

Después salí de la Asamblea de los Hermanos y llegué al recobro del Señor. Cuando me reunía con la iglesia en Shanghai, el hermano Nee nos ayudó a ver que la iglesia no sólo es una congregación que Dios ha llamado y congregado. En un mensaje él apuntó con el dedo hacia los hermanos y hermanas, y dijo: “La iglesia es Cristo en usted, en usted y en usted. La iglesia es Cristo en las hermanas, en los hermanos, en mí y en todos ustedes. La totalidad de este Cristo es la iglesia”. Estas palabras abrieron mis ojos.

Sin Cristo no existe la iglesia. Podemos llamarnos una congregación de cristianos, pero si no tenemos a Cristo en nosotros, no somos la iglesia. Cristo es el elemento constituyente de la iglesia. Antes de ser salvos no éramos la iglesia; pero una vez que fuimos salvos, llegamos a ser la iglesia. Antes no éramos la iglesia, pero ahora si lo somos. ¿En qué radica la diferencia? En el pasado no teníamos a Cristo, pero ahora sí. Aunque seamos débiles, con tal que tengamos a Cristo, somos parte de la iglesia.


Por tanto, la iglesia es Cristo mezclado con nosotros. A veces la esencia divina de Cristo resplandece y se manifiesta visiblemente en nosotros, pero otras veces la parte humana prevalece, a tal grado que no pareciéramos ser la iglesia. Quizás en la reunión Cristo resplandece en medio nuestro. Pero, si después de la reunión el esposo se queja de su esposa y la esposa se queja de su esposo, esto no es la iglesia.

La iglesia es producto del Dios Triuno: el Padre está corporificado en el Hijo, el Hijo es hecho real en nosotros como el Espíritu, y el Espíritu está mezclado con nosotros. Por tanto, en Efesios 4 vemos al Padre, al Señor, al Espíritu y a nosotros, el Cuerpo. Esto no significa que seamos deificados o que nos hagamos Dios; en otras palabras, somos divinos sólo en vida, en naturaleza, en elemento y en esencia, pero no somos objeto de adoración. En el universo sólo uno es Dios poseyendo la Deidad y es digno de adoración: el Dios Triuno.

LA IGLESIA FORMA PARTE DE LA

ECONOMIA DE DIOS Y DE SU BENEPLACITO

La iglesia forma parte de la economía de Dios (Ef. 3:9-10). La palabra economía se usa en Efesios 1:10 y en 3:9. Efesios 1:10 habla de “la economía de la plenitud de los tiempos”, y en 3:9 dice: “y de alumbrar a todos para que vean cuál es la economía del misterio”. La palabra griega oikonomia ha sido traducida economía. Oiko significa casa o familia, y nomos significa ley. Por tanto, oikonomia denota una ley doméstica, un gobierno familiar, una administración doméstica. Toda administración involucra cierto orden y también requiere de un plan.

La iglesia también forma parte del beneplácito de Dios (Ef. 1:9). Nuestro Dios es un Dios viviente, una persona viviente que tiene un deseo, un beneplácito y una voluntad. El desea realizar algo, pues desea llevar a cabo Su voluntad. Basado en Su deseo y Su voluntad, El concibió un plan, y ese plan es Su economía, Su administración doméstica.

El administra dicho gobierno doméstico como Padre. El es el Padre que administra Su propia familia, y nosotros los creyentes somos Sus hijos. Ciertamente El tiene una gran familia, a la cual Gálatas 6:10 llama “la familia de la fe”. En este universo existe una familia de la fe, la cual incluye a los israelitas escogidos y a la iglesia. Ambos grupos fueron escogidos por Dios para ser Sus parientes, Su familia. Y este gran Padre lleva a cabo Su administración entre ellos.

En Su administración Dios planeó crear un grupo de seres humanos a Su imagen, con el fin de que ellos llegaran a ser el vaso corporativo que lo contuviera; por tanto, este vaso debe tener la misma forma que El. Un recipiente o contenedor redondo está hecho para contener algo redondo. El recipiente es hecho a la imagen del contenido, es decir, en la misma forma. Por eso, Dios nos hizo a Su imagen. Somos el recipiente hecho a la imagen de Dios, quien es nuestro contenido.


En Su economía, Su administración doméstica, Dios dispuso hacer al hombre no sólo a Su imagen sino también con un espíritu, para que éste fuese el recipiente que lo contuviera a El cómo Espíritu. Dios decidió que el hombre fuese hecho a Su imagen y que poseyese un espíritu para recibirlo a Él como vida, lo cual está representado por el árbol de la vida (Gn. 2:7-9). Se suponía que el hombre comiera del árbol de la vida y así recibiera a Dios como vida. Sin embargo, el hombre no recibió a Dios; al contrario, cayó. Luego, vemos en el Nuevo Testamento que Jesús proclamó que El era la vida (Jn. 14:6) y el árbol, la vid (Jn. 15:1). Cuando unimos ambos aspectos, nos damos cuenta de que El es el árbol de la vida. El árbol de la vida no es un pino enorme, imposible de alcanzar, sino una vid que se extiende por toda la tierra y que es accesible a todos. El árbol de la vida mencionado en Apocalipsis 22 es Cristo, quien crece en el río de agua de vida (vs. 1-2). El río de agua de vida es el Espíritu. Y Cristo crece en el Espíritu y como Espíritu.

El Espíritu en nosotros es la esencia del Cuerpo de Cristo. Hemos dicho que la esencia proviene del elemento, quien es el Hijo, y que el elemento proviene de la fuente, quien es el Padre. La iglesia, o sea, el Cuerpo de Cristo, es el producto del Padre como la fuente, del Hijo como el elemento y del Espíritu como la esencia. Somos la iglesia al experimentar al Dios Triuno como nuestra vida.

LA IGLESIA ESTA CONSTITUIDA DE LA

VIDA Y NATURALEZA DE DIOS EL PADRE,

DEL ELEMENTO DE DIOS EL HIJO

Y DE LA ESENCIA DE DIOS EL ESPIRITU

La iglesia está constituida de la vida y naturaleza de Dios el Padre, del elemento de Dios el Hijo y de la esencia de Dios el Espíritu (Ef. 1:4-5, 10-11, 13). Efesios 1:4 y 5 dice que Dios el Padre nos escogió para que fuésemos santos y que nos predestinó para filiación. Si hemos de ser santos, santificados, es necesario poseer la naturaleza de Dios. En todo el universo, nada es santo sino Dios mismo en Su naturaleza divina. Sólo la naturaleza divina del Padre es santa y está santificada. Dios desea hacernos santos, santificarnos; por tanto, El tiene que impartir Su naturaleza santa en nosotros. El Padre también nos ha predestinado para filiación. Si hemos de ser hijos que participan de la filiación divina, es necesario tener la vida de Dios. Si Dios no impartiera Su vida en nosotros, no podríamos ser Sus hijos. Así que, ser santos, santificados, implica tener la naturaleza santa de Dios; y ser Sus hijos significa que tenemos Su vida. Efesios 1:4-5 afirma que Dios el Padre como fuente imparte Su naturaleza y Su vida en Su pueblo escogido.

Efesios 1:7-12 habla de la obra redentora del Hijo. El Hijo es el elemento y la esfera en la que hemos sido redimidos, y como tal, El nos trae a Sí mismo. Ciertamente El nos redimió del “basurero”, y el destino de dicha redención es Su Persona misma. El Señor nos redimió del pecado, del mundo y de la tiranía de Satanás, y nos introdujo en Sí mismo como el elemento y la esfera. Por medio de esta redención nosotros, los pecadores caídos, hemos sido puestos en Cristo, y ahora El es nuestro elemento y esfera.


Ya que Cristo es nuestro elemento divino, hemos sido hechos la herencia de Dios (v. 11). Anteriormente éramos pecadores perdidos, caídos y corruptos. Los pecadores caídos no pueden ser la herencia de Dios. Sin embargo, aunque éramos personas pecaminosas y corruptas, hemos sido redimidos y puestos en Cristo. De manera que ahora, Cristo es nuestro elemento y esfera, en el cual y con el cual hemos sido hechos un tesoro para Dios a fin de ser Su herencia. Cristo, el elemento divino, ha sido impartido en nuestro ser.


Además, Efesios 1:13 proclama que fuimos sellados con el Espíritu Santo. Y mediante este sello se imparte en nosotros la vida y naturaleza del Padre, el elemento del Hijo y la esencia del Espíritu. Cuando estampamos un sello lleno de tinta sobre un papel, la tinta satura el papel. Dicha tinta, como esencia, entra en el material que ha sido sellado. Nosotros somos el material sellado, y el Espíritu imparte en nosotros la esencia misma del elemento divino, el cual procede de la fuente divina.

EL DIOS TRIUNO PRODUCE LA IGLESIA

COMO CUERPO ORGANICO DE CRISTO

Finalmente, el Espíritu que sella nos convierte en el fruto de la impartición del Dios Triuno, lo cual nos hace el Cuerpo orgánico de Cristo (Ef. 1:19-23). Somos el producto de la impartición de la Trinidad Divina, pues el Dios Triuno nos sella al infundirse como “tinta” en nosotros. La vida y naturaleza del Padre, el elemento del Hijo y la esencia del Espíritu se imparten en nuestro ser, saturándonos por completo. Así, llegamos a ser el fruto de la impartición del Dios Triuno; somos el resultado producido de Su esencia, elemento y fuente. La iglesia, el Cuerpo de Cristo es el producto de la impartición del Dios Triuno. El Padre está en el Hijo, el Hijo es el Espíritu, y el Espíritu es la esencia del Cuerpo. Nuestro Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— está en el Cuerpo.

La iglesia, el fruto de la impartición del Dios Triuno, es igual a El por cuanto tiene Su vida, naturaleza, elemento y esencia. Somos absolutamente uno con El en este aspecto, pero sin ser objeto de adoración. Es decir, que no participamos en la Deidad, aunque ciertamente poseemos la vida de Dios, Su naturaleza, Su elemento y Su esencia. Somos divinos por el hecho de que poseemos la vida divina, la naturaleza divina, la esencia divina y el elemento divino, pero no somos objeto de adoración.

Debemos tener este entendimiento acerca de la iglesia y conocerla cabalmente. Tal entendimiento y conocimiento de la iglesia nos mantiene en el recobro. Si vemos esto, nunca causaremos división ni nada nos sacudirá. La iglesia, que es el producto orgánico de la impartición del Dios Triuno orgánico, es solo una. Nadie puede dividir tal unidad. La iglesia forma parte de la economía de Dios y de Su beneplácito. Dicha iglesia está constituida de la vida y naturaleza de Dios el Padre, del elemento del Hijo y de la esencia de Dios el Espíritu; todo esto se aplica por medio de Su sello. El Dios Triuno produce la iglesia a fin de que ésta sea el Cuerpo orgánico de Cristo.


LA IGLESIA ES DE DIOS, DE CRISTO Y DE LOS SANTOS

La iglesia orgánicamente divina es la iglesia de Dios (1 Co. 10:32), la iglesia de Cristo (Ro. 16:16b) y la iglesia de los santos (1 Co. 14:33b). En esta iglesia está Dios, así que le pertenece a Él. Además, en la iglesia está Cristo, así que le pertenece a Él. Y en la iglesia hay muchos santos, así que la iglesia le pertenece a ellos.

LA IGLESIA COMO CUERPO DE CRISTO ES UNIVERSAL

La iglesia como Cuerpo de Cristo es universal (Ef. 1:22-23). El Cuerpo no es una organización, sino un organismo constituido de todos los creyentes regenerados que expresa y lleva a cabo las actividades de la Cabeza.

EN SU ASPECTO LOCAL, LA IGLESIA SE MANIFIESTA MEDIANTE LAS

IGLESIAS EN LAS DIFERENTES LOCALIDADES PARA EXHIBIR LA

EXPRESION UNIVERSAL DE CRISTO

La iglesia también tiene un aspecto local, y se manifiesta mediante las iglesias en las diferentes localidades para exhibir la expresión universal de Cristo (Hch. 8:1; 13:1; 1 Co. 1:2; Ap. 1:4, 11). La iglesia es universal y también local. Las iglesias locales que están en las diferentes localidades no tienen como fin exhibir una expresión meramente local, sino la expresión universal de Cristo. Todas las iglesias expresan a la misma persona, a Cristo. Por tanto, las iglesias locales deben expresar a Cristo universalmente, no sólo localmente. Sería lamentable si la iglesia en una ciudad sólo expresara a su localidad, pues esto la haría una secta local, una división local. Aunque las iglesias ciertamente están en las localidades, no deben expresar a un Cristo “local”. Cristo no es un Cristo local. Dios, Cristo, el Espíritu y la Biblia no son locales. Algunos hacen que la Biblia, Dios, Cristo y aun el Espíritu, sean locales. Hacen todo local. Si éste es el caso, ellos serían divisiones locales, sectas locales.

DIOS SE MUEVE EN LA IGLESIA Y POR MEDIO DE ELLA

Dios se mueve en la iglesia y por medio de ella, y nosotros estamos en dicha iglesia. Hoy Dios se mueve en la iglesia y por medio de ella a Europa Oriental y a Rusia.

LA PRESENCIA DE DIOS, SU BENDICION, LUZ, GRACIA, DIRECCION,

DISCIPLINA, FORTALEZA, CIMENTAR Y EDIFICACION, TODAS SE

HALLAN EN LA IGLESIA

La presencia de Dios, Su bendición, luz, gracia, dirección, disciplina, fortaleza, cimentar y edificación, todas se hallan en la iglesia. La presencia de Dios, la cual es Dios mismo, se encuentra en la iglesia. Ciertamente podemos disfrutar la presencia de Dios en nuestra casa cuando invocamos “Oh Señor Jesús”, pero esto no se compara con la presencia de Dios que disfrutamos en la iglesia. En nuestro hogar disfrutamos una


porción pequeña e individual de la presencia del Señor; sin embargo, en la iglesia tenemos una fiesta. Dicha fiesta es como un banquete chino de veinticuatro platillos. En la iglesia disfrutamos la presencia inagotable del Señor. También disfrutamos la plenitud de Su bendición, Su luz, gracia, dirección, disciplina, fortaleza, cimentar y edificación.


TAL COMO CRISTO ES LA VIDA DE LOS CREYENTES,

LA IGLESIA DEBE SER EL VIVIR DE ELLOS

Tal como Cristo es la vida de los creyentes, la iglesia debe ser el vivir de ellos. Cristo es nuestra vida y la iglesia es nuestro vivir. Por consiguiente, debemos vivir a Cristo en la iglesia.

LOS CREYENTES DEBEN VIVIR A CRISTO,

ADORAR A DIOS Y SERVIR LOS UNOS

A LOS OTROS EN LA IGLESIA

Los creyentes deben vivir a Cristo, adorar a Dios y servir los unos a los otros en la iglesia. Nuestro Cristo viviente está en la iglesia; nuestra adoración a Dios se realiza en la iglesia; y el servicio que rendimos los unos a los otros también se efectúa en ella. Debemos poner en práctica tal vida de iglesia.

TODO LO RELACIONADO CON LOS CREYENTES

DEBE TENER COMO META LA IGLESIA

Y ESPECIALMENTE LA EDIFICACION DE ELLA

Todo lo relacionado con los creyentes debe tener como meta la iglesia y especialmente la edificación de ella (1 Co. 14:4b-5, 12). Cada parte de nuestro ser debe estar consagrado a la iglesia. Todo lo que somos y todo lo que tenemos, incluyendo la manera en que nos vestimos y cómo nos cortamos el pelo, debe tener como meta la iglesia y su edificación. Debemos anhelar el don sobresaliente del profetizar, porque el que profetiza edifica la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Así que, debemos anhelar el don sobresaliente de la profecía, con miras a hacer que la iglesia sea excelente.



CAPITULO CINCO

LA MANERA ORDENADA POR DIOS

Lectura bíblica: Ro. 15:16; 1 P. 2:5, 9; Jn. 21:15; 1 Ts. 2:7; 1 P. 2:2; He. 10:24-25; Ef. 4:12; 1 Co. 14:1, 3-5, 12, 23-26, 31, 39a; Hch. 6:4; 4:31

En el capítulo anterior vimos que la iglesia es divina en vida, naturaleza, elemento y esencia. Y en este capítulo veremos otros tres pasajes de las Escrituras que confirman esta verdad.

LA IGLESIA ES DIOS MANIFESTADO EN LA CARNE

En 1 Timoteo 3:15 dice: “Pero si tardo, escribo para que sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad”. Este versículo muestra que la iglesia tiene dos funciones: ser la casa o familia de Dios, y ser la columna y fundamento de la verdad. La iglesia es la familia de Dios y funciona como columna y fundamento de la verdad. La columna sostiene el edificio, y el fundamento sostiene la columna. La iglesia es la columna y fundamento que sostiene la verdad. Así que, la iglesia tiene estas dos funciones: es la casa de Dios y Su familia que le provee un lugar donde expresarse a Sí mismo, y es la columna y fundamento que sostiene la verdad, la realidad.

En 1 Timoteo 3:16 leemos: “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: El fue manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado entre las naciones, creído en el mundo, llevado arriba en gloria”. El misterio de la piedad es Dios manifestado en la carne. Esta manifestación de Dios en la carne tiene dos aspectos. Primero, Dios se manifestó por medio de la persona de Cristo, quien era la manifestación individual de Dios en la carne. Sin duda, el versículo 16 primero se refiere a la encarnación de Dios. Cristo, el Dios encarnado, manifestó a Dios en Su carne.

Pero si leemos el contexto de 1 Timoteo 3:15-16, podemos ver que la manifestación de Dios en la carne tiene también otro aspecto, el aspecto corporativo. La manifestación corporativa de Dios en la carne es la iglesia. La iglesia es el Cuerpo de Cristo, y como tal, es el Cristo corporativo, el agrandamiento de Cristo. Cristo mismo, quien es la manifestación de Dios en la carne, fue agrandado; por tanto, la manifestación de Dios en la carne fue agrandada. Sabemos esto porque el versículo 15 menciona que la iglesia es la casa del Dios viviente. La casa es una entidad corporativa. Según el versículo 15, la iglesia es una entidad corporativa que existe para Dios. El misterio de la manifestación de Dios en la carne se relaciona con la iglesia, la cual es la expresión corporativa de Dios. El versículo 16 dice que Cristo, quien es Dios manifestado en la carne, fue justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado entre las naciones, creído en el mundo y finalmente, llevado arriba en gloria. El hecho de que fuera llevado arriba en gloria alude a Su ascensión en la gloria (Mr. 16:19; Hch. 1:9-11; 2:33; Fil. 2:9). Según el orden histórico, Cristo fue llevado arriba en gloria en Su ascensión a los cielos antes de que fuera predicado entre las naciones, y no después. Pero el versículo 16 presenta que El fue llevado arriba en gloria después de ser predicado entre las naciones. ¿Qué o quién será llevado arriba después de que Cristo sea predicado? Sin duda, el Cuerpo de Cristo, la iglesia. La Cabeza fue llevada a los cielos antes de la predicación del evangelio, pero Su Cuerpo, la iglesia, será llevada arriba después del largo período en el que sea predicado el evangelio. Por consiguiente, el versículo 16 debe referirse al arrebatamiento de la


iglesia. Así que, la manifestación de Dios en la carne no sólo es el Cristo individual sino también la iglesia, el Cuerpo de Cristo corporativo. Esto significa que la iglesia es Dios manifestado en la carne.

En el capítulo anterior vimos que la iglesia, el Cuerpo de Cristo, es el producto de la impartición del Dios Triuno. Dios el Padre es la fuente, el Hijo es el elemento, el Espíritu es la esencia y la iglesia es el producto. Dios en Sí mismo es tres en uno, pero El ahora ha llegado a ser uno con Su pueblo escogido, haciendo de ellos miembros de Cristo. Dios tiene un deseo y un beneplácito, el cual consiste en impartirse a Sí mismo en Su pueblo escogido y redimido. El no quiere estar solo, ni le gusta ser soltero. La Biblia proclama que Dios es el Esposo y que Su pueblo escogido y redimido es Su novia, Su esposa.

En Génesis 2:18 Dios dice que no es bueno que el hombre esté solo. El hombre necesita un complemento. El marido y su mujer conforman una persona completa, pues el esposo es una mitad y la esposa es la otra mitad. Dios creó sólo un hombre; a Sus ojos, Adán y Eva eran una sola persona (Gn. 1:27; 5:1-2). Génesis dice que Dios creó a Adán, y que Eva era simplemente parte de Adán. Dios hizo caer un sueño profundo sobre Adán, abrió su costado, tomó una de sus costillas, y de esa costilla edificó una mujer cuyo nombre era Eva. Luego, Dios se la dio a Adán para que fuese su complemento (Gn. 2:21-23). Antes de dar Eva a Adán, Dios le presentó a éste todos los animales; no obstante, Adán vio que ninguno uno de ellos podía ser su complemento. Entonces Dios hizo que Adán durmiera y usó una de sus costillas para edificarle una mujer que fuese de la misma forma que él. Cuando él despertó, se dio cuenta de inmediato que ella sí era su complemento, una ayuda idónea para él (v. 23).

En la eternidad pasada Dios estaba soltero y deseaba que alguien fuera Su complemento; pero tal complemento tenía que salir de El mismo. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, Dios considera a Su pueblo escogido, a Sus elegidos, como Su esposa. En el Antiguo Testamento, Isaías 54:5 declara que Dios era el Esposo de Israel. En Jeremías 2:2 el Señor habla del amor de desposorio que existe entre Él y Su pueblo escogido. Y en el Nuevo Testamento, la iglesia es considerada como el complemento de Cristo. Efesios 5 declara que la iglesia es la esposa de Cristo. El apóstol Pablo dice en 2 Corintios 11:2: “Os desposé con un solo esposo”. Y al final de la Biblia, en la conclusión de la misma, Apocalipsis 22:17 habla del Espíritu y la novia. El Espíritu es el Esposo y nosotros, Sus elegidos, somos Su complemento, Su novia. El Dios Triuno en Cristo como Espíritu, y la iglesia compuesta de Su pueblo escogido, componen una pareja universal. La iglesia, la esposa de Cristo, sale de Su esposo y regresa a Él para ser una entidad con El. La iglesia posee la misma vida, naturaleza, elemento y esencia que Su Esposo; por tanto, en este sentido, la iglesia es divina.

Aunque anteriormente éramos pecadores, ahora hemos sido redimidos de nuestra posición y condición pecaminosa. Así que, somos los redimidos. Dios se ha impartido en nosotros, haciéndonos uno con Él, y a la vez El se hizo uno con nosotros. En 1 Corintios 6:17 leemos: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con El”. Este es el gran misterio de la piedad, a saber, Dios manifestado en la carne. Los creyentes somos iguales a Dios en la vida divina, la naturaleza divina, el elemento divino y la esencia divina, pero no por ello somos objeto de adoración.


LA IGLESIA ES EL CRISTO CORPORATIVO

En 1 Corintios 12:12 se revela que la iglesia es el Cristo corporativo. Este versículo dice: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también el Cristo”. Tal pareciera que


este versículo debería decir: “así también la iglesia”, porque dicho versículo se refiere a la iglesia como Cuerpo de Cristo. Pero en lugar de eso, dice: “así también el Cristo”. Este no es el Cristo individual, sino el Cristo corporativo. Todos los creyentes están unidos orgánicamente a Cristo, están constituidos de Su vida y elemento, y han llegado a ser Su Cuerpo, el organismo que lo expresa. Por tanto, El no sólo es la Cabeza sino también el Cuerpo. Tal como nuestro cuerpo físico tiene muchos miembros pero sigue siendo uno, así también el Cristo. No podemos decir que la cabeza de alguien es parte de su persona pero que el cuerpo no lo es. Si la Cabeza es Cristo, el Cuerpo también lo es. Es absolutamente correcto decir que el Cuerpo es Cristo.

LA IGLESIA ES EL NUEVO HOMBRE,

DONDE CRISTO ES EL TODO Y EN TODOS

Colosenses 3:10-11 afirma que en el nuevo hombre, o sea, en la iglesia: “no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. Esto significa que, debido a que la iglesia es el nuevo hombre, en ella no puede haber ninguna persona natural, pues sólo hay lugar para Cristo. En el nuevo hombre no existen razas, sólo hay Cristo. En este nuevo hombre Cristo es “el todo y en todos”. Cristo es todos los miembros del nuevo hombre y está en todos ellos. Él lo es todo en el nuevo hombre. De hecho, El es el nuevo hombre, Su Cuerpo. En conclusión, la iglesia, el nuevo hombre, es Cristo mismo.

LA MANERA ORDENADA POR DIOS

La manera orgánica de vida

Ahora quisiera tener comunión acerca de la manera ordenada por Dios, lo cual es la quinta de cinco prioridades en el recobro del Señor. Hoy en el recobro del Señor estamos tomando un nuevo camino, el que Dios ha ordenado. La manera ordenada por Dios de edificar el Cuerpo de Cristo está totalmente relacionada con la vida divina. Según el relato de Génesis 1, Dios creó la vida vegetal, la vida animal y la vida humana. Finalmente, en Génesis 2 la vida suprema es revelada, y esa vida es Dios mismo, representado por el árbol de la vida (v. 9).

Génesis 1 es un relato acerca de la vida, que muestra cómo el Dios orgánico de vida creó la tierra de una manera orgánica al producir distintas clases de vida. Primero, Dios creó la vida vegetal, que es una vida inferior, y después creó la vida animal. Esta tierra es bella porque rebosa de vida, de la vida vegetal y la vida animal. Por último, Dios creó al hombre y le mandó que llenara la tierra. Hoy la tierra está llena del linaje adámico. Aquel hombre, Adán, llegó a ser un linaje compuesto de billones de personas, que gradualmente llenaron la tierra. Esta es la manera orgánica en la cual opera la vida.
La manera artificial es rápida. Por ejemplo, las cosas artificiales son hechas rápidamente, pero un niño no puede formarse y nacer en un solo día. Una vez que un niño es concebido, requiere nueve meses para formarse y nacer. Esta es la manera de vida que Dios toma. En el recobro del Señor no debemos hacer nada de forma artificial, conforme a nuestra destreza; más bien, debemos hacerlo todo de manera orgánica y viviente.


El Señor Jesús realizó muchas obras durante Su ministerio. Aunque hizo muchos milagros y comunicó muchas enseñanzas, lo hizo todo en forma de siembra. Sembrar es una actividad orgánica. El Señor enseñó que el reino de Dios es como un hombre que echa semilla en la tierra (Mr. 4:26-29). Una vez que se siembra la semilla, ésta crece espontáneamente. El Señor no hacía obras basado en Su destreza, sino que lo hacía todo a manera de siembra. Marcos 4 revela que Cristo se sembró a Sí mismo en nosotros, y que finalmente El, la semilla, llegó a ser un reino; por tanto, podemos decir que el reino es Cristo mismo. Cristo se sembró a Sí mismo en nosotros como semilla, y ahora la semilla está creciendo para llegar a ser el reino. Dicho reino aún sigue creciendo, y cuando Cristo regrese, será un gran monte (Dn. 2:35, 44). Este gran monte es el reino eterno, Cristo mismo. Cristo es el reino hoy, y en la era venidera El será el reino eterno y agrandado. El propio Cristo se ha sembrado a Sí mismo en el hombre a fin de crecer y llegar a ser el reino eterno.

La nueva manera, o sea, la manera ordenada por Dios, no consiste en hacer actividades basados en nuestra destreza, “por arte”, sino en sembrar orgánicamente a Cristo como la semilla. Esta nueva manera es orgánica, mientras que la vieja manera es artificial. La antigua manera de predicar el evangelio no es orgánica. Hay dos maneras de producir flores: una consiste en sembrar la semilla y dejar que ésta crezca y florezca a su tiempo; la otra se basa en nuestra destreza, en nuestro “arte”, por medio del cual en un corto período de tiempo se pueden fabricar en serie muchas flores artificiales. Es posible que las flores artificiales parezcan muy reales, y en ocasiones ni las flores verdaderas se ven tan bonitas como las artificiales. En la actualidad muchos cristianos predican el evangelio a los pecadores confiando en su propia destreza, “por arte”, pero sin vida. Lo artificial no puede producir vida; sin embargo, al sembrar una semilla, la flor crecerá y de ella saldrán muchas semillas que caerán a tierra. Luego, al siguiente año quizás habrá treinta flores más. Todo lo orgánico produce vida.

Al predicar el evangelio debemos tomar el camino orgánico. No debemos hablar tanto al tener contacto con las personas, sino más bien, debemos ejercitar nuestro espíritu. Antes de relacionarnos con las personas, debemos pasar un tiempo en oración e invocar el nombre del Señor hasta que seamos llenos del Espíritu esencialmente, por dentro, y llenos también económicamente, por fuera. Cuando nos llenamos del Espíritu, podemos sembrar a Cristo como semilla en otros, tan sólo con hablar unas cuantas palabras mediante el Espíritu. Si la gente es vivificada al hablar con nosotros, tendrán el deseo de avivar también a otros. De esta manera llegarán a ser un factor que engendrará y producirá vida en los demás.

La manera vieja de predicar el evangelio consiste en hacer a las personas cristianas valiéndonos de “nuestro arte” o destreza personal; así, la persona convertida es un producto artificial. No debemos predicar el evangelio por mero arte, sino por el Espíritu. De este modo, no “fabricaremos” cristianos, sino que produciremos cristianos genuinos, es decir, engendraremos hijos espirituales. Ellos tendrán la misma vida y el mismo Espíritu que nosotros, e irán a engendrar también a otros. Pablo dijo en 1 Corintios 4:15 que podemos tener diez mil ayos, pero no muchos padres. Pablo dijo a los corintios que él los había engendrado en Cristo y por medio de Cristo. Tenemos que aprender a engendrar a otros orgánicamente, en Cristo, y por medio de Él. La manera ordenada por Dios es la manera orgánica de vida.

Con miras a que los creyentes prediquen

el evangelio, sirvan y adoren a Dios, se reúnan y edifiquen la iglesia, Dios


los ha comisionado en Su Palabra Santa a que, conforme a la manera ordenada por El, lleven a cabo lo siguiente:

Practicar el sacerdocio neotestamentario para salvar a los pecadores a fin de que ellos

sean miembros del Cuerpo de Cristo

Predicar el evangelio es practicar el sacerdocio neotestamentario para salvar a los pecadores a fin de que ellos sean miembros del Cuerpo de Cristo (Ro. 15:16; 1 P. 2:5, 9). Todos los creyentes somos sacerdotes, pero quizás no entendamos claramente que el sacerdocio neotestamentario consiste en ofrecer pecadores a Dios. Si no predicamos el evangelio no podremos ganar a los pecadores y, por consiguiente, no tendremos sacrificios que ofrecer a Dios. Los pecadores, al recibir nuestra predicación, son redimidos y se convierten en sacrificios aceptables a Dios. En el Antiguo Testamento todos los sacerdotes ofrecían sacrificios a Dios, y estos sacrificios representan a Cristo. Hoy, en el Nuevo Testamento, ofrecemos los miembros de Cristo a Dios. Al recibir nuestra predicación, los pecadores llegan a ser miembros de Cristo, y nosotros los ofrecemos como sacrificios a Dios.

Es de lamentar que una persona haya sido salva por largo tiempo y que nunca haya traído una persona al Señor; si este es el caso, tal persona es un sacerdote que carece de sacrificios para ofrecerlos a Dios. Después de ser salvos, tenemos que darnos cuenta de que somos sacerdotes neotestamentarios, los que deben ofrendar sacrificios neotestamentarios a Dios. Los sacrificios neotestamentarios son los pecadores que han sido redimidos y salvos, quienes han sido hechos miembros de Cristo. Cristo desea obtener más miembros para ser agrandado y aumentado. Así que nosotros, los sacerdotes del evangelio, debemos predicar el evangelio de una forma orgánica.

El cristianismo tradicional no practica de modo orgánico, pues allí se enseña que las personas deben ser maestros y predicadores profesionales. Muchos predican “por arte”, lo cual es semejante a fabricar flores artificiales, y dicha obra artificial produce cristianos falsos. No debemos hacer una obra artificial ni servir al Señor confiando en nuestra destreza. Por el contrario, debemos llevar a otros el Cristo viviente, el Cristo orgánico, el Cristo que es el Espíritu. Si estamos llenos de este Cristo, todo el que tenga contacto con nosotros será vivificado, porque sembraremos a Cristo en ellos.

Sembrar a Cristo en otros requiere mucha oración. Sin embargo, aun cuando oremos, podemos hacerlo de forma inadecuada. Si deseamos predicar el evangelio eficazmente, debemos anotar los nombres de nuestros parientes, primos, suegros y conocidos. Quizás tengamos veinticinco primos o parientes, pero no debemos orar de forma general, diciendo: “Señor, salva a mis primos y parientes”. El Señor requiere oír nombres específicos. Además, debemos orar, diciendo: “Señor, en estos próximos tres meses, ¿a quién debo ir a visitar para que puedas vivificarlo?” Seguramente El Señor nos guiará.


Tampoco debemos anotar demasiados nombres. Podemos concentrarnos en dos o tres y orar por ellos día y noche. A veces tenemos que orar y ayunar por ellos con lágrimas.

Todas las madres conocen el dolor y el esfuerzo que se requiere para dar a luz un hijo. De igual modo, para dar a luz hijos espirituales, debemos laborar orando y ayunando con lágrimas. Quizás después de un mes de orar debemos ir a visitar a alguien. No visitemos a las personas siguiendo nuestras propias ideas, sino siguiendo al Espíritu. El Espíritu nos indicará el tiempo apropiado para ir. Si vamos dos días antes de tiempo, nuestro primo quizás no tenga el deseo de escucharnos, pero es posible que dos días después algo le haya ocurrido. Dios permitirá algo soberanamente a fin de prepararlo para que nos escuche; entonces podremos decirle unas palabras y sembrar en él a Cristo como semilla. Esta es la manera orgánica que debemos practicar.

Hoy debemos abandonar nuestra destreza, nuestro “arte”, y volvernos a la vida. Hacemos esto al orar, invocar el nombre del Señor y confesar nuestros pecados, defectos e incluso los errores que hayamos cometido contra nuestros parientes, vecinos y conocidos. Debemos hacer restitución cabal para disfrutar al Señor como Espíritu vivificante. De este modo, practicaremos el sacerdocio neotestamentario yendo a las personas a ministrarles a Cristo.

Debemos sembrar a Cristo en las personas, no sólo de vez en cuando, sino regularmente conforme a un horario. Debemos preparar un horario, dándole al Señor por lo menos tres horas a la semana para tener contacto con los pecadores. No es necesario tocar puertas “frías”, esto es, las puertas de las personas que desconocemos, ya que tenemos parientes, vecinos, colegas de trabajo, compañeros de estudio y amigos. Incluso podríamos pedir a los hermanos que nos recomienden a sus conocidos, y concertar citas con ellos unas dos semanas antes de visitarlos. Durante esas dos semanas debemos orar cada día. Esta es una manera orgánica, y no algo religioso. Ya he hablado sobre la manera ordenada por Dios durante siete años, y aún no he visto un comienzo adecuado.

Alimentar a los creyentes nuevos tal como una nodriza, a fin de que ellos crezcan en la vida espiritual

Después de llevar a alguien a ser salvo, debemos considerarlo como nuestro hijo espiritual. Una vez que nace un hijo, debemos alimentarlo con regularidad. Tenemos que alimentar a los creyentes nuevos tal como una nodriza, a fin de que crezcan en la vida espiritual (Jn. 21:15; 1 Ts. 2:7; 1 P. 2:2). Podemos pastorear a los creyentes llamándoles por teléfono. Ellos necesitan mucha ayuda. Al comienzo, debemos estar con ellos al menos tres veces por semana para guardarlos, defenderlos, sostenerlos, alimentarlos y consolarlos. Así podremos protegerlos, preservarlos y rescatarlos de las muchas distracciones tendidas por el diablo, el cual no descansa.


La Biblia dice que cuando alguien es salvo, hay gozo delante de los ángeles de Dios (Lc. 15:10). Además de los ángeles buenos, existen los ángeles caídos y los demonios. Estos últimos ciertamente no estarán contentos de que esa persona haya sido salva, y seguramente la atacarán. Estos demonios pueden causar que esa persona tenga un accidente automovilístico, e incluso hacer que sus amigos le digan: “Mira, esto te sucedió por haber creído en Jesús. Si no hubieras creído en El, no habrías tenido ese accidente”. Con esto vemos lo importante que es tomar cuidado de los nuevos creyentes, especialmente al inicio de su salvación.

El Señor nos comisionó en Juan 15 a que llevemos fruto que permanezca (v. 16). A fin de llevar este fruto que permanece, tenemos que ir a cuidar de los nuevos creyentes, pastoreándolos y alimentándolos de forma periódica. Así como no podemos criar a un hijo en sólo tres meses, así también se requiere mucha labor para edificar a un nuevo creyente. Debemos ejercitarnos en tener siempre a dos o tres personas bajo nuestro cuidado durante todo el año.

No debemos pensar que sólo algunos sirven al Señor a tiempo completo, pues todos los santos debemos servirle de tiempo completo laborando para Cristo, yendo a nuestros trabajos para servir a Cristo y haciendo todas las cosas para El. Si laboramos de tal modo que siempre tengamos dos o tres personas bajo nuestro cuidado, cada año produciremos dos frutos que permanecen. No sólo los traeremos al Señor, sino también a la iglesia.


Teniendo reuniones de grupo para perfeccionar a los santos

Nuestras reuniones de grupo también deben ser llevadas a cabo de forma orgánica. Quizás un hermano haya sido cristiano por veinticinco años y anciano por doce años. Y tal vez por ello, dicho hermano podría ir a una reunión de grupo considerándose superior a los demás. Si muchos en esa reunión son nuevos creyentes que no conocen el libro de Génesis ni entienden Apocalipsis, este hermano, que se considera superior, podría tomar la oportunidad de enseñar la Biblia. Esto no sería orgánico, sino la destreza o “el arte” del hermano.

Esta era la manera en que se llevaban las reuniones de grupo en el pasado, lo cual es erróneo. Un servicio religioso formal que no tenga vida, no producirá nada orgánico. Cuando vayamos a las reuniones de grupo, debemos considerarnos miembros vivientes de Cristo. Incluso podemos pedir ayuda a los nuevos creyentes, pues debemos tener la actitud de que no sabemos nada, excepto ejercitar nuestro espíritu. En las reuniones debemos ejercitar nuestro espíritu constantemente. Luego, cuando la oportunidad se presente, podríamos decir algo. Nuestras palabras serán como una siembra, y lo que digamos será la semilla, Cristo. Debemos ministrar a Cristo y sembrarlo en los que


asisten a la reunión. Así, el Cristo que reciban crecerá en ellos. Esta es la nueva manera ordenada por Dios.

Cristo es el Espíritu, y todo lo que hagamos aparte de Él es religión vana. Inclusive el hecho de ir a una reunión de grupo sin Cristo, sin el Espíritu, es religión. Debemos sentir carga por la reunión de grupo, quizás hasta el grado de ayunar por ella. En vez de cenar, nos encerraremos en nuestro cuarto y oraremos de forma detallada. Luego, iremos a la reunión con Cristo, con el Espíritu, y con una carga y una palabra vivientes. No iremos con ninguna pretensión ni haremos alarde de que somos superiores. Simplemente asistiremos como miembros comunes, esperando el momento oportuno que el Señor nos asigne para ministrar. Cuando se presente el momento y hablemos, Cristo saldrá y la palabra viviente entrará en las personas como semilla y Espíritu. Dicho hablar vivificará a los asistentes y los engendrará. Esta es una reunión de grupo apropiada.


Muchos de los que asisten a nuestras reuniones de grupo practican la manera vieja. Aunque afirmen tomar la nueva manera, caminan con pasos viejos. Esto no funciona. Según lo que he observado, en nuestras reuniones de grupo no ha habido muchos comienzos verdaderos en cuanto a la nueva manera ordenada por Dios. Algunos piensan que estas reuniones son únicamente el resultado de dividir la congregación en diferentes grupos. Aunque podamos hablar más libremente en las reuniones pequeñas, dichas reuniones pueden estar muertas. Si los asistentes no dicen algo lleno de Cristo, lleno del Espíritu, aún se encuentran en la vieja manera.

Debemos alimentar a los nuevos creyentes y ayudarles a practicar las reuniones de grupo. Practicamos las reuniones de grupo en mutualidad al tener comunión, intercesión, cuidado y pastoreo mutuamente, así como también al enseñarnos unos a otros haciéndonos preguntas y contestándolas en mutualidad. Esta práctica perfecciona a los santos para que participen en la obra del ministerio, es decir, para que edifiquen el Cuerpo orgánico de Cristo (He. 10:24-25; Ef. 4:12). Debemos guiar a los nuevos creyentes a experimentar esta reunión de grupo orgánica.

Enseñar a los santos a profetizar en las reuniones de la iglesia para que la iglesia sea edificada

Si introducimos a los nuevos creyentes a nuestras reuniones de grupo orgánicas, ellos espontáneamente serán educados y empezarán a profetizar. Así que, debemos enseñar a los santos a profetizar, es decir, a hablar por el Señor y a ministrar al Señor en las reuniones para edificar la iglesia (1 Co. 14:1, 3-5, 12, 23-26, 31, 39a). Entonces los creyentes nuevos serán miembros vivientes que funcionan en el Cuerpo de Cristo.

Al laborar en el Señor y para El conforme a Su manera ordenada, debemos ser como agricultores que esperan una cosecha cada año. Sin embargo, hoy muchas iglesias tienen


poco aumento. Si tomamos esta comunión y practicamos la manera ordenada por Dios, seguramente traeremos nuevas personas al Señor. No debemos esperar que todos los demás santos tomen este camino; esto es imposible porque algunos son débiles e incapaces. Pero al menos una tercera parte de los santos debería poner en práctica esta palabra. Si cada uno de ellos gana a dos creyentes nuevos cada año, la iglesia experimentará sesenta por ciento de aumento.

En las estadísticas del cristianismo no existe el registro de que una iglesia haya aumentado sesenta por ciento cada año; quizás lo más sería veinte por ciento. Pero aun entre nosotros muchas iglesias tampoco han tenido un aumento de veinte por ciento. Debemos orar desesperadamente por el aumento de la iglesia; luego, debemos practicar la manera ordenada por Dios, la manera que el Señor nos ha ordenado.

Los tres medios para obtener éxito al practicar la manera ordenada por Dios: la oración, el Espíritu y al relacionarnos con personas

de forma constante y regular.

Aquí presento tres medios para obtener éxito al practicar la manera ordenada por Dios: la oración (Hch. 6:4), el Espíritu (Hch. 4:31) y al relacionarnos con las personas de forma constante y regular. Sólo por estos tres medios triunfaremos. Debemos presupuestar nuestro tiempo para tener contacto con las personas y orar por ellas. Debemos orar por dos o tres personas y laborar con ellas por un año. Así, ciertamente obtendremos fruto.

Podemos relacionarnos con las personas visitándolas, hablándoles por teléfono o escribiéndoles cartas. Hay muchas maneras de tener contacto con la gente. En principio, “tocamos puertas” al hablar con las personas, pues al tener contacto con ellas en el Señor, tocamos a la puerta de su corazón. No debemos pensar que la práctica de tocar puertas es algo meramente físico. Visitar a las personas es “tocar puertas”, llamarles por teléfono es “tocar puertas”, escribirles es “tocar puertas” y enviarles folletos del evangelio también es “tocar puertas”. Cualquier acto que imparta a Cristo en las personas, es tocar puertas.


Al practicar la manera ordenada por Dios para obtener el aumento, no debemos menospreciar las reuniones de la iglesia. A fin de poner en práctica esta manera ordenada, tenemos que presupuestar nuestro tiempo, dándole al Señor ciertas horas por semana para tener contacto con las personas a fin de salvarlas, alimentarlas, pastorearlas, enseñarlas, criarlas y perfeccionarlas a que hablen por el Señor. Así será edificada la iglesia.

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