LA UNIDAD DEL CUERPO DE CRISTO
Lectura
bíblica: Ef. 4:6, 5, 4; 1:22-23; Jn. 17:2-3, 6, 11-12, 26, 8, 14, 17-21, 22-24,
1-3; Ef. 4:1-3; 1 Co. 1:13, 10-12; 12:25a; 11:19; Ro. 16:17; Tit. 3:10
Mi carga
al dar estos mensajes se centra en cinco prioridades en el recobro del Señor:
la unidad del Cuerpo de Cristo, Cristo, el Espíritu, la iglesia y la manera
ordenada por Dios. En este capítulo veremos la unidad del Cuerpo de Cristo.
El
capítulo cuatro de Efesios y el capítulo diecisiete de Juan revelan que la
unidad del Cuerpo de Cristo es divina, o sea, no es natural ni humana sino algo
de Dios, incluso es Dios mismo; además, es una unidad orgánica, no humanamente
sino divinamente. La unidad del Cuerpo de Cristo procede de Dios y también de
la vida, no de la vida humana creada sino de la vida divina e increada. Por
tanto, dicha unidad es divinamente orgánica y está llena de la vida divina.
Estos dos aspectos deben llamarnos la atención: la unidad del Cuerpo de Cristo
es divina y es divinamente orgánica.
UN DIOS Y PADRE, UN SEÑOR, UN ESPIRITU,
UN ORGANISMO: EL CUERPO DE CRISTO,
LA IGLESIA DEL DIOS TRIUNO
Efesios
4:4-6 dice: “Un Cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una
misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y
Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”. Estos
versículos revelan que hay un solo Dios y Padre, un Señor, un Espíritu y un
organismo, que es el Cuerpo de Cristo, la iglesia del Dios Triuno. El Padre, el
Hijo y el Espíritu producen el Cuerpo orgánico de Cristo, el cual es la iglesia
viviente del Dios viviente. La unidad del Cuerpo de Cristo es Dios mismo, quien
es Triuno, orgánico y viviente.
El Dios Triuno es único
La unidad
del Cuerpo de Cristo es única porque es la misma unidad que existe en el Dios
Triuno. Pablo habla en Efesios 4:4-6 del Dios Triuno, diciendo que hay un Dios
y Padre, un Señor y un Espíritu.
El hecho
de que el apóstol Pablo hable de un Dios y Padre indica que, en naturaleza y en
vida, el Padre es la fuente de nuestra unidad. Efesios 1 muestra que Dios el
Padre nos escogió para que fuésemos santos, y que nos predestinó para filiación
(vs. 4-5). Al recibir la naturaleza santa de Dios, somos hechos santos, pues la
naturaleza de Dios es la santidad misma. Dios nos imparte Su naturaleza santa a
fin de que ésta llegue a ser nuestra naturaleza. El hecho de que hayamos sido
predestinados para filiación está ligado a la vida. Al recibir la vida divina,
somos hechos los muchos hijos de Dios. Por
tanto, el hecho de que Dios nos escogiera y nos
predestinara indica que El comparte Su naturaleza santa y Su vida divina con
nosotros.
Por haber
sido escogidos, tenemos la naturaleza de Dios, y por haber sido hechos Sus
hijos, tenemos Su vida. En 2 Pedro 1:4 dice que somos participantes de la
naturaleza divina, y en Juan 3:16 el Señor Jesús dijo que todo aquel que en El
cree, tiene vida eterna. Por el hecho de creer en El, poseemos la vida divina.
Tanto la naturaleza divina como la vida divina provienen de Dios el Padre. La
naturaleza divina es parte de la vida divina; sin vida, no hay naturaleza. Por
tanto, al recibir la vida divina, obtenemos la naturaleza divina. Al disfrutar
y participar de la naturaleza divina, también experimentamos la vida divina. No
podemos separar estos dos elementos. Dios el Padre, la fuente de la unidad
divina, ha llegado a ser nuestra naturaleza y nuestra vida.
En el
capítulo cuatro de Efesios Pablo dice que hay un Dios y Padre y que hay un solo
Señor, el Hijo. La frase: “un Señor”, se refiere al elemento de la naturaleza y
la vida divinas. En la vida y la naturaleza divinas se encuentra el elemento
divino. Toda sustancia se compone de cierto elemento. Por ejemplo, el elemento
de un pedestal de acero es el acero. Cristo, la corporificación del Dios
Triuno, es el elemento de la vida y naturaleza divinas. El Hijo es la
corporificación del Padre, y esta corporificación es su elemento.
Dentro
del elemento está la esencia. El zumo de uvas, por ejemplo, es la esencia de
las uvas. Al vino hecho de las uvas, o sea, al licor, también se le llama
“espíritu”. El espíritu es la esencia. Dios el Padre, nuestra naturaleza y
vida, es la fuente; Dios el Hijo es el elemento de dicha naturaleza y vida; y
Dios el Espíritu es la esencia del elemento.
Dios el Padre está en nosotros (Ef. 4:6); Jesús el Hijo
está en nosotros (2 Co. 13:5); y el Espíritu está en nosotros (Ro. 8:9-11).
Debemos darnos cuenta de que a Dios le gusta estar en nosotros. Debido a que
nos gusta el cielo, anhelamos estar allí con Dios. Pero Dios no desea morar en
el cielo; a Él le gusta morar en nosotros, en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22; Ro.
8:16). ¡Ahora el Dios Triuno mora en nosotros!
Podríamos
preguntarnos: “¿Cómo sabemos con seguridad que Dios está en nosotros?”
Permítanme darles este ejemplo. Quizás esta mañana perdí la paciencia con
alguien y quise corregirlo; pero Dios en mí dijo: “No lo corrijas”. ¿No es esto
evidencia de que Dios mora en mí? ¿Dónde se halla Jesús hoy? Ciertamente El
ascendió a los cielos, pues Romanos 8:34 dice que El está a la diestra de Dios;
no obstante, El también está en nosotros, pues Romanos 8:10 lo afirma. ¿Cómo
puede estar Jesús en los cielos y, al mismo tiempo, en nosotros? Analicemos el
ejemplo de la electricidad. La misma electricidad que está en la planta
eléctrica también se halla en nuestra casa. Asimismo, nuestro Jesús hoy está en
los cielos y, al mismo tiempo, también está en nosotros como Espíritu. El
Espíritu que está en nosotros es la esencia de la unidad del Cuerpo de Cristo.
La
enseñanza de Pablo acerca de la unidad del Cuerpo de Cristo está basada en la
unidad del Dios Triuno. Todos debemos guardar la unidad del Espíritu por las
siguientes razones: hay un solo Dios y Padre, quien con Su naturaleza y vida es
la fuente; hay un Señor, el Hijo, quien es el elemento de la vida y naturaleza
divinas; y hay un Espíritu, quien es la esencia del elemento de la vida y
naturaleza divinas. Somos uno porque el Dios Triuno, que mora en nosotros como
la fuente, el elemento y la esencia, es uno. Los creyentes debemos entender que
ya somos uno. No somos uno conforme a nuestra raza o cultura, sino que lo somos
en la esencia divina del elemento divino de la naturaleza y vida divinas.
Debemos comprender que nuestra unidad radica en esta naturaleza, vida, elemento
y esencia divinas.
De hecho,
nuestra unidad es el propio Dios Triuno que experimentamos de forma subjetiva,
y no un Dios Triuno que está fuera de nosotros. En 1963 compuse un himno acerca
de experimentar a Cristo de manera subjetiva (Himnos, #240). Si Cristo sólo estuviera fuera de nosotros, no
tendría nada que ver con nosotros; pero ahora lo experimentamos de manera tan
subjetiva ya que es un solo espíritu con nosotros (1 Co. 6:17). El y nosotros
somos un espíritu. Esta unidad se hace real por el Espíritu esencial, quien es
la misma esencia de la Trinidad Divina.
El organismo del Dios
Triuno es único: el Cuerpo de Cristo, la iglesia de Dios
En esta
unidad con el Dios Triuno, obtenemos unidad entre nosotros; ésta es la unidad
del Cuerpo de Cristo. Esta unidad es única, es decir, es la misma unidad que
existe en el Dios Triuno. Además, esta unidad es única en el organismo del Dios
Triuno, el Cuerpo de Cristo (Ef. 1:22-23). El Cuerpo de Cristo es absolutamente
orgánico; no es una organización. Los creyentes somos la iglesia y llegamos a
ser el Cuerpo orgánico de Cristo, no mediante cierta organización, sino al ser
avivados, regenerados y vivificados con el Dios Triuno, quien es la unidad que
poseemos. Nada puede destruir esta unidad. Aunque Satanás haya causado mucha
división en el cristianismo, nunca podrá dividir al Dios Triuno orgánico, quien
es la esencia de la unidad en nosotros.
LA ORACION DE CRISTO POR LA
UNIDAD DE LOS CREYENTES
En la vida eterna
En el capítulo diecisiete de Juan, el Señor oró por esta
unidad orgánica y única, una unidad que se compone de la vida divina y sólo
existe en ella (vs. 2-3). En el pasado hemos indicado que la nueva manera de
reunirnos y de servir para edificar el Cuerpo de Cristo se lleva a cabo en la
vida divina, mientras que la vieja manera se basa en la organización. El
cristianismo actual es una organización religiosa; sin embargo, el Cuerpo de
Cristo es una entidad orgánica. Al igual que nuestro cuerpo físico es un
organismo
y no una organización, asimismo el Cuerpo de Cristo, la iglesia, es el
organismo único del Dios Triuno. Por ejemplo, un pedestal de madera está hecho
de piezas de madera que han sido debidamente organizadas y conforman una sola
pieza, pero nuestro cuerpo físico no se formó así. Nuestro cuerpo es una
entidad orgánica y se edifica cuando crece, debido a que es un organismo lleno
de vida. Asimismo, el Cuerpo de Cristo también es un organismo, el cual se
edifica por el crecimiento de la vida divina en nosotros.
Puesto
que nuestro cuerpo físico es orgánico, a veces nos sentimos débiles o enfermos.
Aunque no siempre estamos satisfechos con la condición física de nuestro
cuerpo, aun así tenemos que nutrirlo, cuidarlo con ternura y protegerlo. La
vida de iglesia no siempre es fácil, debido a que es orgánica. Quizás los
creyentes nuevos declaren que la vida de iglesia es buena y maravillosa; sin
embargo, posiblemente esto sólo dure poco tiempo, lo que llamamos “la luna de
miel”. Aunque no siempre estemos contentos en la vida de iglesia, debemos
cuidar de ella orgánicamente, del mismo modo que cuidamos de nuestro cuerpo
físico. Nuestra unidad en la vida de iglesia es una unidad orgánica que se
experimenta en la vida divina, y debemos cuidar de dicha vida.
Después
de que el Señor Jesús vivió y llevó a cabo Su ministerio durante treinta tres
años y medio, El oró por la unidad de los creyentes, la unidad del Cuerpo de
Cristo. La oración del Señor registrada en Juan 17 fue dada al final de Su vida
y ministerio terrenal. El no oró por la unidad al comienzo de Su ministerio,
sino al final, porque para entonces ya había sembrado en Sus discípulos la
semilla de vida. Ellos jamás hubieran podido ser uno en sí mismos y por sí
mismos. Jacobo y Juan fueron llamados “Hijos del trueno” (Mr. 3:17). ¿Cómo
puede un hijo del trueno estar en unidad con los demás? Después que el Señor
Jesús se sembró en Sus discípulos como la semilla de vida, El oró para que
ellos fueran uno en la vida eterna. Pedro, Jacobo y Juan no comprendieron que
Jesús se había sembrado en ellos como la semilla espiritual de vida. Basado en
esta siembra, El oró: “Padre ... glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te
glorifique a Ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida a
todos los que le diste” (Jn. 17:1-2). La unidad de los creyentes reside en la
vida eterna.
En el nombre del único Padre
El Señor
manifestó en Su oración que la unidad de los creyentes también radica en el
nombre del único Padre (Jn. 17:6, 11-12, 26). Aunque los discípulos no lo
entendieron en ese momento, el Señor les infundió el nombre del Padre. Clamar
“Abba, Padre” (Ro. 8:15; Gá. 4:6) es algo muy personal. Cuando comprendemos que
Dios el Padre está en nosotros, tenemos una relación muy íntima con El. Puesto
que tenemos Su vida, ahora experimentamos plenamente Su dulce nombre: “Abba,
Padre”. Somos uno en El por Su vida.
En la palabra del Padre
El Señor
sembró en Sus discípulos la semilla de vida y les dio no sólo el nombre del
Padre, sino también la palabra del Padre (Jn. 17:8, 14, 17-21), la cual
santifica a los creyentes separándolos de todo lo que no es Dios (v. 17). Las
cosas mundanas que están en nosotros reemplazan a Dios; por tanto, necesitamos
ser santificados en la palabra. Cuanto más leemos la Biblia, más somos
santificados, pues la palabra de la Biblia es como agua que nos lava, nos
limpia y nos purifica, eliminando así de nuestro ser todas las cosas que no son
Dios (Ef. 5:26). Cuanto más vivimos en este mundo, más de él acumulamos y
recogemos. Todo esto que “acumulamos” reemplaza a Dios; por tanto, necesitamos
que la palabra nos santifique, nos lave y nos limpie.
En la gloria del Dios Triuno
El Señor
oró para que los creyentes fueran uno en la gloria divina, a fin de que el Dios
Triuno fuera expresado (Jn. 17:22-24). La gloria que el Padre le ha dado al
Hijo es la filiación, la cual incluye la vida y naturaleza divinas del Padre
(5:26), para expresar al Padre en Su plenitud (1:18; 14:9; Col. 2:9; He. 1:3).
El Señor Jesús nos ha dado esta misma gloria. El nos ha otorgado la filiación
divina para que seamos hijos de Dios y lo expresemos. Así que, no debemos ir de
compras a la ligera, pues somos hijos de Dios y debemos expresarlo. No debemos
perder nuestra posición gloriosa de hijos de Dios. En esta gloria, la gloria
del Dios Triuno, somos uno. Somos uno en el nombre, la vida, la palabra y la
gloria del Padre.
Somos uno en el Dios
Triuno, tal como El es uno para expresar la gloria del Señor
Somos uno
en el Dios Triuno (Jn. 17:21), tal como el Dios Triuno es uno (v. 11, 21-22).
Nuestra unidad es la misma unidad que existe en la Deidad. En el capítulo
diecisiete de Juan, el Señor oró para que Sus creyentes fueran uno en el Dios
Triuno. Los versículos del 21 al 23a dicen: “Para que todos sean uno; como Tú,
Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros; para que
el mundo crea que Tú me enviaste. La gloria que me diste, Yo les he dado, para
que sean uno, así como Nosotros somos uno. Yo en ellos, y Tú en Mí, para que
sean perfeccionados en unidad”. Los tres de la Deidad son uno, y nosotros somos
uno en la unidad de Ellos. Esta es la única unidad que existe en el universo.
De hecho, nuestra unidad es la unidad de la Trinidad Divina, la unidad divina
del Dios Triuno. Puesto que el Dios Triuno es nuestra unidad, no debe existir
ninguna división entre nosotros.
Esta
unidad tiene el propósito de expresar la gloria del Señor (Jn. 17:1-3, 22, 24).
Cuando permanecemos en la unidad divina, la gloria es expresada mediante
nosotros a todo el mundo. El Señor oró por esta unidad divina en la gloria
divina. Pienso que esta oración todavía tiene vigencia, pues aún hoy se
necesita el recobro de la unidad debido a
que
muchos cristianos han creado divisiones por causa de la religión. En la
historia de la iglesia, primero se ve el desarrollo del Catolicismo Romano;
después, los cristianos se separaron de la Iglesia Católica Romana y formaron
las iglesias estatales, tal como la Iglesia de Inglaterra y la Iglesia de Dinamarca;
luego, hubo una subsecuente división de la Iglesia Católica y las iglesias
estatales, y se formaron las iglesias privadas, tales como las denominaciones
bautista, presbiteriana y metodista; una cuarta división ocurrió al formarse
los grupos libres. Es preciso aclarar que nosotros, aunque recibimos a todos
los hijos de Dios, a todos los creyentes, y somos uno con ellos, no estamos de
acuerdo con ninguna de estas divisiones. No podemos abandonar nuestra posición
de unidad para unirnos a otros en las divisiones en que ellos están. No debemos
crear ninguna división. Tenemos la unidad del Dios Triuno y somos uno en El
para expresarlo, lo cual es Su gloria.
LA EXHORTACION DEL APOSTOL
El Dios
Triuno mora en nosotros, y el Señor está cumpliendo Su propia oración de
guardarnos y hacernos uno. Basado en este deseo del Señor, el apóstol Pablo
exhortó a los santos de Efeso a que, en su andar, guardaran la unidad del
Espíritu. En la iglesia, donde está la unidad del Dios Triuno, los santos deben
andar dignamente como elegidos y predestinados del Padre. Pablo dijo: “Yo pues,
prisionero en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con
que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad,
soportándoos los unos a los otros en amor” (Ef. 4:1-2). Debemos ser humildes,
mansos, longánimos y soportarnos los unos a los otros en amor. A fin de andar
como es digno del llamamiento que recibimos de Dios, debemos ser “diligentes en
guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (v. 3). Nuestra mente,
nuestra voluntad y nuestra parte emotiva deben estar perfectamente unidas al
Espíritu (1 Co. 1:10) a fin de guardar la unidad del Espíritu.
LA DIVISION ANULA LA UNIDAD
DEL CUERPO DE CRISTO
En 1
Corintios 1:13 Pablo afirma que Cristo no está dividido. Si los creyentes
queremos dar fin a todas las divisiones, debemos tomar a este Cristo, quien es
único y no está dividido, como nuestro único centro. Ya que Cristo no está
dividido, los creyentes tampoco deben estarlo (vs. 10-12).
Por ejemplo, durante las reuniones quizás un hermano esté
muy callado y otro hable mucho; sin embargo, ambos deben permanecer
perfectamente unidos para guardar la unidad. Pablo habla en 1 Corintios 1:10 de
la necesidad de estar perfectamente unidos: “Os ruego, hermanos, por el nombre
de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya
entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en un mismo
sentir y en un mismo parecer”. No debe haber división en el Cuerpo de Cristo
(12:25a). En el Dios Triuno tenemos perfecta unidad, pues El mismo es
nuestra
unidad. A pesar de que dicha unidad está en nosotros, aun así tenemos muchas
opiniones y predilecciones; por lo tanto, debemos mantenernos perfectamente
unidos para que no haya ninguna división en el Cuerpo de Cristo.
En 1
Corintios 11:19 dice que tiene que haber partidos entre los creyentes, para que
se hagan manifiestos entre ellos los que son aprobados. La unidad es anulada
por la división, y no debe existir división alguna en el Cuerpo de Cristo. No
obstante, cuando hay partidos en la iglesia, los cuales son divisiones, estos
manifiestan a los que son aprobados. Los partidos son útiles para manifestar a
los que son aprobados y distinguirlos de los que son sectarios.
LA MANERA DE DAR FIN A LAS DIVISIONES
Pablo nos
instruye en Romanos 16:17 cómo dar fin a las divisiones: “Ahora bien, os
exhorto, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en
contra de la enseñanza que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de
ellos”. Debemos velar respecto a los que causan divisiones, identificarlos y
apartarnos de ellos. En Tito 3:10 Pablo dice: “Al hombre que cause disensiones,
después de una y otra amonestación deséchalo”. Por ejemplo, si en una familia
alguien contrae una enfermedad contagiosa, la familia entera lo pone en
cuarentena y se separa de él. Esto no significa que lo aborrezcan o que lo
abandonen, sino que, por causa de la salud de toda la familia, es necesario
aislar a este miembro para que la familia sea preservada y sanada.
Es
posible que entre nosotros, en la familia de la fe, haya algunos que tengan la
enfermiza intención de propagar los gérmenes de la división. ¿Qué debemos hacer
en este caso? Quizás razonemos según nuestro hombre natural que no debemos
rechazar a ningún creyente, pues esto no sería un acto bondadoso ni cortés;
además, podríamos sentir que todos los creyentes somos hijos del Señor y que no
debemos ofendernos unos a otros. Sin embargo, Pablo dijo que debemos fijarnos
en los que causan divisiones y apartarnos de ellos, así que debemos practicar
la vida del Cuerpo de esta manera. Por una parte, basados en el principio del
amor, recibimos a todos los creyentes conforme a Dios y no según nuestros
conceptos doctrinales, lo cual concuerda con las instrucciones que Pablo da en
Romanos 14. Por otra parte, Pablo afirma en Romanos 16 que debemos fijarnos en
los que causan divisiones y apartarnos de ellos.
En
conclusión, a fin de mantener un buen orden en la iglesia, se debe desechar y
rechazar a una persona tendenciosa después de la segunda amonestación. Esto
debe hacerse por el bien de la iglesia, a fin de que no haya contacto con dicha
persona facciosa y se evite el contagio de la división. Puesto que pertenecemos
al recobro del Señor, debemos ser fieles. Si causamos alguna división, ya no
estaremos en el recobro y formaremos parte de la división actual que prevalece
en el cristianismo. Debemos mantenernos firmes con relación al recobro del
Señor en cuanto a la verdad y la vida.
CAPITULO DOS
CRISTO
Lectura
bíblica: Col. 1:19; 2:9; 1:18b; Ef. 1:22b; 5:23b; 1:23a; Col. 1:18a; 3:4a; Ef.
3:8, 10; 1:11a; Col. 3:11; Ef. 1:23; Col. 1:27
Otra
prioridad en el recobro del Señor es una maravillosa persona: Cristo. El es el
tema central de la Biblia, y por cierto, Sus riquezas son inescrutables (Ef.
3:8). En este capítulo quisiera presentarles una biografía viviente de Cristo.
EL VERBO
El primer
aspecto de la biografía de Cristo se encuentra en Juan 1:1: “En el principio
era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”. Cristo es el
Verbo de Dios, y el Verbo es Dios. El Verbo, Cristo, es Aquel que es y que era
y que ha de venir (Ap. 1:4b). El abarca los tres tiempos verbales —pasado,
presente y futuro— porque Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos (He. 13:8).
En el pasado, El es el Cristo; en el presente, El es el Cristo; y en el futuro,
El es el Cristo.
En el
principio Cristo era el Verbo. La expresión “en el principio”, mencionada en
Juan 1:1, se refiere a la eternidad pasada. En el principio sin comienzo,
Cristo era; éste es el primer aspecto de Su biografía. Cristo no sólo es el
Verbo de Dios, sino también el Verbo que era Dios en la eternidad pasada sin
comienzo. Cristo es el Verbo de Dios, y como tal, es el hablar mismo de Dios;
El es la explicación, definición y contenido de nuestro Dios ilimitado.
LA IMAGEN DEL DIOS INVISIBLE
Además,
Colosenses 1:15 dice que este Cristo es la imagen del Dios invisible. El no
sólo es la definición y contenido de Dios, sino también Su imagen y expresión.
Dios es invisible; no obstante, este Dios invisible tiene una imagen. Hebreos
1:3 dice que Cristo es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de Su
substancia. Este es el segundo aspecto de la biografía de Cristo.
EL HOMBRE FUE CREADO A IMAGEN
DE DIOS PARA RECIBIR EL ARBOL DE LA VIDA
En la
creación, en el comienzo del tiempo, Dios creó al hombre a Su propia imagen
(Gn. 1:26). Puesto que Cristo es la imagen de Dios, nosotros fuimos creados a
la imagen de Cristo. Una fotografía es la imagen de una persona. Debido a que
fuimos hechos a la imagen de Cristo, somos fotografías de Él. Este es el tercer
aspecto de la biografía de Cristo.
En
Génesis 2 vemos que el hombre, la fotografía de Cristo, fue puesto frente al
árbol de la vida (v. 9), y también frente al árbol del conocimiento del bien y
del mal, que es el árbol de la muerte. Génesis 2:17 dice: “Mas del árbol de la
ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres,
ciertamente morirás”. Frente al hombre había dos árboles: si él comía del árbol
de la vida, recibiría vida; pero si comía del otro árbol, ciertamente moriría.
Por consiguiente, el hombre, quien es la fotografía de Cristo, tiene dos
destinos: la vida o la muerte. El hombre tiene estas dos opciones.
Mientras
Adán y Eva escuchaban lo que Dios les decía acerca de estos dos árboles, la
serpiente, el sutil, les acechaba buscando la oportunidad de envenenarlos.
Primero él puso en Eva una duda, una interrogante, al preguntarle: “¿Conque
Dios os ha dicho...?” (Gn. 3:1). El signo de interrogación tiene la forma de
una serpiente erguida. Toda duda o sospecha acerca de lo que dice Dios proviene
de la serpiente, de Satanás. La mujer cayó en la trampa al hablar a solas con
la serpiente, con el sutil, pero no debió haberlo hecho; más bien, ella debía
haber enviado a la serpiente a platicar con su esposo, y así hubiera sido
protegida. Sin embargo, ella respondió confiadamente a la pregunta de la
serpiente, y fue apresada. Ella no tomó del fruto del árbol de la vida, sino
del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal; por consiguiente,
recibió muerte.
El
conocimiento del bien y del mal, de lo correcto y de lo incorrecto, produce
muerte. Todo lo que hagamos separados de Cristo traerá como resultado la
muerte. Aun amar a nuestro prójimo, pero independientes de Cristo, produce
muerte; también aborrecer a otros, separados de Cristo, resulta en muerte; y
permanecer neutrales, sin Cristo, de igual manera produce muerte. Ya sea que
hagamos algo o no hagamos nada: ambas opciones producen muerte si estamos
separados de Cristo. Entonces, ¿qué debemos hacer? Debemos invocar el nombre
del Señor Jesús, pues sólo El es el árbol de la vida.
LA SIMIENTE DE LA MUJER
Génesis
narra que el hombre no escogió el árbol de la vida, sino que tomó del árbol de
la muerte, llegando así a ser un hombre caído; por eso, Dios juzgó a la
serpiente. Pienso que Adán y Eva se lamentaron mucho por haber tomado el fruto
del árbol de la muerte. Cuando se miraron a sí mismos y se dieron cuenta de que
estaban desnudos y eran pecaminosos, tuvieron temor y se cubrieron (3:7-8, 10).
Entonces, Dios llamó a Adán y le preguntó: “¿Dónde estás tú?” (v. 9).
Dios
predicó el evangelio, las buenas nuevas, al decirles a Adán y a Eva que la
simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, que los había arruinado
(3:15). Aunque Satanás se infiltró por medio de una mujer, la simiente
prometida también entraría mediante una mujer. Cristo es esta simiente de la
mujer. El Nuevo Testamento habla de una virgen llamada María, que concibió un
hijo, una simiente, por obra del Espíritu Santo (Mt. 1:18). José, con quien
ella estaba desposada, quiso despedirla secretamente,
pero un
ángel del Señor se le apareció en sueños diciéndole que lo engendrado en su
esposa, María, era del Espíritu Santo (vs. 19-20). Por tanto, el cumplimiento
de la promesa respecto a la simiente de la mujer mencionada en Génesis 3:15, se
halla en Mateo 1 con el nacimiento de Jesús.
LA SIMIENTE DE ABRAHAM
Desde el
tiempo en que Adán y Eva tomaron el fruto del árbol del conocimiento del bien y
del mal, hasta el tiempo de la concepción de Cristo, transcurrieron alrededor
de cuatro mil años. Durante ese tiempo el plan de Dios, cuyo centro es Cristo
mismo, era un misterio oculto en Dios (Col. 1:26). Aproximadamente dos mil años
después de haber creado a Adán, Dios le dijo a Abraham que en su simiente
serían benditas todas las naciones de la tierra (Gn. 22:17-18). Esta simiente
primero fue llamada la simiente de la mujer y después fue llamada la simiente
de Abraham. La promesa de gracia que Dios le dio a Abraham llegó a ser el pacto
entre Dios y Abraham en el cual Cristo, la simiente, sería la bendición de toda
la tierra. En Gálatas 3 Pablo dice que esta promesa era el evangelio que Dios
le predicó a Abraham. Los versículos 8 y 9 declaran: “Y la Escritura, previendo
que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, anunció de antemano el
evangelio a Abraham, diciendo: ‘En ti serán benditas todas la naciones’. De
modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham”. Por tanto, Dios
mismo predicó el evangelio a Abraham aproximadamente dos mil años antes del
nacimiento de Cristo.
No
obstante, antes de la era neotestamentaria nadie conocía con certeza el
misterio de Cristo como simiente. Moisés, Enoc, Noé y David no lo sabían; y
aunque Isaías profetizó acerca de la encarnación de Cristo (Is. 7:14), es muy
improbable que él supiera que esta profecía se refería a Cristo como simiente
de la mujer y como simiente de Abraham. En el Antiguo Testamento, la revelación
de Cristo como la simiente era un misterio oculto.
Dios
soberanamente preparó las circunstancias para que naciera Cristo, quien es la
simiente tanto de la mujer como de Abraham. Según consta en la historia de
Israel, el pueblo santo escogido de Dios fue llevado cautivo, primero, por el
Imperio Babilónico, y posteriormente, por los Imperios Medo-Persa, Griego y
Romano. Durante el reinado de César Augusto, quien fue el primer césar oficial
del Imperio Romano, se emitió un decreto que propició las debidas circunstancias
para que se efectuara el nacimiento de Cristo (Lc. 2:1-2 y nota 21
de la Versión Recobro). Cristo, la simiente de la mujer y de Abraham, nació
para bendecir a toda la tierra.
JESUS, EMANUEL Y CRISTO
La encarnación de Cristo introdujo a Dios en el hombre.
Dios fue engendrado de una virgen. El niño que nació del vientre de dicha
virgen era un Dios-hombre. No era un hombre común, sino un hombre perfecto que
también era el Dios completo. El nombre dado por Dios a este Dios-hombre es
Jesús.
El nombre
Jesús significa Jehová el Salvador o la salvación de Jehová. El Jehová del
Antiguo Testamento era Jesús, y el Jesús del Nuevo Testamento es Jehová. Jehová
y Jesús son la misma persona. Debemos conocer los maravillosos aspectos de esta
maravillosa persona. El es tan maravilloso, y Su nombre es “Admirable” (Is.
9:6). Por tanto, Su biografía, Su historia, Su vida, es sencillamente
admirable. Jesús es Jehová que se hizo hombre para ser nuestro Salvador.
Aunque el
nombre que Dios le dio era Jesús, los hombres lo llamaban Emanuel, que
significa Dios con nosotros (Mt. 1:23). Jesús es Dios con nosotros, el Dios
encarnado que mora entre nosotros (Jn.1:14). El no es sólo Dios, sino Dios con
nosotros. El título que le fue dado en relación con Su comisión divina es el
Cristo, el Mesías, el ungido de Dios.
Cristo,
el Verbo de Dios, era Dios en la eternidad pasada. Durante el transcurso del
tiempo, el hombre fue creado conforme a la imagen de Dios como Su fotografía.
Después de que el hombre cayó, Dios prometió que la simiente de mujer vendría y
heriría la cabeza de la serpiente. Aproximadamente dos mil años más tarde, Dios
visitó a Abraham y le prometió un descendiente, diciéndole que su simiente
traería bendición a toda la tierra. Dicha simiente era Jesús, quien un día se
encarnó como hombre. El es el Verbo de Dios y la imagen misma de Dios, y como
tal, fue engendrado en el vientre de la virgen María. El salió de ese vientre
para ser Jesús, Jehová nuestro Salvador, nuestra salvación, y Emanuel, Dios con
nosotros. El es el ungido de Dios, el Cristo, quien lleva a cabo la voluntad de
Dios.
EL HIJO ES LA CORPORIFICACION Y EXPRESION DEL
PADRE, Y EL
ESPÍRITU ES EL HIJO HECHO REAL EN NOSOTROS
Esta
maravillosa persona, el Hijo, es la corporificación y expresión del Padre. En
Juan 14 Felipe pidió al Señor que mostrará el Padre a los discípulos. El Señor
Jesús le respondió de esta manera: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros,
y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre...
Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí” (vs. 8-9, 11a). El
Señor reveló a Sus discípulos que El era la corporificación y expresión del
Padre. El mismo es el Padre y el Hijo (Is. 9:6).
El es la Palabra del Padre, el que describe y define al
Padre. Debido a que El es la corporificación y expresión del Padre, cuando El
estaba con los discípulos, el Padre mismo estaba con ellos. Aunque el Padre y
el Hijo son uno, todavía son distintos, como lo indica el hecho de que el Hijo
oró al Padre.
Juan 14
dice que El rogó al Padre que enviara otro Consolador (v. 16), lo cual indica
que el Hijo es el primer Consolador enviado por el Padre. Según Juan 14, se
necesitaba otro Consolador. El segundo Consolador es el Espíritu de realidad,
quien hace real al Hijo en nosotros. El Espíritu de realidad no sólo vino a
estar con nosotros, sino también en
nosotros.
El Espíritu de realidad hace real en nosotros al Hijo, quien es la
corporificación del Padre. El Dios Triuno está en nosotros. El Padre está
corporificado en el Hijo, el Hijo es hecho real en nosotros como el Espíritu, y
el Espíritu reside en nosotros como el Hijo, quien es la corporificación misma
del Padre.
El Padre
es la fuente, el Hijo es la corporificación del Padre, y el Espíritu es el Hijo
hecho real en nosotros. Si tenemos al Espíritu, tenemos al Hijo; y si tenemos
al Hijo, tenemos al Padre. En otras palabras, si tenemos al Hijo también
tenemos al Padre quien es la fuente y al Espíritu quien es el Hijo hecho real
en nosotros. Todo esto forma parte de la biografía de Cristo.
Nuestro
Señor Jesucristo es el Verbo de Dios y la imagen de Dios, y el hombre fue
creado conforme a esta imagen. Cuando el hombre cayó, el Padre prometió que
vendría una simiente de mujer. Esta simiente de mujer es también la simiente de
Abraham, que bendice a toda la tierra. Dicha simiente llegó a nosotros por
medio de una virgen llamada María. Dios entró en el vientre de ella y nació
como un Dios-hombre llamado Jesús, Jehová el Salvador, quien es nuestra
salvación. Los hombres lo llamaban Emanuel, Dios con nosotros. Luego, declaró a
Sus discípulos que El mismo era la corporificación y expresión del Padre.
Además, dijo que rogaría al Padre que les diera otro Consolador, el cual
vendría y haría real al Hijo en ellos.
Esto debe ayudarnos a entender cuán rico es Cristo. El es
el Verbo de Dios, la simiente de la mujer, la simiente de Abraham, el
Dios-hombre, Jehová, el Salvador, Jesús y Emanuel. El es la corporificación y
expresión del Padre, y el Espíritu hace que El sea real en nosotros. Ahora, El
mora en nosotros como el Espíritu.
EL PROFETIZO QUE SE SEMBRARIA A SI MISMO EN LOS
DISCIPULOS
Durante
treinta años Cristo vivió en la tierra como un Dios-hombre, y a los treinta
años de edad salió a ministrar, a hablar, a profetizar. Ya que nosotros somos
Sus miembros, también debemos profetizar como El lo hizo. Lo que El profetiza
nos revela a Dios. Cuando oímos Su hablar, vemos a Dios, y cuando aceptamos Su
hablar, aceptamos a Dios mismo. Por medio del hablar de Cristo durante los tres
años y medio de Su ministerio, el Dios Triuno maravilloso, quien es orgánico,
se sembró en Sus discípulos. Sin embargo, ellos no comprendieron lo que estaba
aconteciendo. Los discípulos, ignorantes, simplemente pensaban que Cristo era
su Maestro y Amo, y que un día sería el Rey en el reino celestial. Lo que a
Jacobo y a Juan les preocupaba era quién se sentaría a la derecha o a la
izquierda de Él en Su reino (Mr. 10:35-37).
MURIO UNA MUERTE TODO-INCLUSIVA
Los
discípulos no entendían lo que estaba sucediendo ni a dónde iban, pero Jesús,
Jehová el Salvador, sí lo sabía. El fue valientemente a Jerusalén, decidido a
entregarse a
los
principales sacerdotes y los escribas para ser crucificado (Mt. 20:18-19).
Cuando vinieron a arrestarlo en Getsemaní, les dijo: “¿A quién buscáis? Le
respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy... Cuando les dijo: Yo
soy, retrocedieron, y cayeron a tierra” (Jn. 18:4-6). Ellos sabían que “Yo soy”
es el nombre de Jehová (Ex. 3:14). Ellos no tenían la capacidad, el poder ni la
fuerza para arrestar a Aquel que era Jehová Dios. De hecho, El mismo se entregó
a ellos a fin de cumplir la voluntad de Dios (Mt. 26:53-54).
Cristo,
quien es el Dios completo y el hombre perfecto, fue a la cruz y murió una
muerte todo-inclusiva. Por una parte, mediante Su muerte El efectuó la eterna
redención (He. 9:12). En la cruz, El dio fin a todas las cosas negativas del
universo, incluyendo a Satanás (He. 2:14; Jn. 12:31), el mundo (Jn. 12:31), la
vieja creación (Col. 1:20), el viejo hombre (Ro. 6:6), la carne (Gá. 5:24), el
yo (2:20), el pecado (2 Co. 5:21; Ro. 8:3; Jn. 1:29), los pecados (1 P. 2:24;
Is. 53:6) y la religión (Gá. 6:14). Por otra parte, mediante Su muerte liberó
la vida divina que estaba oculta en El, a fin de impartir la impartirla en Sus
creyentes (Jn. 12:24).
Cuando el
Señor estaba en la cruz, dos substancias salieron de Su costado abierto: sangre
y agua (Jn. 19:34). La sangre efectúa la redención, quitando los pecados (1:29;
He. 9:22), y es derramada para comprar la iglesia (Hch. 20:28). El agua imparte
vida, dando fin a la muerte (Jn. 12:24; 3:14-15), y brota para producir la
iglesia (Ef. 5:29-31). La muerte del Señor, por una parte, quita nuestros
pecados, y por otra, nos imparte vida. Por lo tanto, Su muerte tiene dos
aspectos: el aspecto redentor y el aspecto que imparte vida. La muerte de
Cristo es una muerte todo-inclusiva.
EN RESURRECCION LLEGA A SER EL HIJO PRIMOGENITO
DE DIOS Y EL
ESPIRITU VIVIFICANTE
En
resurrección, Jesús llegó a ser el Hijo primogénito de Dios (Ro. 8:29; Hch. 13:33).
En la encarnación, El era el unigénito Hijo de Dios (Jn. 3:16); sin embargo,
después de Su muerte y resurrección, llegó a ser el Hijo primogénito entre
muchos hermanos, esto es, entre muchos hijos. Cristo, mediante Su resurrección,
nos regeneró a nosotros los pecadores, a fin de que fuéramos hechos los muchos
hijos de Dios y Sus muchos hermanos (1 P. 1:3). Ahora hay muchos hijos en la
filiación divina, siendo Jesucristo el Hijo primogénito, y nosotros, los muchos
hijos.
En resurrección, Jesús también llegó a ser el Espíritu
vivificante, el pneuma que da vida;
ahora El es el Cristo pneumático, es
decir, el Espíritu vivificante, pneumático
y orgánico. Cuando una persona invoca el nombre del Señor, El entra en tal
persona, regenerándola a fin de morar en ella como el Espíritu. Así, El mora en
nosotros y es un espíritu con nosotros (1 Co. 6:17); El vive en nosotros. Todo
esto también está incluido en la biografía de Cristo.
VIVIR A CRISTO OBEDECIENDOLO
COMO NUESTRA PERSONA INTERIOR
Un día
oímos el evangelio, nos arrepentimos, confesamos nuestros pecados, invocamos el
nombre del Señor y le recibimos en nosotros. Cuando recibimos al Señor, El
entró en nosotros y cambió nuestros gustos y predilecciones. Desde ese momento
empezamos a dejar nuestros hábitos pecaminosos, uno tras otro, y nos
convertimos en personas diferentes. Desde el día en que recibí al Señor, tuve
la sensación de que Su persona me cuidaba, me restringía y me guiaba. Siempre
que estaba a punto de enojarme, El me restringía y me hablaba interiormente,
diciéndome: “Tú debes obedecerme”; esto me obligaba a dominar mi ira. ¿Se da
cuenta de que esta experiencia es vivir a Cristo? Desde el día en que recibí a
Cristo tuve la experiencia de que, cuando criticaba a otros, Su persona estaba
en mí y me decía: “No digas eso. Debes saber que Yo no hablo así”. Entonces
dejé de criticar, porque entendí que El nunca criticaba a nadie. Esto es vivir
a Cristo.
Cristo
vive en nosotros, no sólo como nuestra vida sino también como nuestra persona.
Una persona muy especial mora en nosotros, y El es nuestra vida, de tal manera
que ahora podemos experimentarle de forma subjetiva y orgánica. El es nuestra
persona, la mejor y suprema persona, y debe llegar a ser nuestra vida, nuestro
diario vivir y nuestra realidad. A menudo nos descuidamos y actuamos
precipitadamente porque no le escuchamos. Por ejemplo, cuando El nos dice: “No
hagas eso”, muchas veces no le damos importancia a Su hablar, descuidamos a
Jesús en nosotros y no nos preocupamos por El. Por tanto, tenemos que decirle:
“Señor, perdóname, porque me rebelé contra Ti”. Cuando le decimos esto al
Señor, El nos pedirá que confesemos nuestra culpa a la persona con quien hemos
argumentado o a quien hemos ofendido. El siempre nos urge desde nuestro
interior a que lo obedezcamos, a fin de que seamos uno con Él y lo sigamos.
Vivir a
Cristo implica obedecerlo como nuestra persona interior. Nuestra vida cristiana
no sólo consiste en hablar cosas espirituales durante las reuniones, sino en
vivir a Cristo cotidianamente. Muchas veces cuando estaba a punto de decir algo
o de ir a algún lugar, el Cristo en mí no quería decir lo que yo quería decir
ni ir adonde yo quería ir. Así que, como El no deseaba ir, esto me obligaba a
decirle: “Señor, ya que Tú no vas, yo tampoco iré. Me quedaré en casa”. Esto es
vivir a Cristo.
Al
obedecer a Cristo como mi persona interior, he recibido la gracia para crecer
en El. Cuando era joven, me enojaba con mucha facilidad. Pero ahora es difícil
que alguien me ofenda y me haga enojar. Esto se debe a que Cristo en mí nunca
se enoja, y yo me ejercito para ser uno con El. Cuando Cristo aumente en
nosotros, disminuirán todas las otras cosas que no sean Cristo. Esta
experiencia es otro aspecto de la biografía de Cristo.
Pablo
afirma que Cristo es nuestra vida (Col. 3:4), y en Gálatas 2:20 también
declara: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive
Cristo en mí”. Esto no sólo debe ser una doctrina o un mero conocimiento
teológico; antes bien, debe ser un hecho en nuestra experiencia. Ya no vivo yo,
sino que en mí vive el mismo Cristo que murió por mí y con quien también yo fui
muerto. Debemos declarar esto y hacer de ello nuestra experiencia diaria.
Debemos
vivir a Cristo en todos los detalles de nuestra vida diaria. A veces cuando
bromeo, Aquel que vive en mí me incomoda y me dice que me detenga, y yo le
obedezco a fin de vivirle porque El no sólo es mi vida sino también mi persona.
Cuando los hermanos compran una corbata, deben hacerlo conforme a Aquel que
mora en ellos. No debemos vestir corbatas mundanas que no le gustan a Cristo.
También debemos experimentarle como nuestra persona en la manera en que nos
cortamos el pelo. No pensemos que esto es algo insignificante. Si alguien tiene
el cabello muy largo, ¿piensa usted que Cristo puede hablar con libertad por
medio de él? Vivir a Cristo involucra experimentarle como nuestra persona y
nuestra vida, no sólo cada día sino en todo momento. Vivir a Cristo es el
cimiento básico y orgánico de la vida de iglesia. La iglesia es el agregado, el
conjunto, la totalidad del Cristo que vive en los santos.
LA IGLESIA ES EL PRODUCTO DEL DIOS TRIUNO
Dicha
iglesia es el producto o resultado del Dios Triuno orgánico. El Padre ha
impartido Su naturaleza y vida en nosotros como la substancia básica de nuestro
ser; esto se indica en Efesios 1, donde dice que El nos escogió para que
fuésemos santos y nos predestinó para filiación (vs. 4-5). El Hijo mediante Su
obra redentora ha llegado a ser nuestro elemento, por medio del cual hemos sido
hechos la herencia divina de Dios (vs. 7-11). ¿Cree usted que Dios heredará a
personas pecaminosas? Lo que Dios hereda ciertamente debe ser algo muy
precioso. En nuestra naturaleza pecaminosa, corrupta y natural, es decir, en
nuestro ser caído, no podemos ser la herencia de Dios. Pero Efesios 1:11 dice
que en Cristo fuimos designados como tal herencia. Así, hemos llegado a ser el
tesoro de Dios, ya que tenemos en nosotros el elemento de Cristo, el cual es el
elemento de la naturaleza divina y de la vida divina. Este elemento nos hace un
tesoro precioso ante los ojos de Dios. Llegamos a ser la herencia de Dios
porque tenemos a Cristo como elemento en nosotros.
Efesios 1
también dice que fuimos sellados con el Espíritu de Dios (v. 13). Cuando
estampamos un sello sobre un papel, la tinta satura el papel, o sea, la esencia
de la tinta se imparte en la fibra del papel. De la misma manera, el sello del
Espíritu satura nuestro ser de una manera fina. Aunque he estado en Cristo por
más de sesenta años, todavía percibo que el Espíritu me está sellando. Estoy
siendo infundido y transfundido con el Espíritu, quien me llena de la esencia
del elemento de Cristo, el cual es el mismo elemento de la naturaleza santa de
Dios y de Su vida divina. Este sello me hace
esencialmente
uno con el Dios Triuno. Esta es la vida de iglesia. Todos debemos vivir en la
realidad de este sello, pues sólo así tendremos una maravillosa vida de iglesia
en el recobro del Señor. Esto también está incluido en la biografía de Cristo.
SU BIOGRAFIA LLEGA A SER NUESTRA HISTORIA
Este
maravilloso Cristo, quien es la corporificación del Padre y cuya realidad en
nosotros es el Espíritu, es el elemento constituyente de la iglesia. Nuestro
vivir por medio de Él, con El, mediante El y en El, constituye la vida práctica
de iglesia. Así, Aquel que vive en nosotros es cada parte del nuevo hombre. La
iglesia es el nuevo hombre, y como tal, está constituida de Cristo como su
elemento intrínseco. Cristo es todos los miembros del nuevo hombre y está en
todos ellos. En el nuevo hombre Cristo es el todo, y en todos (Col. 3:10-11).
Esta no sólo es Su historia sino también la nuestra. Por ende, la biografía de
Cristo llega a ser nuestra historia.
Esperamos
el día cuando seamos arrebatados e introducidos plenamente en Cristo, en Su
gloria, pues entonces El será nuestra gloria absoluta. Ahora El está en
nosotros como nuestra esperanza de gloria. Pero en ese día, cuando entremos en
la parte eterna de Su biografía, viviremos con El, en El y por El como un solo
espíritu durante el reino milenario, y por la eternidad en los cielos nuevos y
la tierra nueva; seremos la Nueva Jerusalén, la cual es Su agrandamiento y
consumación final.
En el
primer capítulo de Génesis vemos que Dios hizo al hombre a Su imagen, y la
imagen del Dios invisible es Cristo mismo (Col. 1:15). Pero en el último
capítulo de Apocalipsis, vemos que Cristo es “el Espíritu”, pues en Apocalipsis
22:17 se menciona al “Espíritu y la novia”. El final de la Palabra santa revela
que el Dios Triuno orgánico se mezcla plenamente con nosotros, los seres
tripartitos transformados. En la consumación de la revelación divina, Su nombre
es “el Espíritu”. En la primera página de la Biblia El es la imagen de Dios, y
en la última página de la Biblia El es “el Espíritu” que se mezcla con
nosotros, los hombre tripartitos transformados, para que seamos Su novia. El,
como Esposo, y nosotros, como Su novia, llegamos a ser una pareja universal.
Esta pareja es la Nueva Jerusalén venidera, y será la historia, la biografía,
de Él y nosotros juntamente por la eternidad. Esta biografía comenzó en la
eternidad pasada y no tendrá fin, sino que durará por toda la eternidad futura.
Entre la eternidad pasada y la eternidad futura, nosotros somos regenerados,
renovados, santificados, transformados, conformados y glorificados. Ahora
estamos en este proceso, en el camino que producirá la biografía de este
maravilloso Cristo.
CAPITULO TRES
EL ESPIRITU
Lectura
bíblica: Mt. 28:19; 2 Co. 13:14; Jn. 7:38-39; Ap. 22:1; Ro. 8:2; 2 Co. 3:6b; 1
Jn. 5:6b; Jn. 14:16-20; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:18; Jn. 17:17; Ef. 4:3; Ap. 22:17;
Gá. 5:16; Ro. 8:4; Hch. 13:52b; 2:4a; 4:31b
LA BIOGRAFIA DE CRISTO
En este capítulo continuaremos nuestra comunión respecto
a la segunda de cinco prioridades en el recobro del Señor: Cristo. En
particular, veremos algo más en cuanto a la biografía de Cristo. Y
posteriormente, abordaremos la verdad sobre el Espíritu, que corresponde a la
tercera de cinco prioridades en el recobro del Señor.
Cristo tiene la preeminencia, el primer lugar en
todas la cosas
Según la
revelación de las Escrituras, Cristo es la centralidad y la universalidad de
Dios con respecto a Su mover, especialmente en cuanto a efectuar la redención
para producir la iglesia. Cristo es la centralidad y la universalidad de Dios,
y como tal, El tiene la preeminencia, es decir, el primer lugar en todo el
universo (Col. 1:18b). Tanto en la obra creadora de Dios como en la redención,
en la iglesia y en los creyentes, Cristo tiene la preeminencia y ocupa el
primer lugar.
Cristo fue dado por Cabeza sobre todas las cosas
a la iglesia
Efesios 1
declara que Dios dio a Cristo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia (v.
22b). La frase “a la iglesia” implica una especie de trasmisión. Dicho de otra
manera, lo que Cristo es se trasmite a la iglesia. Todo lo que Cristo, la
Cabeza, ha logrado y obtenido, es trasmitido a la iglesia, Su Cuerpo. Al
disfrutar esta trasmisión, somos Su plenitud y El es nuestra Cabeza.
Dios se encarnó como hombre
Cristo,
quien es Dios, un día se encarnó, es decir, se hizo hombre. La encarnación
consiste en que Dios se hizo hombre. El Dios todopoderoso se unió al hombre
mediante la concepción y el nacimiento. Aproximadamente unos cuatro mil años
después de haber creado al hombre, Dios entró en el vientre de una virgen
llamada María. El Dios todopoderoso, el Creador de los cielos y la tierra, fue
engendrado en el vientre de una virgen y permaneció allí por nueve meses.
Luego, nació como un hombre llamado Jesús,
nombre que le fue dado por Dios. Jesús conecta o une a Dios con el hombre.
El nombre Jesús
significa Jehová el Salvador. Jehová
se hizo hombre para ser nuestro Salvador, a fin de que disfrutásemos Su
salvación. El es el Dios completo unido y
mezclado
con el hombre perfecto. Esta persona maravillosa es muy especial: no es
simplemente Dios ni meramente hombre; más bien, es Dios y hombre, por lo cual
le llamamos el Dios-hombre. Dios y el hombre se hicieron uno en El, pues el
hombre se unió a Dios y Dios se mezcló con él. ¡Este es Jesús! Muchos
cristianos no conocen a Jesús como tal unión y mezcla de lo divino con lo
humano. La encarnación no sólo dio lugar a que Dios se hiciera hombre, sino
también introdujo a Dios en el hombre. Así que podemos declarar: “¡Aleluya, hoy
Dios es un hombre!”
Después de vivir treinta años en Nazaret, El salió a
ministrar y fue muy atrayente, tal como un imán. Cuando caminaba junto al mar
de Galilea, atrajo a Pedro, Andrés, Jacobo y Juan (Mt. 4:18-22), los cuales
dejaron sus trabajos y le siguieron. Ellos fueron atraídos por el Señor, la
gran luz que resplandecía en las tinieblas de muerte (v. 16), y le siguieron a
fin de que el reino de los cielos se estableciera en la luz de vida.
Aunque El
era atrayente, no poseía belleza ni hermosura física. Isaías 53:2 dice: “...no
hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le
deseemos”. Y en 52:14 dice: “...de tal manera fue desfigurado de los hombres su
parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres”. A pesar de que
el Señor no era hermoso físicamente, algo en El era tan magnético como un imán,
pues atrajo a los discípulos desde el momento en que le vieron. Podríamos decir
que ellos se volvieron “adictos” a Jesús. Hoy puedo declarar que soy adicto a
Jesús, y muchos otros también lo son.
Morir una muerte todo-inclusiva
Después
de vivir como hombre por treinta años, Jesús ministró por tres años y medio.
Luego, fue a la cruz en el Calvario para morir una muerte todo-inclusiva. Por
medio de dicha muerte, dio fin a la vieja creación (Col. 1:20), crucificó al
viejo hombre (Ro. 6:6) y quitó el pecado del hombre (Jn. 1:29) y también los
pecados (Jn. 12:31). Antes de la muerte de Jesús, el universo entero había
envejecido y estaba lleno de elementos negativos. Sin embargo, El limpió este
universo por medio de Su muerte.
Por el
lado positivo, el Señor Jesús fue quebrantado en la cruz para liberar la vida
divina, la cual estaba oculta en El (Jn. 12:24). Cuando fue herido en la cruz,
al instante salió de Su costado sangre y agua (19:34). La sangre alude a la
redención, y el agua representa el fluir de la vida de Dios. Por una parte, El
limpió todo el universo por medio de Su muerte redentora; por otra, liberó la
vida divina, la cual estaba oculta en Sí mismo, a fin de impartir esta vida en
Sus creyentes.
Tres logros principales obtenidos en la
resurrección
Después de morir, Jesús permaneció en el Hades durante
tres días y luego salió de la muerte en resurrección. En Su resurrección El
obtuvo tres logros.
Llegó a ser el Hijo
primogénito de Dios
Cristo,
por medio de Su resurrección, llegó a ser el Hijo primogénito de Dios (Ro.
8:29). Antes de Su resurrección El era el Hijo unigénito de Dios (Jn. 3:16), el
único Hijo de Dios, pero Su naturaleza humana aún no había sido introducida en
la filiación divina. Pero un día, este Hijo unigénito de Dios que poseía
divinidad se hizo un hombre de carne y sangre. Como Hijo de Dios en la
eternidad pasada, únicamente tenía divinidad; ciertamente poseía la naturaleza
divina pero no la naturaleza humana. Sin embargo, por medio de la resurrección,
Su humanidad fue introducida en la filiación. Ahora, como Hijo de Dios, El
posee tanto humanidad como divinidad. Por medio de Su resurrección, Cristo
introdujo Su humanidad en la filiación divina. Antes de Su resurrección El era
el Hijo de Dios, pero aún no era el Hijo primogénito. En Su resurrección El fue
engendrado por Dios para ser el Hijo primogénito entre muchos hijos.
Produjo muchos hijos de
Dios
Además,
en Su resurrección El produjo muchos hijos de Dios; éste fue el segundo logro
de Su resurrección. Según 1 Pedro 1:3, Dios nos regeneró mediante la
resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Su resurrección fue un gran
parto corporativo, en el cual todos los creyentes fuimos hechos hijos de Dios.
Una vez leí que una mujer tuvo siete hijos en un solo alumbramiento, pero en la
resurrección de Cristo nacieron millones de hijos. En Su resurrección, Cristo
llegó a ser el Hijo primogénito entre muchos hijos. Según 1 Pedro 1:3, nacimos
de nuevo hace aproximadamente dos mil años, cuando Cristo resucitó. Todos
nacimos en el mismo parto. Cuando Jesucristo nació como el Hijo primogénito,
todos nosotros nacimos como los muchos hijos. En la resurrección fuimos
engendrados por Dios.
Fue hecho el Espíritu
vivificante
En Su
resurrección, Cristo también fue hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45);
éste es el tercer logro de Su resurrección. Él era el Dios único que se hizo
hombre. Como hombre, murió en la cruz, fue sepultado y permaneció en el Hades
durante tres días. Luego, entró en resurrección para llegar a ser el Espíritu
vivificante. Hoy, El es Dios, es un hombre y además, es el Espíritu que da
vida. ¡Él es una persona maravillosa! La biografía de Cristo es maravillosa. El
es el Espíritu vivificante, y como tal, es la consumación del Dios que se hizo
hombre. El Dios que se hizo hombre es consumado en el Espíritu. Por tanto, el
Espíritu que da vida es la totalidad de Dios más el hombre. El llegó a ser el
Espíritu vivificante para impartirse a Sí mismo en nosotros, a fin de ser nuestra
vida y morar en nosotros como nuestra persona.
Es un hecho que Jesús ha entrado en nosotros, pero
debemos entender que la historia de este Jesús que entró en nosotros, no es tan
sencilla. Ciertamente El era Dios en la eternidad pasada. Pero unos cuatro mil
años después de haber creado al hombre, El
entró en el vientre de una virgen y nació de ella. Así,
Dios nació como hombre y se unió a éste. Posteriormente, vivió como hombre por
treinta tres años y medio, murió en la cruz, fue sepultado por tres días y
salió en resurrección llegando a ser el Espíritu vivificante. Por tanto, el
Espíritu vivificante es el agregado del Dios que se hizo hombre. Hoy, El es el
Espíritu que da vida.
Jesús adiestra a los
discípulos para que disfruten Su presencia invisible
En la
noche del día de Su resurrección, Jesús regresó a Sus discípulos. Ellos estaban
reunidos y habían cerrado las puertas por miedo de los judíos. Los discípulos
se sentían amenazados, tenían temor y estaban sin paz. De repente, Jesús
apareció y se puso de pie en medio de ellos. El se presentó como la paz,
diciendo: “Paz a vosotros” (Jn. 20:19). Según Lucas 24:37 los discípulos,
“espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu”. Pero el Señor les
dijo: “Mirad Mis manos y Mis pies, que Yo mismo soy; palpadme, y ved; porque un
espíritu no tiene carne y huesos, como veis que Yo tengo” (v. 39). El Señor
vino a ellos con un cuerpo resucitado (1 Co. 15:44). ¿Cómo pudo El, siendo de
carne y hueso, entrar en un cuarto cerrado? Nuestra mente limitada no puede
concebirlo, pero ¡es un hecho! Debemos creer este hecho según consta en la
revelación divina. El mostró a los discípulos Sus manos y Su costado, y se
infundió en ellos como el soplo o aliento de vida (Jn. 20:20-22). Así que, El
llegó a ser el Espíritu; no obstante, tenía carne y huesos.
Después
de Su resurrección y antes de Su ascensión, El se manifestó a los discípulos y
luego desapareció. Aunque ellos no le veían, El permanecía en ellos como
Espíritu. Antes de morir, el Señor estaba en la carne y Su presencia era
visible; pero después de Su resurrección, llegó a ser el Espíritu y Su
presencia era invisible. Las manifestaciones o apariciones que hizo después de
Su resurrección tenían como fin adiestrar a los discípulos a que se percataran
de Su presencia invisible, la disfrutaran y vivieran en ella. Esta presencia es
más accesible, prevaleciente, preciosa, rica y real que Su presencia visible.
En resurrección, Su adorable presencia era simplemente el Espíritu, el cual
Jesús había impartido como soplo en ellos, y el cual estaría siempre con ellos.
Ya fuera
que los discípulos estuvieran conscientes de Su presencia o no, El estaba con
ellos continuamente. Por causa de la debilidad de ellos, se manifestó a fin de
fortalecer la fe que tenían en El. Cuando desapareció de nuevo, los discípulos
se desanimaron. Debido a la necesidad de ganarse el sustento diario, Pedro se
fue a pescar, y le siguieron algunos de los discípulos. Ellos no pescaron ni un
solo pez en toda la noche. Mas, de repente, Jesús se les apareció (Jn.
21:1-14). Aunque El se aparecía y desaparecía, la realidad era que siempre
estaba con ellos.
La vida
cristiana es una vida en la que Jesús se manifiesta y luego desaparece. Quizás
por la mañana un hermano siente que Jesús está con él, y pasa un tiempo muy
íntimo
con el
Señor, disfrutando de Su presencia. Pero más tarde, tal vez la esposa hace o
dice algo que lo moleste. Entonces, según el sentir de ese hermano, Jesús se
desaparece. Aparentemente, él pierde la presencia de Jesús, pero en realidad Jesús
no se ha ido. Quizás este hermano siente que perdió la presencia del Señor,
pero el Señor siempre permanece con él. Todo esto forma parte de la biografía
de Jesús.
Nos introduce en la
gloria para consumar la nueva creación de Dios
Día tras
día el Señor se nos manifiesta y luego desaparece, a fin de santificarnos,
renovarnos, transformarnos y conformarnos a Su imagen. Finalmente, El nos
glorificará en Su gran manifestación, Su segunda venida. Entonces nos
introducirá en la gloria, de modo que nuestro cuerpo físico será glorificado.
Según Filipenses 3:21, nuestro cuerpo es un cuerpo de humillación que ha sido
dañado por el pecado, la debilidad, la enfermedad y la muerte (Ro. 6:6; 7:24;
8:11). Pero finalmente, nuestro cuerpo será conformado al cuerpo resucitado de
Cristo, el cual se halla saturado de la gloria de Dios (Lc. 24:26) y trasciende
la corrupción y la muerte (Ro. 6:9). Cristo es la gloria, y como tal,
introducirá nuestro cuerpo de humillación en Sí mismo. Ahora El es nuestra
esperanza de gloria (Col. 1:27), pero un día estaremos en El y con Él en dicha
gloria, lo cual dará consumación a la nueva creación de Dios en nosotros.
Antes de
que fuéramos regenerados, estábamos plenamente en la vieja creación. La
regeneración nos hizo una nueva creación, pero aún no la somos totalmente. Más
bien, estamos en el proceso de llegar a ser la nueva creación de Dios, tal como
una mariposa gradualmente sale de su capullo. Cuando Jesús vuelva, nuestros
cuerpos serán transfigurados y seremos introducidos en Su gloria, lo cual dará
consumación a la nueva creación de Dios en nosotros. Esta es la biografía de
Cristo.
Trae el reino de Dios a la tierra
Cuando El
regrese, traerá el reino de Dios a la tierra. Según Daniel 2, El vendrá como
piedra que hiere y destruirá la totalidad del gobierno humano sobre la tierra.
Entonces, como dicha piedra que hiere, El se convertirá en un gran monte, el
reino de Dios, el cual llenará toda la tierra (vs. 34-35, 44-45). Por tanto, en
Su segunda venida El dará consumación a la nueva creación de Dios en nosotros y
limpiará la tierra, destruyendo la totalidad del gobierno humano, desde Nimrod
hasta el anticristo, lo cual es representado por la gran imagen humana de
Daniel 2. Entonces, El se convertirá en el reino de Dios que llena toda la
tierra.
Los
creyentes que venzan reinarán con El en el reino milenario, mientras que los
creyentes derrotados serán disciplinados. Los cristianos que sean derrotados en
esta era madurarán en el milenio, mientras que los judíos salvos serán
consumados como la nueva creación de Dios. Al finalizar el milenio, se rebelará
una parte de las naciones,
quienes
fueron ciudadanos del reino por mil años (Ap. 20:7-9). Esa será la última
rebelión de los hombres contra Dios, y descenderá fuego del cielo y los destruirá.
Luego, el antiguo cielo y la antigua tierra pasarán, y vendrán el nuevo cielo y
la nueva tierra. Entonces, todos los creyentes madurados juntamente con los
judíos escogidos y redimidos serán la Nueva Jerusalén por la eternidad.
El es la centralidad y la
universalidad de la Nueva Jerusalén
Cristo
será la centralidad y la universalidad de la Nueva Jerusalén. La Nueva
Jerusalén será la mezcla, la compenetración, del Dios Triuno procesado y el
hombre tripartito transformado. Por una parte, seremos la morada de Dios, y por
otra, El será nuestra morada. La Nueva Jerusalén será una morada en la que Dios
y nosotros moraremos mutuamente. En otras palabras, Dios morará en nosotros y
nosotros en El. Así, disfrutaremos y expresaremos al Dios Triuno por la eternidad.
Este es el destino eterno de la Nueva Jerusalén, en la cual Cristo será el
centro y la circunferencia. Allí El será plenamente la centralidad y la
universalidad de la economía de Dios. La Nueva Jerusalén será la consumación
final de la economía de Dios. Esta es la biografía de Cristo, la cual no tiene
fin.
EL ESPIRITU
Ahora
quisiera mencionar la tercera de cinco prioridades en el recobro del Señor: el
Espíritu.
La Trinidad Divina
Cuando
hablamos del Espíritu, es necesario mencionar la Trinidad Divina. La Trinidad
Divina es un gran misterio. Dios es singularmente uno, pero este único Dios es
Triuno. El término teológico Triuno
es una palabra derivada del latín, la cual fue inventada por los eruditos de la
Biblia. Tri significa tres, y uno significa uno. Dios es uno, pero a
la vez también es tres. Aunque Dios es tres, esto no quiere decir que El sea
tres dioses. Ciertamente El es el único Dios, pero también es tres. Este es un
gran misterio.
Los
maestros de la Biblia y los teólogos se han esforzado mucho por describir la
Trinidad. Algunos han usado el plural personas
para describir a los tres de la Deidad. En ocasiones podemos usar este término,
pero si lo usamos demasiado, podemos caer en la herejía del triteísmo. Otros
han usado la palabra hypóstasis para
describir a los tres de la Deidad. Esta palabra griega se refiere a un soporte
subyacente, es decir, a un apoyo que está por debajo, algo que sostiene. Por
ejemplo, una mesa puede apoyarse sobre cuatro patas. Dios es singularmente uno,
pero tiene tres substancias que lo sustentan: el Padre, el Hijo y el Espíritu.
El Espíritu es el Dios Triuno que fluye
Según la
revelación divina, la Trinidad Divina tiene una fuente, un cauce y una
corriente. La Biblia dice que Dios es el agua viva (Jn. 4:10, 14), y esta agua
tiene una fuente, un cauce y una corriente. El Padre es la fuente, el Hijo es
el cauce y el Espíritu es la corriente. Mateo 28:19 dice que debemos bautizar a
las personas en el nombre, singular, de tres personas: el nombre del Padre, y
del Hijo, y del Espíritu. La Trinidad tiene un solo nombre. En 2 Corintios
13:14 se habla del amor de Dios, la gracia de Cristo y la comunión del Espíritu
Santo. En este versículo vemos tres personas: Dios, Cristo y el Espíritu Santo;
y también vemos tres cosas: el amor, la gracia y la comunión. El amor de Dios
es la fuente; la gracia que procede de este amor es el cauce; y la comunión del
Espíritu es la corriente.
El
Espíritu es la corriente del Dios Triuno, en otras palabras, es el Dios Triuno
que fluye. Podríamos comparar al Espíritu, quien es el Dios Triuno que fluye,
con la corriente eléctrica, la cual es la electricidad que fluye. La
electricidad y la corriente eléctrica no son dos, sino una misma cosa. La
electricidad fluye, y a eso se le llama la corriente eléctrica; el Dios Triuno
fluye, y esto es llamado el Espíritu.
El
Espíritu no sólo es el Dios Triuno que fluye, sino también el Dios Triuno que
llega a nosotros. Por ejemplo, la corriente eléctrica es la electricidad que
llega a nosotros. La electricidad llega a una casa desde la planta por medio de
la corriente eléctrica o flujo eléctrico. Puesto que la corriente llega a
nosotros, esto alude a que “entra en nosotros”. El Espíritu es el Dios Triuno
que llega a nosotros, y por ende, entra en nosotros. El Espíritu es el Dios
Triuno que entra en nosotros como Espíritu de vida (Ro. 8:2).
El Espíritu es la realidad
El
Espíritu es la realidad misma (1 Jn. 5:6b). Dios es misterioso pero real. Por
ejemplo, no podemos decir con facilidad si la electricidad es sólida o no. Es
correcto decir que nuestro Dios es misterioso; sin embargo, El también es muy
real. La realidad es el Espíritu. El Espíritu es la realidad de Dios, la
realidad de Cristo (Jn. 14.16-20; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:18), la realidad de la
palabra de Dios (Jn. 17:17) y la realidad de la resurrección de Cristo.
El Espíritu es el Espíritu vivificante
Dios pasó
por diferentes etapas en Su economía. En la eternidad pasada Dios era solamente
divino y no poseía el elemento humano. Pero aproximadamente cuatro mil años
después de crear al hombre, El mismo se hizo hombre. El Señor participó de la
naturaleza humana al participar de carne y sangre (He. 2:14). Esta es otra
etapa por la cual Dios pasó. El llegó a ser Emanuel (Mt. 1:23), un Dios-hombre.
Nuestro
Dios, el Dios de los cristianos, es muy diferente del Dios de los judíos.
Debido a que los judíos no creen en Jesús, el Dios de ellos sólo posee
divinidad pero no humanidad. Los judíos no creen que el Jesús de hoy es el
Jehová del Antiguo Testamento. En el Antiguo Testamento Jehová era sólo Dios,
pero Jesús hoy es Dios y hombre. Este hombre Jesús, el postrer Adán, llegó a
ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). En el Nuevo Testamento vemos dos
grandes transformaciones, es decir, dos grandes “llegó a ser”: primero, Dios se
hizo hombre, el Verbo se hizo carne (Jn. 1:14); segundo, este Dios-hombre fue
hecho el Espíritu vivificante. Estas son las diferentes etapas por las cuales
Dios pasó.
En la
eternidad pasada, el Espíritu de Dios era solamente el Espíritu de divinidad.
Pero una vez que Dios se hizo hombre, este Dios-hombre llegó a ser el Espíritu
vivificante. Ahora, el Espíritu de Dios también es el Espíritu del hombre
Jesús. Hechos 16:7 habla del “Espíritu de Jesús”. El Espíritu de Jesús es el
Espíritu de Dios que contiene también el elemento humano de Jesús. El Espíritu
de Cristo se menciona en Romanos 8:9, y en Filipenses 1:19 se nombra al
Espíritu de Jesucristo. El Espíritu de Cristo y el Espíritu de Jesucristo son
un solo Espíritu, el cual incluye el elemento divino y el humano.
En Juan 7
el Señor Jesús proclamó que el Espíritu sería la corriente que fluiría en el
interior de los creyentes (v. 38). El versículo 39 dice que “aún no había el
Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. En ese entonces Jesús
aún no había sido glorificado, pues El fue glorificado cuando resucitó. El
todavía no había llegado a ser el Espíritu vivificante mediante la
resurrección. Este Espíritu vivificante, Jesús, ciertamente es el Espíritu de
Dios, pero en otra etapa.
En la
eternidad pasada, una de Sus etapas, El era sólo el Espíritu que poseía
divinidad pero que no tenía el elemento humano. Sin embargo, cuando Jesús
resucitó, el Espíritu llegó a ser el Espíritu de Jesucristo. En la resurrección
Jesús fue hecho el Espíritu vivificante, así que dicho Espíritu vino a ser el
Espíritu de Jesucristo, el cual posee el elemento humano en resurrección. Hoy
en día, el Espíritu que mora en nosotros no sólo es el Espíritu Santo y el
Espíritu de Dios, sino también el Espíritu de Jesucristo; El es divino y
también humano. No sólo es humano a causa de la encarnación, sino también en la
resurrección. Hoy El es tal Espíritu.
El Espíritu compuesto todo-inclusivo
Dios, el
hombre, la muerte de Jesús y la resurrección de Cristo, se compenetran para
formar el Espíritu compuesto. Decimos esto basados en el ungüento compuesto
mencionado en Éxodo 30, el cual tipifica a este Espíritu todo-inclusivo. Un hin
de aceite de olivas era la base de este ungüento, a la cual se le añadían
cuatro clases de especias — mirra, canela, cálamo y casia— para formar un
ungüento compuesto (vs. 23-25). Una nota al margen de la Biblia Newberry dice
que este ungüento compuesto de Éxodo 30
alude al
Espíritu. Leí esto hace mucho tiempo y sabía que este ungüento tipificaba al
Espíritu, pero no entendí que tipificaba al Espíritu compuesto hasta muchos
años después. Hoy el Espíritu de Jesucristo no solamente es el Espíritu que
posee divinidad, sino también el Espíritu compuesto, el cual se compone de la
divinidad, la humanidad, la muerte de Jesús y la resurrección de Cristo. Así
que, el Espíritu Santo que experimentamos es este Espíritu compuesto.
Cuando
era un cristiano joven me dijeron que estaba crucificado con Cristo. Sin
embargo, yo no podía entender cómo la crucifixión de Cristo me involucraba, ya
que El murió hace dos mil años. ¿Cómo pude yo estar allí? A.B. Simpson dice
que, basados en Romanos 6:11, debemos considerar que hemos sido crucificados.
Según nuestro concepto, la muerte de Cristo ocurrió lejos de nosotros en cuanto
a espacio y tiempo; pero debido a que Dios nos ha puesto en Cristo, Su historia
es ahora nuestra experiencia.
Por
ejemplo, aquellos que son descendientes de europeos vinieron a los Estados
Unidos hace aproximadamente doscientos años, aun antes de haber nacido. Más
tarde, nacieron en los Estados Unidos aunque sus antepasados no eran
estadounidenses. Cuando los antepasados llegaron a los Estados Unidos, los
descendientes estaban en ellos. Hebreos 7 menciona el hecho de que la tribu de
Leví ofreció diezmos a Melquisedec por medio de su padre Abraham (v. 9), puesto
que ellos estaban en los lomos de Abraham cuando éste se encontró con
Melquisedec (v. 10). Por tanto, la historia de nuestros antepasados es nuestra
propia experiencia; así que, podemos considerarnos muertos basados en este
entendimiento.
Dios nos
puso en Cristo (1 Co. 1:30). Hace dos mil años Cristo murió en el Calvario, y
debido a que Dios nos incluyó en El, nosotros también morimos. Esta es la razón
por la que debemos considerarnos crucificados juntamente con Cristo (Gá. 2:20).
Este hecho es muy lógico. Sin embargo, si tratamos de experimentar tal
crucifixión, nos daremos cuenta de que considerarnos muertos es una técnica
inútil. Cuanto más nos consideramos muertos, más vivos parecemos estar.
Un día el
hermano Nee nos dijo que la muerte de Cristo mencionada en Romanos 6 está en el
Espíritu mencionado en Romanos 8. La muerte de Cristo, especialmente la
eficacia de Su muerte, ha sido añadida al Espíritu. Así que, en el Espíritu se
halla el poder y la eficacia de la muerte de Cristo. Un doctor prescribe
medicinas que contienen diferentes esencias, unas de las cuales tienen la
capacidad de nutrirnos mientras que otras actúan matando bacterias. El Espíritu
compuesto es la dosis más eficaz, la cual Dios ha prescrito para nosotros. El
es nuestra dosis todo-inclusiva. Si nos enojamos frecuentemente, también
debemos tomar con frecuencia el Espíritu de Jesús. El Espíritu de Jesús
contiene el elemento de la muerte de Cristo, la cual mata el microbio de la
ira.
Invocar el nombre del
Señor para recibir el Espíritu
El
Espíritu que experimentamos hoy es el Espíritu consumado, no el Espíritu
“crudo”, sin procesar. El Espíritu divino ya ha sido consumado y contiene el
elemento humano, la dulzura y la eficacia de la muerte de Cristo, y el poder de
Su resurrección. Dicho Espíritu consumado ha llegado a ser la dosis que Dios
nos ha prescrito. Debemos tomar esta dosis continuamente por medio de invocar
el nombre del Señor: “Oh Señor Jesús. Oh Señor Jesús”. Si un paciente tiene la
presión alta, el doctor le recetará cierta clase de medicina. Al poco tiempo de
haber ingerido la medicina, bajará la presión alta de esa persona. De igual
manera, debemos tomar la dosis eficaz para nuestra vida cristiana y nuestra vida
de iglesia. Esta dosis es el Espíritu compuesto.
Ingerimos
esta dosis al invocar: “Oh Señor Jesús”. No es necesario gritar. Al invocar el
nombre del Señor continuamente, nuestra ira desvanecerá. Por eso se nos exhorta
a que oremos sin cesar (1 Ts. 5:17). Al orar debemos invocar: “Oh Señor Jesús”.
Invocar el nombre del Señor equivale a inhalar el Espíritu. M. E. Barber
escribió un himno que dice: “Respirar, Jesús, Tu nombre / Me da vida en verdad”
(Himnos, #41). Si inhalamos el nombre
de Jesús al invocar, bebemos el Espíritu de vida. Invocar el nombre del Señor
es inhalar el Espíritu (Lm. 3:55-56).
El
Espíritu hoy es la consumación del Dios Triuno, o sea, es el Espíritu consumado
de Dios en el cual se ha incluido el elemento divino, el elemento humano, la
muerte de Jesús y la resurrección de Cristo. En Filipenses 1:19 Pablo habla de
la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. El Espíritu de
Jesucristo es abundante, rico y tiene un suministro también abundante. ¿Cómo
podemos experimentarlo y poseerlo? Al invocar el nombre de Jesucristo.
Jesucristo es el nombre, y el Espíritu de Jesucristo es la persona. Si llamamos
a una persona por su nombre, ésta respondería: “Sí, aquí estoy”. Asimismo, al
invocar “Oh Señor Jesús”, el Espíritu diría: “Sí, aquí estoy”. Esto sucede
porque el Espíritu es Su persona misma.
Debemos
invocar el nombre del Señor en cualquier lugar (1 Co. 1:2). Algunos hermanos y
hermanos no quieren invocar el nombre del Señor antes que otros en las
reuniones porque tienen muy alta estima de sí mismos. Por ejemplo, un hermano
que es profesor quizás sienta que perderá su dignidad si invoca el nombre del
Señor. Es más fácil que los jóvenes invoquen el nombre del Señor. Quizás los
santos de más edad invoquen el nombre del Señor en secreto, privadamente, pero
no públicamente en las reuniones; sin embargo, si no invocamos el nombre del
Señor, estamos rehusando tomar el Espíritu como nuestra medicina, como nuestra
dosis. No es vergonzoso ingerir la mejor medicina. Debemos invocar el nombre del
Señor para recibir el Espíritu.
Los creyentes deben ser
llenos interiormente del Espíritu esencial, y exteriormente,
del Espíritu económico
El
Espíritu es la totalidad del Dios Triuno, Su consumación. El Dios Triuno está
corporificado en Cristo, y Cristo es hecho real en nosotros por el Espíritu. El
Espíritu hoy es el Jesús viviente y la realidad del Dios Triuno. Al orar, lo
disfrutamos y somos llenos de Él. Así, nos llenamos interiormente del Espíritu
esencial para tener vida y vivir, y nos llenamos exteriormente del Espíritu
económico para obtener poder en nuestro ministerio y obra (Hch. 13:52; 2:4a;
4:31b).
Antes de
ministrar la palabra a los santos, necesito orar; si no oro, no puedo hablar.
Antes de hablar, a menudo oro: “Señor, lléname por dentro como mi esencia y mi
vida, y lléname por fuera con poder para tener impacto”. El Señor siempre
escucha esta oración, ya que cuando hablo, interiormente experimento al
Espíritu como la esencia en mi interior, y exteriormente lo experimento como la
autoridad sobre mí, lo cual produce impacto. Necesitamos ser llenos
interiormente del Espíritu esencial para obtener vida y realidad en nuestro
ser, y también necesitamos ser llenos exteriormente del Espíritu de poder, para
llevar a cabo la obra de Dios y cumplir así Su economía.
Los creyentes deben
vivir, actuar y hacer todo por el Espíritu, en El y conforme a El
Los creyentes deben vivir, actuar y hacer todo por el
Espíritu, en El y conforme a El (Gá. 5:16, 25; Ro. 8:4). Esta es la vida
cristiana y también la vida corporativa de la iglesia.
La iglesia es la novia de Cristo,
y como tal, debe ser una con el Espíritu
La
iglesia es la novia de Cristo, y como tal, debe ser una con el Espíritu (Ap.
22:17). Al final, la iglesia y el Espíritu serán uno. En 1 Corintios 6:17 dice:
“Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con El”. La iglesia debe ser
un espíritu con el Señor. Si vivimos, actuamos y hacemos todo por el Espíritu,
en El y conforme a Él, la iglesia será absolutamente una con el Espíritu. Esta
es la iglesia, el Cuerpo de Cristo, que el Señor desea obtener.
CAPITULO CUATRO
LA IGLESIA
Lectura bíblica: Ef. 3:9-10; 1:9, 4-5, 10-11, 13, 19-23;
1 Co. 10:32; Ro. 16:16b; 1 Co. 14:33b; Hch. 8:1; 13:1; 1 Co. 1:2; Ap. 1:4, 11;
1 Co. 14:5, 12
Anteriormente
hemos abarcado los siguientes temas: la unidad del Cuerpo de Cristo, Cristo y
el Espíritu. Ahora, en este capítulo consideraremos el tema de la iglesia. La
unidad se halla en la iglesia, y tanto Cristo como el Espíritu desean edificar
la iglesia. Hemos visto que el Espíritu es el Espíritu de vida y el Espíritu
vivificante; además, el Espíritu es la realidad: la realidad de Dios, de
Cristo, de la Palabra y de la resurrección de Cristo. Dios es el Padre, el Hijo
y el Espíritu. El Espíritu es la totalidad, el agregado y la consumación del
Dios Triuno. El Padre es la fuente, el Hijo es el cauce y el Espíritu es la
corriente del Dios Triuno. El Hijo es la corporificación del Padre, y el
Espíritu es el Hijo hecho real en nosotros. Así que, tenemos un solo Dios, pero
El posee muchos aspectos.
La
iglesia también posee diferentes aspectos. La iglesia es una, única y
universal; sin embargo, en la práctica la iglesia se expresa por medio de las
iglesias locales. Por eso, el Nuevo Testamento menciona la iglesia que estaba
en Jerusalén (Hch. 8:1), la iglesia en Antioquía (13:1) y la iglesia en Corinto
(1 Co. 1:2). Además, Apocalipsis 1:11 habla de las siete iglesias que estaban
en Asia: en Efeso, en Esmirna, en Pérgamo, en Tiatira, en Sardis, en Filadelfia
y en Laodicea. En la práctica éstas son muchas iglesias locales, pero todas
ellas constituyen la única iglesia universal. La iglesia tiene dos aspectos, el
aspecto local y el aspecto universal. Es decir que, localmente las iglesias son
muchas, pero universalmente todas las iglesias son una sola. La iglesia es el
único Cuerpo de Cristo, y dicho Cuerpo se expresa en muchas localidades por
medio de las iglesias locales.
LA IGLESIA, EL CUERPO DE CRISTO, ES UNA CON EL
DIOS TRIUNO EN
VIDA, NATURALEZA, ELEMENTO Y ESENCIA
En
Efesios 4:4-6 dice: “Un Cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados
en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un
Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”. Estos
versículos mencionan a cuatro personas: un Cuerpo, un Espíritu, un Señor y un
Dios y Padre. También hablan de tres asuntos: una esperanza, una fe y un
bautismo. Las tres personas de la Trinidad Divina —el Espíritu, el Señor y el
Dios y Padre— son uno. El Padre está en el Hijo (Jn. 14:10), el Hijo es el
Espíritu (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17), y el Espíritu es la totalidad, el agregado
y la consumación del Dios Triuno. El Cuerpo es la mezcla del Dios Triuno y el
hombre tripartito.
Los
creyentes nacimos de Dios, así que somos hijos de Dios (Jn. 1:12-13). En la
vida divina, Dios es nuestro Padre. Podríamos ejemplificar esto citando el caso
de un padre que tiene tres hijos. Puesto que tal padre es una persona, los tres
hijos también son personas. Es correcto decir que el padre y los tres hijos son
iguales en el sentido de que son personas; sin embargo, el padre es uno solo, y
sus hijos no participan en la paternidad de él. Los cuatro son iguales en el
sentido de que son personas, pero no son iguales en cuanto a la paternidad,
pues entre todos ellos sólo uno es el padre. En este sentido el padre es
distinto, pues él es el único padre. Los tres hijos son personas y nacieron del
padre, pero no son el padre.
De igual
manera, los creyentes tenemos un Dios y Padre, y este único Dios tiene muchos
hijos. Nosotros no somos Dios en cuanto a Su paternidad; sin embargo, somos
hijos de Dios. Somos hijos de Dios que nacimos de Él y tenemos Su vida, Su
naturaleza, Su elemento y Su esencia; en este sentido somos iguales a Dios,
pero no somos iguales a Él en cuanto a Su Deidad. Puesto que nacimos de Dios,
podemos afirmar que somos divinos en vida, naturaleza, elemento y esencia. La
iglesia es igual a Dios en vida, naturaleza, elemento y esencia divinas.
Por eso
Pablo ubica el Cuerpo en la misma categoría que el Espíritu, el Señor y Dios el
Padre: los cuatro son divinos. Dios el Padre es divino; el Señor es divino; el
Espíritu es divino; y el Cuerpo también es divino. El Cuerpo es divinamente
humano y humanamente divino. La iglesia es humana, pero de modo divino, y es
divina pero de modo humano; no obstante, su posición se basa en lo divino, no
en lo humano. La iglesia es el Cuerpo de Cristo porque tiene la vida,
naturaleza, elemento y esencia divinas. Pablo dijo: “un Cuerpo y un Espíritu”.
El Cuerpo ha sido regenerado con el Espíritu como su esencia; esto significa
que la iglesia es humanamente divina.
En las
reuniones de la iglesia podemos tener la valentía de proclamar que somos
humanamente divinos. Después de la reunión, sin embargo, quizás el esposo se
queje de su esposa; cuando esto sucede, ¿está la iglesia quejándose? No, porque
este esposo que se queja, esta persona natural, no es parte de la iglesia. En
la iglesia no hay lugar para ninguna persona natural. Colosenses 3:10-11 afirma
que en el nuevo hombre, es decir, en la iglesia, no hay griego ni judío,
circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que
Cristo es todos los miembros del nuevo hombre y está en todos ellos. En la
iglesia, en el nuevo hombre, sólo hay lugar para Cristo. El es el nuevo hombre,
Su propio Cuerpo (1 Co. 12:12). En la iglesia no hay chinos, tejanos ni
californianos; la iglesia no sólo es humana, sino divinamente humana.
La
iglesia es el único Cuerpo de Cristo y posee al único Espíritu como su esencia
divina. Pablo dijo en Efesios 4:3: “Diligentes en guardar la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz”. Después, en el versículo 4 vemos que la
iglesia es el “un Cuerpo”. Esto indica que la unidad del Espíritu está en el
Cuerpo. La esencia del “un Cuerpo” es el “un Espíritu”.
Esta esencia proviene de un solo elemento, y este
elemento es el “un Señor” (v. 5). Además, este elemento proviene de una sola
fuente, a saber, el Padre en Su vida divina con la naturaleza divina. El
elemento de dicha fuente es el Señor, Cristo, y la esencia del elemento es el
Espíritu. El Espíritu es la esencia de Cristo, quien es el elemento divino. El
Espíritu es el extracto de Cristo.
Podemos
usar una sandía como ejemplo. Si deseamos comer una sandía, debemos primero
cortarla en pedazos, y al comer los pedazos, estos se convierten en jugo. El
jugo es el extracto de la sandía, su misma esencia. El Espíritu es el extracto,
la esencia, de Cristo quien es el elemento. Cristo es el elemento de la fuente,
quien es el Padre. En este ejemplo, podemos comparar al Padre con la sandía, a
Cristo con los pedazos, y al Espíritu con el jugo. Cuando bebemos el Espíritu
(1 Co. 12:13), el jugo, disfrutamos a Cristo como el elemento y al Padre como
la fuente.
El Cuerpo se produce del Espíritu quien es la esencia,
del Señor quien es el elemento, y del Padre quien es la fuente. Por tanto, el
Dios Triuno produce la iglesia. En Efesios 4:4-6 vemos cuatro personas, a
saber, un Dios y Padre, un Señor, un Espíritu y un Cuerpo. La iglesia, el
Cuerpo, se produce de la esencia, esta esencia es el extracto del elemento, y
el elemento proviene de la fuente. El producto de los tres de la Trinidad
Divina es una cuarta entidad, a saber, el Cuerpo de Cristo. El Padre es divino,
el Hijo es divino, el Espíritu es divino, y lo que Ellos producen también es
divino. En conclusión, vemos que el Dios Triuno produce la iglesia, la cual es
el Cuerpo de Cristo.
Cuando
era joven estando en China, se me dijo que la iglesia es un edificio físico que
tiene una torre alta y una campana. Eso definitivamente no es la iglesia.
Cuando me reunía con la Asamblea de los Hermanos, ellos me corrigieron y me
enseñaron que la iglesia es la asamblea llamada por Dios. Este es el
significado de la palabra ekklesia,
la palabra griega que en español se traduce iglesia.
Después
salí de la Asamblea de los Hermanos y llegué al recobro del Señor. Cuando me
reunía con la iglesia en Shanghai, el hermano Nee nos ayudó a ver que la
iglesia no sólo es una congregación que Dios ha llamado y congregado. En un
mensaje él apuntó con el dedo hacia los hermanos y hermanas, y dijo: “La
iglesia es Cristo en usted, en usted y en usted. La iglesia es Cristo en las
hermanas, en los hermanos, en mí y en todos ustedes. La totalidad de este
Cristo es la iglesia”. Estas palabras abrieron mis ojos.
Sin
Cristo no existe la iglesia. Podemos llamarnos una congregación de cristianos,
pero si no tenemos a Cristo en nosotros, no somos la iglesia. Cristo es el
elemento constituyente de la iglesia. Antes de ser salvos no éramos la iglesia;
pero una vez que fuimos salvos, llegamos a ser la iglesia. Antes no éramos la
iglesia, pero ahora si lo somos. ¿En qué radica la diferencia? En el pasado no
teníamos a Cristo, pero ahora sí. Aunque seamos débiles, con tal que tengamos a
Cristo, somos parte de la iglesia.
Por
tanto, la iglesia es Cristo mezclado con nosotros. A veces la esencia divina de
Cristo resplandece y se manifiesta visiblemente en nosotros, pero otras veces
la parte humana prevalece, a tal grado que no pareciéramos ser la iglesia.
Quizás en la reunión Cristo resplandece en medio nuestro. Pero, si después de
la reunión el esposo se queja de su esposa y la esposa se queja de su esposo,
esto no es la iglesia.
La iglesia es producto del Dios Triuno: el Padre está
corporificado en el Hijo, el Hijo es hecho real en nosotros como el Espíritu, y
el Espíritu está mezclado con nosotros. Por tanto, en Efesios 4 vemos al Padre,
al Señor, al Espíritu y a nosotros, el Cuerpo. Esto no significa que seamos
deificados o que nos hagamos Dios; en otras palabras, somos divinos sólo en
vida, en naturaleza, en elemento y en esencia, pero no somos objeto de
adoración. En el universo sólo uno es Dios poseyendo la Deidad y es digno de
adoración: el Dios Triuno.
LA IGLESIA FORMA PARTE DE LA
ECONOMIA DE DIOS Y DE SU BENEPLACITO
La
iglesia forma parte de la economía de Dios (Ef. 3:9-10). La palabra economía se
usa en Efesios 1:10 y en 3:9. Efesios 1:10 habla de “la economía de la plenitud
de los tiempos”, y en 3:9 dice: “y de alumbrar a todos para que vean cuál es la
economía del misterio”. La palabra griega oikonomia
ha sido traducida economía. Oiko
significa casa o familia, y nomos
significa ley. Por tanto, oikonomia
denota una ley doméstica, un gobierno familiar, una administración doméstica.
Toda administración involucra cierto orden y también requiere de un plan.
La
iglesia también forma parte del beneplácito de Dios (Ef. 1:9). Nuestro Dios es
un Dios viviente, una persona viviente que tiene un deseo, un beneplácito y una
voluntad. El desea realizar algo, pues desea llevar a cabo Su voluntad. Basado
en Su deseo y Su voluntad, El concibió un plan, y ese plan es Su economía, Su
administración doméstica.
El
administra dicho gobierno doméstico como Padre. El es el Padre que administra
Su propia familia, y nosotros los creyentes somos Sus hijos. Ciertamente El
tiene una gran familia, a la cual Gálatas 6:10 llama “la familia de la fe”. En
este universo existe una familia de la fe, la cual incluye a los israelitas
escogidos y a la iglesia. Ambos grupos fueron escogidos por Dios para ser Sus
parientes, Su familia. Y este gran Padre lleva a cabo Su administración entre
ellos.
En Su
administración Dios planeó crear un grupo de seres humanos a Su imagen, con el
fin de que ellos llegaran a ser el vaso corporativo que lo contuviera; por
tanto, este vaso debe tener la misma forma que El. Un recipiente o contenedor
redondo está hecho para contener algo redondo. El recipiente es hecho a la
imagen del contenido, es decir, en la misma forma. Por eso, Dios nos hizo a Su
imagen. Somos el recipiente hecho a la imagen de Dios, quien es nuestro
contenido.
En Su
economía, Su administración doméstica, Dios dispuso hacer al hombre no sólo a
Su imagen sino también con un espíritu, para que éste fuese el recipiente que
lo contuviera a El cómo Espíritu. Dios decidió que el hombre fuese hecho a Su
imagen y que poseyese un espíritu para recibirlo a Él como vida, lo cual está
representado por el árbol de la vida (Gn. 2:7-9). Se suponía que el hombre
comiera del árbol de la vida y así recibiera a Dios como vida. Sin embargo, el
hombre no recibió a Dios; al contrario, cayó. Luego, vemos en el Nuevo
Testamento que Jesús proclamó que El era la vida (Jn. 14:6) y el árbol, la vid
(Jn. 15:1). Cuando unimos ambos aspectos, nos damos cuenta de que El es el
árbol de la vida. El árbol de la vida no es un pino enorme, imposible de
alcanzar, sino una vid que se extiende por toda la tierra y que es accesible a
todos. El árbol de la vida mencionado en Apocalipsis 22 es Cristo, quien crece
en el río de agua de vida (vs. 1-2). El río de agua de vida es el Espíritu. Y
Cristo crece en el Espíritu y como Espíritu.
El
Espíritu en nosotros es la esencia del Cuerpo de Cristo. Hemos dicho que la
esencia proviene del elemento, quien es el Hijo, y que el elemento proviene de
la fuente, quien es el Padre. La iglesia, o sea, el Cuerpo de Cristo, es el
producto del Padre como la fuente, del Hijo como el elemento y del Espíritu
como la esencia. Somos la iglesia al experimentar al Dios Triuno como nuestra
vida.
LA IGLESIA ESTA CONSTITUIDA DE LA
VIDA Y NATURALEZA DE DIOS EL PADRE,
DEL ELEMENTO DE DIOS EL HIJO
Y DE LA ESENCIA DE DIOS EL ESPIRITU
La
iglesia está constituida de la vida y naturaleza de Dios el Padre, del elemento
de Dios el Hijo y de la esencia de Dios el Espíritu (Ef. 1:4-5, 10-11, 13).
Efesios 1:4 y 5 dice que Dios el Padre nos escogió para que fuésemos santos y
que nos predestinó para filiación. Si hemos de ser santos, santificados, es
necesario poseer la naturaleza de Dios. En todo el universo, nada es santo sino
Dios mismo en Su naturaleza divina. Sólo la naturaleza divina del Padre es
santa y está santificada. Dios desea hacernos santos, santificarnos; por tanto,
El tiene que impartir Su naturaleza santa en nosotros. El Padre también nos ha
predestinado para filiación. Si hemos de ser hijos que participan de la
filiación divina, es necesario tener la vida de Dios. Si Dios no impartiera Su
vida en nosotros, no podríamos ser Sus hijos. Así que, ser santos,
santificados, implica tener la naturaleza santa de Dios; y ser Sus hijos
significa que tenemos Su vida. Efesios 1:4-5 afirma que Dios el Padre como
fuente imparte Su naturaleza y Su vida en Su pueblo escogido.
Efesios
1:7-12 habla de la obra redentora del Hijo. El Hijo es el elemento y la esfera
en la que hemos sido redimidos, y como tal, El nos trae a Sí mismo. Ciertamente
El nos redimió del “basurero”, y el destino de dicha redención es Su Persona
misma. El Señor nos redimió del pecado, del mundo y de la tiranía de Satanás, y
nos introdujo en Sí mismo como el elemento y la esfera. Por medio de esta
redención nosotros, los pecadores caídos, hemos sido puestos en Cristo, y ahora
El es nuestro elemento y esfera.
Ya que
Cristo es nuestro elemento divino, hemos sido hechos la herencia de Dios (v.
11). Anteriormente éramos pecadores perdidos, caídos y corruptos. Los pecadores
caídos no pueden ser la herencia de Dios. Sin embargo, aunque éramos personas
pecaminosas y corruptas, hemos sido redimidos y puestos en Cristo. De manera
que ahora, Cristo es nuestro elemento y esfera, en el cual y con el cual hemos
sido hechos un tesoro para Dios a fin de ser Su herencia. Cristo, el elemento
divino, ha sido impartido en nuestro ser.
Además,
Efesios 1:13 proclama que fuimos sellados con el Espíritu Santo. Y mediante
este sello se imparte en nosotros la vida y naturaleza del Padre, el elemento
del Hijo y la esencia del Espíritu. Cuando estampamos un sello lleno de tinta
sobre un papel, la tinta satura el papel. Dicha tinta, como esencia, entra en
el material que ha sido sellado. Nosotros somos el material sellado, y el
Espíritu imparte en nosotros la esencia misma del elemento divino, el cual
procede de la fuente divina.
EL DIOS TRIUNO PRODUCE LA IGLESIA
COMO CUERPO ORGANICO DE CRISTO
Finalmente,
el Espíritu que sella nos convierte en el fruto de la impartición del Dios
Triuno, lo cual nos hace el Cuerpo orgánico de Cristo (Ef. 1:19-23). Somos el
producto de la impartición de la Trinidad Divina, pues el Dios Triuno nos sella
al infundirse como “tinta” en nosotros. La vida y naturaleza del Padre, el
elemento del Hijo y la esencia del Espíritu se imparten en nuestro ser,
saturándonos por completo. Así, llegamos a ser el fruto de la impartición del
Dios Triuno; somos el resultado producido de Su esencia, elemento y fuente. La
iglesia, el Cuerpo de Cristo es el producto de la impartición del Dios Triuno.
El Padre está en el Hijo, el Hijo es el Espíritu, y el Espíritu es la esencia
del Cuerpo. Nuestro Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— está en el
Cuerpo.
La
iglesia, el fruto de la impartición del Dios Triuno, es igual a El por cuanto
tiene Su vida, naturaleza, elemento y esencia. Somos absolutamente uno con El
en este aspecto, pero sin ser objeto de adoración. Es decir, que no
participamos en la Deidad, aunque ciertamente poseemos la vida de Dios, Su
naturaleza, Su elemento y Su esencia. Somos divinos por el hecho de que
poseemos la vida divina, la naturaleza divina, la esencia divina y el elemento
divino, pero no somos objeto de adoración.
Debemos
tener este entendimiento acerca de la iglesia y conocerla cabalmente. Tal
entendimiento y conocimiento de la iglesia nos mantiene en el recobro. Si vemos
esto, nunca causaremos división ni nada nos sacudirá. La iglesia, que es el
producto orgánico de la impartición del Dios Triuno orgánico, es solo una.
Nadie puede dividir tal unidad. La iglesia forma parte de la economía de Dios y
de Su beneplácito. Dicha iglesia está constituida de la vida y naturaleza de
Dios el Padre, del elemento del Hijo y de la esencia de Dios el Espíritu; todo
esto se aplica por medio de Su sello. El Dios Triuno produce la iglesia a fin
de que ésta sea el Cuerpo orgánico de Cristo.
LA IGLESIA ES DE DIOS, DE CRISTO Y DE LOS SANTOS
La iglesia orgánicamente divina es la iglesia de Dios (1
Co. 10:32), la iglesia de Cristo (Ro. 16:16b) y la iglesia de los santos (1 Co.
14:33b). En esta iglesia está Dios, así que le pertenece a Él. Además, en la
iglesia está Cristo, así que le pertenece a Él. Y en la iglesia hay muchos
santos, así que la iglesia le pertenece a ellos.
LA IGLESIA COMO CUERPO DE CRISTO ES UNIVERSAL
La iglesia como Cuerpo de Cristo es universal (Ef.
1:22-23). El Cuerpo no es una organización, sino un organismo constituido de
todos los creyentes regenerados que expresa y lleva a cabo las actividades de
la Cabeza.
EN SU ASPECTO LOCAL, LA IGLESIA SE MANIFIESTA
MEDIANTE LAS
IGLESIAS EN LAS DIFERENTES LOCALIDADES PARA
EXHIBIR LA
EXPRESION UNIVERSAL DE CRISTO
La
iglesia también tiene un aspecto local, y se manifiesta mediante las iglesias
en las diferentes localidades para exhibir la expresión universal de Cristo
(Hch. 8:1; 13:1; 1 Co. 1:2; Ap. 1:4, 11). La iglesia es universal y también
local. Las iglesias locales que están en las diferentes localidades no tienen
como fin exhibir una expresión meramente local, sino la expresión universal de
Cristo. Todas las iglesias expresan a la misma persona, a Cristo. Por tanto,
las iglesias locales deben expresar a Cristo universalmente, no sólo
localmente. Sería lamentable si la iglesia en una ciudad sólo expresara a su
localidad, pues esto la haría una secta local, una división local. Aunque las
iglesias ciertamente están en las localidades, no deben expresar a un Cristo
“local”. Cristo no es un Cristo local. Dios, Cristo, el Espíritu y la Biblia no
son locales. Algunos hacen que la Biblia, Dios, Cristo y aun el Espíritu, sean
locales. Hacen todo local. Si éste es el caso, ellos serían divisiones locales,
sectas locales.
DIOS SE MUEVE EN LA IGLESIA Y POR MEDIO DE ELLA
Dios se
mueve en la iglesia y por medio de ella, y nosotros estamos en dicha iglesia.
Hoy Dios se mueve en la iglesia y por medio de ella a Europa Oriental y a
Rusia.
LA PRESENCIA DE DIOS, SU BENDICION, LUZ, GRACIA,
DIRECCION,
DISCIPLINA, FORTALEZA, CIMENTAR Y EDIFICACION,
TODAS SE
HALLAN EN LA IGLESIA
La presencia de Dios, Su bendición, luz, gracia,
dirección, disciplina, fortaleza, cimentar y edificación, todas se hallan en la
iglesia. La presencia de Dios, la cual es Dios mismo, se encuentra en la
iglesia. Ciertamente podemos disfrutar la presencia de Dios en nuestra casa
cuando invocamos “Oh Señor Jesús”, pero esto no se compara con la presencia de
Dios que disfrutamos en la iglesia. En nuestro hogar disfrutamos una
porción
pequeña e individual de la presencia del Señor; sin embargo, en la iglesia
tenemos una fiesta. Dicha fiesta es como un banquete chino de veinticuatro
platillos. En la iglesia disfrutamos la presencia inagotable del Señor. También
disfrutamos la plenitud de Su bendición, Su luz, gracia, dirección, disciplina,
fortaleza, cimentar y edificación.
TAL COMO CRISTO ES LA VIDA DE LOS CREYENTES,
LA IGLESIA DEBE SER EL VIVIR DE ELLOS
Tal como
Cristo es la vida de los creyentes, la iglesia debe ser el vivir de ellos.
Cristo es nuestra vida y la iglesia es nuestro vivir. Por consiguiente, debemos
vivir a Cristo en la iglesia.
LOS CREYENTES DEBEN VIVIR A CRISTO,
ADORAR A DIOS Y SERVIR LOS UNOS
A LOS OTROS EN LA IGLESIA
Los creyentes deben vivir a Cristo, adorar a Dios y
servir los unos a los otros en la iglesia. Nuestro Cristo viviente está en la
iglesia; nuestra adoración a Dios se realiza en la iglesia; y el servicio que
rendimos los unos a los otros también se efectúa en ella. Debemos poner en
práctica tal vida de iglesia.
TODO LO RELACIONADO CON LOS CREYENTES
DEBE TENER COMO META LA IGLESIA
Y ESPECIALMENTE LA EDIFICACION DE ELLA
Todo lo
relacionado con los creyentes debe tener como meta la iglesia y especialmente
la edificación de ella (1 Co. 14:4b-5, 12). Cada parte de nuestro ser debe
estar consagrado a la iglesia. Todo lo que somos y todo lo que tenemos,
incluyendo la manera en que nos vestimos y cómo nos cortamos el pelo, debe
tener como meta la iglesia y su edificación. Debemos anhelar el don
sobresaliente del profetizar, porque el que profetiza edifica la iglesia, el
Cuerpo de Cristo. Así que, debemos anhelar el don sobresaliente de la profecía,
con miras a hacer que la iglesia sea excelente.
CAPITULO CINCO
LA MANERA ORDENADA POR DIOS
Lectura
bíblica: Ro. 15:16; 1 P. 2:5, 9; Jn. 21:15; 1 Ts. 2:7; 1 P. 2:2; He. 10:24-25;
Ef. 4:12; 1 Co. 14:1, 3-5, 12, 23-26, 31, 39a; Hch. 6:4; 4:31
En el
capítulo anterior vimos que la iglesia es divina en vida, naturaleza, elemento
y esencia. Y en este capítulo veremos otros tres pasajes de las Escrituras que
confirman esta verdad.
LA IGLESIA ES DIOS MANIFESTADO EN LA CARNE
En 1
Timoteo 3:15 dice: “Pero si tardo, escribo para que sepas cómo debes conducirte
en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y fundamento
de la verdad”. Este versículo muestra que la iglesia tiene dos funciones: ser
la casa o familia de Dios, y ser la columna y fundamento de la verdad. La
iglesia es la familia de Dios y funciona como columna y fundamento de la
verdad. La columna sostiene el edificio, y el fundamento sostiene la columna.
La iglesia es la columna y fundamento que sostiene la verdad. Así que, la
iglesia tiene estas dos funciones: es la casa de Dios y Su familia que le
provee un lugar donde expresarse a Sí mismo, y es la columna y fundamento que
sostiene la verdad, la realidad.
En 1
Timoteo 3:16 leemos: “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:
El fue manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, visto de los
ángeles, predicado entre las naciones, creído en el mundo, llevado arriba en
gloria”. El misterio de la piedad es Dios manifestado en la carne. Esta
manifestación de Dios en la carne tiene dos aspectos. Primero, Dios se
manifestó por medio de la persona de Cristo, quien era la manifestación
individual de Dios en la carne. Sin duda, el versículo 16 primero se refiere a
la encarnación de Dios. Cristo, el Dios encarnado, manifestó a Dios en Su
carne.
Pero si
leemos el contexto de 1 Timoteo 3:15-16, podemos ver que la manifestación de
Dios en la carne tiene también otro aspecto, el aspecto corporativo. La
manifestación corporativa de Dios en la carne es la iglesia. La iglesia es el
Cuerpo de Cristo, y como tal, es el Cristo corporativo, el agrandamiento de
Cristo. Cristo mismo, quien es la manifestación de Dios en la carne, fue agrandado;
por tanto, la manifestación de Dios en la carne fue agrandada. Sabemos esto
porque el versículo 15 menciona que la iglesia es la casa del Dios viviente. La
casa es una entidad corporativa. Según el versículo 15, la iglesia es una
entidad corporativa que existe para Dios. El misterio de la manifestación de
Dios en la carne se relaciona con la iglesia, la cual es la expresión
corporativa de Dios. El versículo 16 dice que Cristo, quien es Dios manifestado
en la carne, fue justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado
entre las naciones, creído en el mundo y finalmente, llevado arriba en gloria.
El hecho de que fuera llevado arriba en gloria alude a Su ascensión en la
gloria (Mr. 16:19; Hch. 1:9-11; 2:33; Fil. 2:9). Según el orden histórico, Cristo
fue llevado arriba en gloria en Su ascensión a los cielos antes de que fuera predicado entre las naciones, y no después. Pero
el versículo 16 presenta que El fue llevado arriba en gloria después de ser predicado entre las
naciones. ¿Qué o quién será llevado arriba después de que Cristo sea predicado?
Sin duda, el Cuerpo de Cristo, la iglesia. La Cabeza fue llevada a los cielos
antes de la predicación del evangelio, pero Su Cuerpo, la iglesia, será llevada
arriba después del largo período en el que sea predicado el evangelio. Por
consiguiente, el versículo 16 debe referirse al arrebatamiento de la
iglesia.
Así que, la manifestación de Dios en la carne no sólo es el Cristo individual
sino también la iglesia, el Cuerpo de Cristo corporativo. Esto significa que la
iglesia es Dios manifestado en la carne.
En el
capítulo anterior vimos que la iglesia, el Cuerpo de Cristo, es el producto de
la impartición del Dios Triuno. Dios el Padre es la fuente, el Hijo es el
elemento, el Espíritu es la esencia y la iglesia es el producto. Dios en Sí
mismo es tres en uno, pero El ahora ha llegado a ser uno con Su pueblo
escogido, haciendo de ellos miembros de Cristo. Dios tiene un deseo y un
beneplácito, el cual consiste en impartirse a Sí mismo en Su pueblo escogido y
redimido. El no quiere estar solo, ni le gusta ser soltero. La Biblia proclama
que Dios es el Esposo y que Su pueblo escogido y redimido es Su novia, Su
esposa.
En
Génesis 2:18 Dios dice que no es bueno que el hombre esté solo. El hombre
necesita un complemento. El marido y su mujer conforman una persona completa,
pues el esposo es una mitad y la esposa es la otra mitad. Dios creó sólo un
hombre; a Sus ojos, Adán y Eva eran una sola persona (Gn. 1:27; 5:1-2). Génesis
dice que Dios creó a Adán, y que Eva era simplemente parte de Adán. Dios hizo
caer un sueño profundo sobre Adán, abrió su costado, tomó una de sus costillas,
y de esa costilla edificó una mujer cuyo nombre era Eva. Luego, Dios se la dio
a Adán para que fuese su complemento (Gn. 2:21-23). Antes de dar Eva a Adán,
Dios le presentó a éste todos los animales; no obstante, Adán vio que ninguno
uno de ellos podía ser su complemento. Entonces Dios hizo que Adán durmiera y
usó una de sus costillas para edificarle una mujer que fuese de la misma forma
que él. Cuando él despertó, se dio cuenta de inmediato que ella sí era su
complemento, una ayuda idónea para él (v. 23).
En la
eternidad pasada Dios estaba soltero y deseaba que alguien fuera Su
complemento; pero tal complemento tenía que salir de El mismo. Tanto en el
Antiguo Testamento como en el Nuevo, Dios considera a Su pueblo escogido, a Sus
elegidos, como Su esposa. En el Antiguo Testamento, Isaías 54:5 declara que
Dios era el Esposo de Israel. En Jeremías 2:2 el Señor habla del amor de
desposorio que existe entre Él y Su pueblo escogido. Y en el Nuevo Testamento,
la iglesia es considerada como el complemento de Cristo. Efesios 5 declara que
la iglesia es la esposa de Cristo. El apóstol Pablo dice en 2 Corintios 11:2:
“Os desposé con un solo esposo”. Y al final de la Biblia, en la conclusión de
la misma, Apocalipsis 22:17 habla del Espíritu y la novia. El Espíritu es el
Esposo y nosotros, Sus elegidos, somos Su complemento, Su novia. El Dios Triuno
en Cristo como Espíritu, y la iglesia compuesta de Su pueblo escogido, componen
una pareja universal. La iglesia, la esposa de Cristo, sale de Su esposo y
regresa a Él para ser una entidad con El. La iglesia posee la misma vida,
naturaleza, elemento y esencia que Su Esposo; por tanto, en este sentido, la
iglesia es divina.
Aunque
anteriormente éramos pecadores, ahora hemos sido redimidos de nuestra posición
y condición pecaminosa. Así que, somos los redimidos. Dios se ha impartido en
nosotros, haciéndonos uno con Él, y a la vez El se hizo uno con nosotros. En 1
Corintios 6:17 leemos: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con El”.
Este es el gran misterio de la piedad, a saber, Dios manifestado en la carne.
Los creyentes somos iguales a Dios en la vida divina, la naturaleza divina, el
elemento divino y la esencia divina, pero no por ello somos objeto de
adoración.
LA IGLESIA ES EL CRISTO CORPORATIVO
En 1 Corintios 12:12 se revela que la iglesia es el
Cristo corporativo. Este versículo dice: “Porque así como el cuerpo es uno, y
tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son
un solo cuerpo, así también el Cristo”. Tal pareciera que
este
versículo debería decir: “así también la iglesia”,
porque dicho versículo se refiere a la iglesia como Cuerpo de Cristo. Pero en
lugar de eso, dice: “así también el Cristo”. Este no es el Cristo individual,
sino el Cristo corporativo. Todos los creyentes están unidos orgánicamente a
Cristo, están constituidos de Su vida y elemento, y han llegado a ser Su
Cuerpo, el organismo que lo expresa. Por tanto, El no sólo es la Cabeza sino
también el Cuerpo. Tal como nuestro cuerpo físico tiene muchos miembros pero
sigue siendo uno, así también el Cristo. No podemos decir que la cabeza de
alguien es parte de su persona pero que el cuerpo no lo es. Si la Cabeza es
Cristo, el Cuerpo también lo es. Es absolutamente correcto decir que el Cuerpo
es Cristo.
LA IGLESIA ES EL NUEVO HOMBRE,
DONDE CRISTO ES EL TODO Y EN TODOS
Colosenses
3:10-11 afirma que en el nuevo hombre, o sea, en la iglesia: “no hay griego ni
judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino
que Cristo es el todo, y en todos”. Esto significa que, debido a que la iglesia
es el nuevo hombre, en ella no puede haber ninguna persona natural, pues sólo
hay lugar para Cristo. En el nuevo hombre no existen razas, sólo hay Cristo. En
este nuevo hombre Cristo es “el todo y en todos”. Cristo es todos los miembros
del nuevo hombre y está en todos ellos. Él lo es todo en el nuevo hombre. De
hecho, El es el nuevo hombre, Su Cuerpo. En conclusión, la iglesia, el nuevo
hombre, es Cristo mismo.
LA MANERA ORDENADA POR DIOS
La manera orgánica de vida
Ahora
quisiera tener comunión acerca de la manera ordenada por Dios, lo cual es la
quinta de cinco prioridades en el recobro del Señor. Hoy en el recobro del
Señor estamos tomando un nuevo camino, el que Dios ha ordenado. La manera
ordenada por Dios de edificar el Cuerpo de Cristo está totalmente relacionada
con la vida divina. Según el relato de Génesis 1, Dios creó la vida vegetal, la
vida animal y la vida humana. Finalmente, en Génesis 2 la vida suprema es
revelada, y esa vida es Dios mismo, representado por el árbol de la vida (v.
9).
Génesis 1
es un relato acerca de la vida, que muestra cómo el Dios orgánico de vida creó
la tierra de una manera orgánica al producir distintas clases de vida. Primero,
Dios creó la vida vegetal, que es una vida inferior, y después creó la vida
animal. Esta tierra es bella porque rebosa de vida, de la vida vegetal y la
vida animal. Por último, Dios creó al hombre y le mandó que llenara la tierra.
Hoy la tierra está llena del linaje adámico. Aquel hombre, Adán, llegó a ser un
linaje compuesto de billones de personas, que gradualmente llenaron la tierra.
Esta es la manera orgánica en la cual opera la vida.
La manera
artificial es rápida. Por ejemplo, las cosas artificiales son hechas
rápidamente, pero un niño no puede formarse y nacer en un solo día. Una vez que
un niño es concebido, requiere nueve meses para formarse y nacer. Esta es la
manera de vida que Dios toma. En el recobro del Señor no debemos hacer nada de
forma artificial, conforme a nuestra destreza; más bien, debemos hacerlo todo
de manera orgánica y viviente.
El Señor
Jesús realizó muchas obras durante Su ministerio. Aunque hizo muchos milagros y
comunicó muchas enseñanzas, lo hizo todo en forma de siembra. Sembrar es una
actividad orgánica. El Señor enseñó que el reino de Dios es como un hombre que
echa semilla en la tierra (Mr. 4:26-29). Una vez que se siembra la semilla,
ésta crece espontáneamente. El Señor no hacía obras basado en Su destreza, sino
que lo hacía todo a manera de siembra. Marcos 4 revela que Cristo se sembró a
Sí mismo en nosotros, y que finalmente El, la semilla, llegó a ser un reino;
por tanto, podemos decir que el reino es Cristo mismo. Cristo se sembró a Sí
mismo en nosotros como semilla, y ahora la semilla está creciendo para llegar a
ser el reino. Dicho reino aún sigue creciendo, y cuando Cristo regrese, será un
gran monte (Dn. 2:35, 44). Este gran monte es el reino eterno, Cristo mismo.
Cristo es el reino hoy, y en la era venidera El será el reino eterno y
agrandado. El propio Cristo se ha sembrado a Sí mismo en el hombre a fin de
crecer y llegar a ser el reino eterno.
La nueva
manera, o sea, la manera ordenada por Dios, no consiste en hacer actividades
basados en nuestra destreza, “por arte”, sino en sembrar orgánicamente a Cristo
como la semilla. Esta nueva manera es orgánica, mientras que la vieja manera es
artificial. La antigua manera de predicar el evangelio no es orgánica. Hay dos
maneras de producir flores: una consiste en sembrar la semilla y dejar que ésta
crezca y florezca a su tiempo; la otra se basa en nuestra destreza, en nuestro
“arte”, por medio del cual en un corto período de tiempo se pueden fabricar en serie
muchas flores artificiales. Es posible que las flores artificiales parezcan muy
reales, y en ocasiones ni las flores verdaderas se ven tan bonitas como las
artificiales. En la actualidad muchos cristianos predican el evangelio a los
pecadores confiando en su propia destreza, “por arte”, pero sin vida. Lo
artificial no puede producir vida; sin embargo, al sembrar una semilla, la flor
crecerá y de ella saldrán muchas semillas que caerán a tierra. Luego, al
siguiente año quizás habrá treinta flores más. Todo lo orgánico produce vida.
Al
predicar el evangelio debemos tomar el camino orgánico. No debemos hablar tanto
al tener contacto con las personas, sino más bien, debemos ejercitar nuestro
espíritu. Antes de relacionarnos con las personas, debemos pasar un tiempo en
oración e invocar el nombre del Señor hasta que seamos llenos del Espíritu
esencialmente, por dentro, y llenos también económicamente, por fuera. Cuando
nos llenamos del Espíritu, podemos sembrar a Cristo como semilla en otros, tan
sólo con hablar unas cuantas palabras mediante el Espíritu. Si la gente es
vivificada al hablar con nosotros, tendrán el deseo de avivar también a otros.
De esta manera llegarán a ser un factor que engendrará y producirá vida en los
demás.
La manera
vieja de predicar el evangelio consiste en hacer a las personas cristianas
valiéndonos de “nuestro arte” o destreza personal; así, la persona convertida
es un producto artificial. No debemos predicar el evangelio por mero arte, sino
por el Espíritu. De este modo, no “fabricaremos” cristianos, sino que
produciremos cristianos genuinos, es decir, engendraremos hijos espirituales.
Ellos tendrán la misma vida y el mismo Espíritu que nosotros, e irán a
engendrar también a otros. Pablo dijo en 1 Corintios 4:15 que podemos tener
diez mil ayos, pero no muchos padres. Pablo dijo a los corintios que él los
había engendrado en Cristo y por medio de Cristo. Tenemos que aprender a
engendrar a otros orgánicamente, en Cristo, y por medio de Él. La manera
ordenada por Dios es la manera orgánica de vida.
Con miras a que los creyentes prediquen
el evangelio, sirvan y adoren a Dios, se reúnan y
edifiquen la iglesia, Dios
los ha comisionado en Su
Palabra Santa a que, conforme a la manera ordenada por El, lleven a cabo lo
siguiente:
Practicar el sacerdocio neotestamentario para salvar a
los pecadores a fin de que ellos
sean miembros del Cuerpo
de Cristo
Predicar
el evangelio es practicar el sacerdocio neotestamentario para salvar a los
pecadores a fin de que ellos sean miembros del Cuerpo de Cristo (Ro. 15:16; 1
P. 2:5, 9). Todos los creyentes somos sacerdotes, pero quizás no entendamos
claramente que el sacerdocio neotestamentario consiste en ofrecer pecadores a
Dios. Si no predicamos el evangelio no podremos ganar a los pecadores y, por consiguiente,
no tendremos sacrificios que ofrecer a Dios. Los pecadores, al recibir nuestra
predicación, son redimidos y se convierten en sacrificios aceptables a Dios. En
el Antiguo Testamento todos los sacerdotes ofrecían sacrificios a Dios, y estos
sacrificios representan a Cristo. Hoy, en el Nuevo Testamento, ofrecemos los
miembros de Cristo a Dios. Al recibir nuestra predicación, los pecadores llegan
a ser miembros de Cristo, y nosotros los ofrecemos como sacrificios a Dios.
Es de
lamentar que una persona haya sido salva por largo tiempo y que nunca haya
traído una persona al Señor; si este es el caso, tal persona es un sacerdote
que carece de sacrificios para ofrecerlos a Dios. Después de ser salvos,
tenemos que darnos cuenta de que somos sacerdotes neotestamentarios, los que
deben ofrendar sacrificios neotestamentarios a Dios. Los sacrificios
neotestamentarios son los pecadores que han sido redimidos y salvos, quienes
han sido hechos miembros de Cristo. Cristo desea obtener más miembros para ser
agrandado y aumentado. Así que nosotros, los sacerdotes del evangelio, debemos
predicar el evangelio de una forma orgánica.
El
cristianismo tradicional no practica de modo orgánico, pues allí se enseña que
las personas deben ser maestros y predicadores profesionales. Muchos predican
“por arte”, lo cual es semejante a fabricar flores artificiales, y dicha obra
artificial produce cristianos falsos. No debemos hacer una obra artificial ni
servir al Señor confiando en nuestra destreza. Por el contrario, debemos llevar
a otros el Cristo viviente, el Cristo orgánico, el Cristo que es el Espíritu.
Si estamos llenos de este Cristo, todo el que tenga contacto con nosotros será
vivificado, porque sembraremos a Cristo en ellos.
Sembrar a
Cristo en otros requiere mucha oración. Sin embargo, aun cuando oremos, podemos
hacerlo de forma inadecuada. Si deseamos predicar el evangelio eficazmente,
debemos anotar los nombres de nuestros parientes, primos, suegros y conocidos.
Quizás tengamos veinticinco primos o parientes, pero no debemos orar de forma
general, diciendo: “Señor, salva a mis primos y parientes”. El Señor requiere
oír nombres específicos. Además, debemos orar, diciendo: “Señor, en estos
próximos tres meses, ¿a quién debo ir a visitar para que puedas vivificarlo?” Seguramente
El Señor nos guiará.
Tampoco debemos anotar demasiados nombres. Podemos
concentrarnos en dos o tres y orar por ellos día y noche. A veces tenemos que
orar y ayunar por ellos con lágrimas.
Todas las
madres conocen el dolor y el esfuerzo que se requiere para dar a luz un hijo.
De igual modo, para dar a luz hijos espirituales, debemos laborar orando y
ayunando con lágrimas. Quizás después de un mes de orar debemos ir a visitar a
alguien. No visitemos a las personas siguiendo nuestras propias ideas, sino
siguiendo al Espíritu. El Espíritu nos indicará el tiempo apropiado para ir. Si
vamos dos días antes de tiempo, nuestro primo quizás no tenga el deseo de
escucharnos, pero es posible que dos días después algo le haya ocurrido. Dios
permitirá algo soberanamente a fin de prepararlo para que nos escuche; entonces
podremos decirle unas palabras y sembrar en él a Cristo como semilla. Esta es
la manera orgánica que debemos practicar.
Hoy
debemos abandonar nuestra destreza, nuestro “arte”, y volvernos a la vida.
Hacemos esto al orar, invocar el nombre del Señor y confesar nuestros pecados,
defectos e incluso los errores que hayamos cometido contra nuestros parientes,
vecinos y conocidos. Debemos hacer restitución cabal para disfrutar al Señor
como Espíritu vivificante. De este modo, practicaremos el sacerdocio
neotestamentario yendo a las personas a ministrarles a Cristo.
Debemos
sembrar a Cristo en las personas, no sólo de vez en cuando, sino regularmente
conforme a un horario. Debemos preparar un horario, dándole al Señor por lo
menos tres horas a la semana para tener contacto con los pecadores. No es
necesario tocar puertas “frías”, esto es, las puertas de las personas que
desconocemos, ya que tenemos parientes, vecinos, colegas de trabajo, compañeros
de estudio y amigos. Incluso podríamos pedir a los hermanos que nos recomienden
a sus conocidos, y concertar citas con ellos unas dos semanas antes de
visitarlos. Durante esas dos semanas debemos orar cada día. Esta es una manera
orgánica, y no algo religioso. Ya he hablado sobre la manera ordenada por Dios
durante siete años, y aún no he visto un comienzo adecuado.
Alimentar a los creyentes
nuevos tal como una nodriza, a fin de que ellos crezcan en la vida espiritual
Después
de llevar a alguien a ser salvo, debemos considerarlo como nuestro hijo
espiritual. Una vez que nace un hijo, debemos alimentarlo con regularidad.
Tenemos que alimentar a los creyentes nuevos tal como una nodriza, a fin de que
crezcan en la vida espiritual (Jn. 21:15; 1 Ts. 2:7; 1 P. 2:2). Podemos
pastorear a los creyentes llamándoles por teléfono. Ellos necesitan mucha
ayuda. Al comienzo, debemos estar con ellos al menos tres veces por semana para
guardarlos, defenderlos, sostenerlos, alimentarlos y consolarlos. Así podremos
protegerlos, preservarlos y rescatarlos de las muchas distracciones tendidas
por el diablo, el cual no descansa.
La Biblia
dice que cuando alguien es salvo, hay gozo delante de los ángeles de Dios (Lc.
15:10). Además de los ángeles buenos, existen los ángeles caídos y los
demonios. Estos últimos ciertamente no estarán contentos de que esa persona
haya sido salva, y seguramente la atacarán. Estos demonios pueden causar que
esa persona tenga un accidente automovilístico, e incluso hacer que sus amigos
le digan: “Mira, esto te sucedió por haber creído en Jesús. Si no hubieras
creído en El, no habrías tenido ese accidente”. Con esto vemos lo importante
que es tomar cuidado de los nuevos creyentes, especialmente al inicio de su
salvación.
El Señor
nos comisionó en Juan 15 a que llevemos fruto que permanezca (v. 16). A fin de
llevar este fruto que permanece, tenemos que ir a cuidar de los nuevos
creyentes, pastoreándolos y alimentándolos de forma periódica. Así como no
podemos criar a un hijo en sólo tres meses, así también se requiere mucha labor
para edificar a un nuevo creyente. Debemos ejercitarnos en tener siempre a dos
o tres personas bajo nuestro cuidado durante todo el año.
No
debemos pensar que sólo algunos sirven al Señor a tiempo completo, pues todos
los santos debemos servirle de tiempo completo laborando para Cristo, yendo a
nuestros trabajos para servir a Cristo y haciendo todas las cosas para El. Si
laboramos de tal modo que siempre tengamos dos o tres personas bajo nuestro
cuidado, cada año produciremos dos frutos que permanecen. No sólo los traeremos
al Señor, sino también a la iglesia.
Teniendo reuniones de grupo para perfeccionar a los
santos
Nuestras
reuniones de grupo también deben ser llevadas a cabo de forma orgánica. Quizás
un hermano haya sido cristiano por veinticinco años y anciano por doce años. Y
tal vez por ello, dicho hermano podría ir a una reunión de grupo considerándose
superior a los demás. Si muchos en esa reunión son nuevos creyentes que no
conocen el libro de Génesis ni entienden Apocalipsis, este hermano, que se
considera superior, podría tomar la oportunidad de enseñar la Biblia. Esto no
sería orgánico, sino la destreza o “el arte” del hermano.
Esta era
la manera en que se llevaban las reuniones de grupo en el pasado, lo cual es
erróneo. Un servicio religioso formal que no tenga vida, no producirá nada
orgánico. Cuando vayamos a las reuniones de grupo, debemos considerarnos
miembros vivientes de Cristo. Incluso podemos pedir ayuda a los nuevos
creyentes, pues debemos tener la actitud de que no sabemos nada, excepto
ejercitar nuestro espíritu. En las reuniones debemos ejercitar nuestro espíritu
constantemente. Luego, cuando la oportunidad se presente, podríamos decir algo.
Nuestras palabras serán como una siembra, y lo que digamos será la semilla,
Cristo. Debemos ministrar a Cristo y sembrarlo en los que
asisten a
la reunión. Así, el Cristo que reciban crecerá en ellos. Esta es la nueva
manera ordenada por Dios.
Cristo es
el Espíritu, y todo lo que hagamos aparte de Él es religión vana. Inclusive el
hecho de ir a una reunión de grupo sin Cristo, sin el Espíritu, es religión.
Debemos sentir carga por la reunión de grupo, quizás hasta el grado de ayunar
por ella. En vez de cenar, nos encerraremos en nuestro cuarto y oraremos de
forma detallada. Luego, iremos a la reunión con Cristo, con el Espíritu, y con
una carga y una palabra vivientes. No iremos con ninguna pretensión ni haremos
alarde de que somos superiores. Simplemente asistiremos como miembros comunes,
esperando el momento oportuno que el Señor nos asigne para ministrar. Cuando se
presente el momento y hablemos, Cristo saldrá y la palabra viviente entrará en
las personas como semilla y Espíritu. Dicho hablar vivificará a los asistentes
y los engendrará. Esta es una reunión de grupo apropiada.
Muchos de
los que asisten a nuestras reuniones de grupo practican la manera vieja. Aunque
afirmen tomar la nueva manera, caminan con pasos viejos. Esto no funciona.
Según lo que he observado, en nuestras reuniones de grupo no ha habido muchos comienzos
verdaderos en cuanto a la nueva manera ordenada por Dios. Algunos piensan que
estas reuniones son únicamente el resultado de dividir la congregación en
diferentes grupos. Aunque podamos hablar más libremente en las reuniones
pequeñas, dichas reuniones pueden estar muertas. Si los asistentes no dicen
algo lleno de Cristo, lleno del Espíritu, aún se encuentran en la vieja manera.
Debemos
alimentar a los nuevos creyentes y ayudarles a practicar las reuniones de
grupo. Practicamos las reuniones de grupo en mutualidad al tener comunión,
intercesión, cuidado y pastoreo mutuamente, así como también al enseñarnos unos
a otros haciéndonos preguntas y contestándolas en mutualidad. Esta práctica
perfecciona a los santos para que participen en la obra del ministerio, es
decir, para que edifiquen el Cuerpo orgánico de Cristo (He. 10:24-25; Ef.
4:12). Debemos guiar a los nuevos creyentes a experimentar esta reunión de
grupo orgánica.
Enseñar a los santos a profetizar en las reuniones de la
iglesia para que la iglesia sea edificada
Si
introducimos a los nuevos creyentes a nuestras reuniones de grupo orgánicas,
ellos espontáneamente serán educados y empezarán a profetizar. Así que, debemos
enseñar a los santos a profetizar, es decir, a hablar por el Señor y a ministrar
al Señor en las reuniones para edificar la iglesia (1 Co. 14:1, 3-5, 12, 23-26,
31, 39a). Entonces los creyentes nuevos serán miembros vivientes que funcionan
en el Cuerpo de Cristo.
Al laborar en el Señor y para El conforme a Su manera
ordenada, debemos ser como agricultores que esperan una cosecha cada año. Sin
embargo, hoy muchas iglesias tienen
poco
aumento. Si tomamos esta comunión y practicamos la manera ordenada por Dios,
seguramente traeremos nuevas personas al Señor. No debemos esperar que todos
los demás santos tomen este camino; esto es imposible porque algunos son
débiles e incapaces. Pero al menos una tercera parte de los santos debería
poner en práctica esta palabra. Si cada uno de ellos gana a dos creyentes
nuevos cada año, la iglesia experimentará sesenta por ciento de aumento.
En las
estadísticas del cristianismo no existe el registro de que una iglesia haya
aumentado sesenta por ciento cada año; quizás lo más sería veinte por ciento.
Pero aun entre nosotros muchas iglesias tampoco han tenido un aumento de veinte
por ciento. Debemos orar desesperadamente por el aumento de la iglesia; luego,
debemos practicar la manera ordenada por Dios, la manera que el Señor nos ha
ordenado.
Los tres medios para
obtener éxito al practicar la manera ordenada por Dios: la oración, el Espíritu
y al relacionarnos con personas
de forma constante y regular.
Aquí
presento tres medios para obtener éxito al practicar la manera ordenada por
Dios: la oración (Hch. 6:4), el Espíritu (Hch. 4:31) y al relacionarnos con las
personas de forma constante y regular. Sólo por estos tres medios triunfaremos.
Debemos presupuestar nuestro tiempo para tener contacto con las personas y orar
por ellas. Debemos orar por dos o tres personas y laborar con ellas por un año.
Así, ciertamente obtendremos fruto.
Podemos relacionarnos con las personas visitándolas,
hablándoles por teléfono o escribiéndoles cartas. Hay muchas maneras de tener
contacto con la gente. En principio, “tocamos puertas” al hablar con las
personas, pues al tener contacto con ellas en el Señor, tocamos a la puerta de
su corazón. No debemos pensar que la práctica de tocar puertas es algo
meramente físico. Visitar a las personas es “tocar puertas”, llamarles por
teléfono es “tocar puertas”, escribirles es “tocar puertas” y enviarles
folletos del evangelio también es “tocar puertas”. Cualquier acto que imparta a
Cristo en las personas, es tocar puertas.
Al
practicar la manera ordenada por Dios para obtener el aumento, no debemos
menospreciar las reuniones de la iglesia. A fin de poner en práctica esta
manera ordenada, tenemos que presupuestar nuestro tiempo, dándole al Señor
ciertas horas por semana para tener contacto con las personas a fin de
salvarlas, alimentarlas, pastorearlas, enseñarlas, criarlas y perfeccionarlas a
que hablen por el Señor. Así será edificada la iglesia.
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